… me voy a ver a un cliente. A ver si conseguimos venderle la moto. Bueno, la moto no, pero una buena solución -demostrada de sobra su eficacia- sí.
Sería el primer cliente en la zona. A ver si hay suerte.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible.
Vengo -bueno hace ya un buen rato- de rechazar una buena oferta de una buena empresa. El que me llamó quería que me fuese con él, pero las circunstancias han querido que decida quedarme donde estoy. Y, sin embargo, tengo la sospecha que no voy a durar mucho en esta empresa. Pero si me despiden tendrán que indemnizarme.
Si me hubiesen hecho la oferta cerrada hace tres semanas…
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Debí sufrir una conmoción cerebral de niño, pues hay ciertas manías contra las que no puedo, y la verdad que no quiero, luchar y cambiar. Espera, espera… ¡Anda, que sí que sufrí una conmoción de niño! Estuve inconsciente durante catorce horas, hospitalizado, después de ser atropellado y lanzado unos cuantos buenos metros por el aire -volé, sí, volé- por un coche, camino del colegio. Eso podría explicar muchas cosas… Pero que me odies por ser tan genial no es de las que puede explicar.
Hoy es lunes, principio de semana, y coincide con el primer día del mes de septiembre. Y hoy retomo la vida laboral, después de algo más de dos semanas. Como a casi todos, de las cincuenta y dos semanas que tiene el año, el tiempo dedicado a trabajar supone unas cuarenta y seis (he quitado otras dos semanas por la cantidad de festivos que tenemos en España). La mayor parte de los años que llevo trabajando -¿catorce?
Dentro de una semana me reincorporo al trabajo. Como reza el dicho “del dicho al hecho hay un gran trecho” y, desde luego, las vacaciones no se parecen en nada a lo que tenía en mente. No me lo he pasado nada mal, aunque no como yo esperaba. Al final uno nunca logra desconectar, y menos de la familia. Pero menos aún de las decenas de gestiones que se van dejando pendientes hasta tener un rato.
Hacía tiempo que no anhelaba tanto un período de vacaciones. ¿Será que me falta algo en mi trabajo? ¿Que me sobra? No lo creo, porque estoy bastante contento, pero tampoco he parado a pensarlo detenidamente. Lo que sí es cierto es que la última semana, desde el miércoles pasado, se ha hecho eterna, deseando a que llegase el día de hoy. Eso y que hoy toca levantarse tarde (o no tan temprano como de costumbre).
Hoy ha tocado madrugar más de lo normal, pues he de entrevistar a una candidata a primerísima hora. Al ir a coger la guagua, interioricé lo que llevo algo más de una semana observando acongojado: que los días tardan cada vez más en aclarar y que, por consiguiente y dado que las noches llegan cada día antes, la permanencia del Sol en el cielo se está acortando; y a velocidad de vértigo, añado.
Rezan que la amistad es un tesoro que no debe perderse. ¿Pero quién no se deja llevar, en algún momento u otro, por las mareas de lo cotidiano y se olvida de levantar el teléfono o de enviar un correo para saber de la otra persona? Suerte que a veces nos percatamos y hacemos cuanto podemos para nadar contracorriente con tal de buscar un rato, un instante, para ver las caras de viejas amistades.
Este año voy a coger vacaciones en agosto. Largas. Desde el día 13 al 1 de septiembre desapareceré. ¡Y qué ganas tengo de desaparecer! Diez días hábiles quedan. No más. Luego dos semanas y media para desconectar.
Hartos ya, mi mujer y yo, de coger un barco o un avión, en cada ocasión que pillamos unos días, hemos decidido quedarnos en casa. A descansar. En agosto. Cuando todo cristo viviente anda por ahí viajando o hiper-poblando hoteles y apartamentos, y la ciudad parece tener la mitad de la población que de costumbre, será nuestra mejor opción quedarnos en casa.