universos que caben en la mano y alimentan el espíritu
A modo de continuación de ‘La meta’, libro que recomendaba hace tiempo, ‘No es cuestión de suerte’ es otra novela empresarial que intenta enseñar a pensar y a utilizar recursos para razonar de forma coherente, intentando que en las empresas no se hagan las cosas simplemente porque otros dicen que se deben hacer así, llevados por la inercia de décadas de utilización en técnicas que quedaron obsoletas en otros tiempos.
En algún momento de nuestra existencia -o en más de uno- habremos fantaseado con la posibilidad de la vida eterna. ¿Quién, en los años pletóricos de la edad madura, temiendo su término en un plazo indefinido, le haría ascos a vivir para siempre? Pero claro, no morir y respetar las leyes naturales del envejecimiento, tiene algunos inconvenientes. En ellos ahonda Saramago en su novela ‘Las intermitencias de la muerte’.
Mi experiencia leyendo a Saramago es más bien reducida.
Me hice con el libro ‘Las trampas del deseo’ a partir de la recomendación que dejó el amigo Esteban en un comentario -su único comentario en esta bitácora, por cierto- en la reseña que hice sobre el libro ‘Freakonomics’. Lo que leí en su reseña, más bien lo que entendí, porque mi inglés deja mucho que desear, más lo que encontré en una rápida búsqueda por Internet, me atrajo. Así que me presenté en la librería y, tras unos veinte minutos esperando a que encontrasen el único ejemplar que tenían, me hice con mi copia.
Como hago cada cierto tiempo, en lugar de proponer alguna serie con la que excusarnos de las obligaciones domésticas y tener otro fin de semana de tardes de sofá, la oferta de hoy será literaria. Hace una eternidad que comentaba por aquí ‘Ritos iguales’, tercera novela de ese universo particular y desencajado que admite como absolutamente normal un mundo plano y circular, anclado sobre los lomos de cuatro elefantes que permanecen impasibles, a su vez, sobre el caparazón de una gran tortuga y al que el autor ha dado en llamar Mundodisco.
Llegué al libro de Eliyahu M. Goldratt en uno de esos días en los que me dedico a recorrer enlaces de un lado para otro a partir de una búsqueda inicial y que, en muchos casos, me lleva a destinos que no tienen nada que ver con lo que originalmente estaba buscando. Pero lo cierto es que al leer sobre la Teoría de las limitaciones o de las restricciones (TOC, del inglés) me sentí atraído por el concepto o la idea que había tras ella.
Compré ‘La semana laboral de 4 horas’ el mismo día en que compré ‘Freakonomics’. Principalmente porque estaba puesto justo al lado en la estantería, en la sección de Economía de la librería. En segundo lugar porque leí la contraportada y me resultó un planteamiento curioso: ¿Quién no desearía toquetearse el ombligo todo el santo día y vivir como un jeque trabajando lo mínimo? Por lo que, sin otras opiniones sobre él, pasé por caja.
Algo ha cambiado en mi cerebro, continente y cárcel de mi pervertida mente. Esperemos que no sea algo terminal e irreversible, pero lo cierto es que hace tiempo hubiese huido, como lo haría una adolescente japonesa que tropieza con un monstruo harto de tentáculos viciosos, de un libro en cuya portada ofrece una frase del tipo “Si Indiana Jones fuera economista, sería Steven Levitt”. Sin embargo, en esta ocasión, no solo no salí corriendo sino que, además y tras leer la contraportada -diré en mi defensa-, pagué por él.
¿Qué? ¿Preparándote para escaquearte otro fin de semana más? Bueno, no te preocupes, que en este espacio te propongo, un viernes más, la forma ideal de pasar, sin pena ni gloria, otro sábado y otro domingo sin dar ni golpe ni mover un músculo con las labores domésticos que tanto tiempo llevas esquivando. Eso sí, nunca le hables a tu pareja de quién te da estas ideas. Ya hay mucha gente odiándome sobre la Tierra.
Confieso que uno de mis mayores defectos es la postergación. Retrasar las cosas porque, simplemente, no me apetece hacerlas. Principalmente las que no entran en el grupo de cosas que me guste hacer, que son muchas y variadas. Es un mal que limita mi potencial capacidad de crecimiento. Que también es mucha.
De cara a combatir activamente este defecto, hace un tiempo me propuse dedicar esfuerzo a conseguir aprender buenas técnicas para evitar la postergación.
En estos tiempo en los que el CCCC (__Contubernio de Cerebros Cavernicolas pro __Creacionismo) acecha a los inocentes niños en las esquinas de los colegios, para robarles el poco autocriterio que hayan desarrollado, se hace más importante que nunca huir de las explicaciones sencillas y dogmáticas y permitirnos el placer de no entender ni papa -patata para los continentales-, pese a que lo intentemos con persistente insistencia, de los fundamentos de la ciencia.