cosas que agradezco haber descubierto y/o haber vivido
Llevo ya unas cuantas semanas publicando cada jueves aquellos documentales, y algunos libros, que sospecho te harán ser mejor persona. Y en algunos casos los que no. Ha llegado el momento, sin embargo, de decirte que si no has visto la serie documental Cosmos no te puedes considerar un ser humano. Vale que te puedan gustar los bodrios televisivos y los realities tipo ‘Operación Truño’ y ‘Gran marrano’, pero debes tener presente que nadie, que precie y quiera ser respetado por el resto de los individuos de una sociedad -de humanos, que no de insectos-, puede ni debe haber faltado a la santa obligación de haber visto, al menos una vez en su vida, la serie que refiero.
¿De verdad prefieres que tus hijos vayan a religión antes que obligarles a aprender de verdad? Súmate a la plataforma para la obligación del estudio del estudio de Cosmos en las escuelas. Fírma la petición.
¿De verdad no has visto esta maravillosa serie?
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible.
Jennifer, o Jenny, como la llamamos mi mujer y yo, es una chica bastante jovencita que tiene unas manos privilegiadas. Da unos masajes geniales que, mientras los recibes, dan ganas de que no acabe nunca. Siempre y cuando, claro está, no sea para eliminar contracturas y nudos generados por décadas de malos hábitos posturales. En esas ocasiones quieres que termine pronto el sufrimiento y te vas de allí sabiendo -y Jennifer lo sabe- que al día siguiente te estarás acordando de ella, y no precisamente para desearle lo mejor, ni a ella ni a sus familiares.
Supongo que después de otra agotadora semana de trabajo, en la que has imaginado mil y una formas en las que tu jefe o compañeros de trabajo desagradables debería perder la vida, estás pensando seriamente en no hacer tus deberes domésticos y tirarte, otro sábado más, a rascarte la barriga, o una zona ligeramente más inferior y que rara vez queda al descubierto, con la insana esperanza de que tus arterias, agradecidas por una vida tan sedentaria, decidan obstruirse definitivamente, liberándote así de el tedio que te supone tu propia existencia.