caminante se hace camino al no tropezar
Anoche llegué tarde a casa tras pasar tres días —sin contar el jueves, que llegamos por la noche al destino— en Santiago de Compostela. Sin desmerecer los viajes más largos, pero que por experiencia suponen un riesgo mayor al tratarse —repito que por experiencia propia— casi de un «todo o nada» [1], los microviajes, «escapadas» o pequeños viajes de corta duración cuyo destino sea algún punto de la geografía nacional, van ganando presencia e importancia en las opciones que vamos prefiriendo en los últimos meses.
En nuestra última salida juntos [Paseo con Luis, Sulaco y un holandés (supuestamente no errante)], Sulaco [Distorsiones], Luis y yo estimamos que tal vez la propia isla se nos estaba quedando pequeña para nuestras salidas fotográficas en coche. En ese mismo momento propusimos que podríamos cambiar de isla para la siguiente ocasión. La Palma parecía la mejor candidata.
Sulaco percibió en la posterior publicación de mi viaje de bodas en 2006 a esa misma isla [La Palma] una clara intencionalidad para recordarles que habíamos hablado de esa posibilidad.
Hace unos días contaba, así en plan «batallas del abuelo Cebolleta», el primer viaje que hicimos de casados [La Palma]. También contaba que por motivos económicos no habíamos podido viajar casi nada antes de la boda. La cual tuvimos que aplazar unos años, por si no había quedado indirectamente claro, porque no se terminaban las reformas del piso que compramos. El piso lo compramos a mediados de 2003 y nos casamos en julio de 2006.
En el momento de publicarse la entrada de hoy, yo debería estar de camino al aeropuerto de Bacerlona y coger el avión de regreso a Gran Canaria. Acabo de pasar dos semanas de viaje en unas más que merecidas vacaciones.
Desde que mi mujer [su blog] y yo comenzamos nuestra relación, allá por octubre de 1998, tuvimos muy claro que, tan pronto pudiésemos, comenzaríamos a viajar. Por separado lo habíamos hecho muy poco, pero al poco de conocernos, descubrimos que ambos teníamos muchas ganas (latentes) de conocer Mundo.
¿Y por qué no? No, no me refiero a que vaya a visitar La Palma [@ Wikipedia]. Bueno, sí, es probable que a final de año con Sulaco y Luis. Y también es posible que vuelva con mi mujer el año que viene, quizá para celebrar nuestro quinto aniversario de bodas. La Palma es una isla fantástica en muchos aspectos. De hecho es, para mi gusto, la mejor del archipiélago. Pero no, no es por eso.
En el anterior capítulo de la saga de Florira [El Centro Espacial Kennedy - Orlando], comenté que la visita a Cabo Cañaveral fue la mejor experiencia del viaje de dos semanas que hicimos mi mujer y yo con una pareja de amigos a Florida a finales de septiembre del año pasado. Visitar el centro espacial fue una ruptura a la monotonía de los parques de atracciones de Disney y Universal [Los parques de atracciones en Orlando] y a la sobredosis de outlets y centros comerciales [Jet Lag prorrateado] que predominaron en el día a día de esas dos semanas.
Desde niño siempre he sentido fascinación por el espacio. No. Debería corregir la preposición y el tiempo verbal y decir «de niño sentí» fascinación por el espacio. Era la fascinación derivada de la visión y propuesta hollywoodense. O sea, naves espaciales, pequeñas, grandes y de dimensiones planetarias, batallas entre naves incorrecta y excesivamente sonoras a velocidades de vértigo, clases de esgrima fundamentadas en una física extraña, héroes enfrentados a monstruos y monstruos interdimensionales imposiblemente hambrientos, robots con muy mala leche y más listos que el hambre y que muchos humanos, robots más tontos e inútiles que una piedra, inteligencias artificiales con una nave como cuerpo, extraterrestres milimétricamente idénticos a los terrícolas o con parecidos carnalmente sospechosos, agujeros negros que conducían a universos infernales, y, en definitiva, fenómenos cósmicos inciertos que argumentaban y justificaban dos horas de cinefilia abnegada.
Haca un mes rompía el silencio sobre el último viaje que he realizado hasta la fecha, las dos semanas que pasamos en Florida a finales de septiembre del año pasado, y comentaba una serie de impresiones que traje conmigo. Esto fue una visión más o menos general.
Hoy, por eso de hacer algo más variado el contenido de este mi pequeño rincón para la búsqueda de la trascendencia personal, ahondaré un poco más en el tema y me centraré en los parques de atracciones de Orlando.
Parece mentira, y por más que uno no haga otra cosa que repetírselo en infinitas ocasiones, el tiempo pasa con una celeridad pasmosa. Tengo la sensación de que fue ayer cuando volvía de Orlando con un cabreo considerable convencido de que había sido el peor viaje de mi vida. Aclaro que en mi vida no he alcanzado a viajar mucho, pero ya hacen falta dedos de ambas manos para contarlos, por lo que me considero capacitado —creo— para construir con ellos una escala cualitativa; sin esconder que a veces también con intenciones cuantitativas.
Después de casi cuatro meses desde que hicimos el viaje, he terminado de repasar y elegir las fotografías que he venido publicado, poquito a poco, en el álbum de flickr relativo a los días que pasamos en Sevilla. En total pasaron 152 fotografías. Menos si no eres familiar, motivo por el que reflejará una cantidad inferior. Lo que no está nada mal teniendo en cuenta que en cinco días y medio pulsé 580 veces el disparador, dejando que la cámara produjera su particular sonido de apertura y cierre del obturador.