Se puede decir que mi crecimiento intelectual se produjo en un entorno tecnológico. Desde los 12 años tuve ordenador y, antes, con 9 y 10 años, ya jugaba a las máquinas recreativas matando marcianos y comiendo cocos. Pero antes aún, jugaba con aquellas alucinantes Game & Watch de Nintendo. No es de extrañar que para mí el que la gente juegue e invierta dinero y esfuerzo en hacerlo es algo muy normal.
Hace ya bastante tiempo leí que la vida sedentaria es mucho peor de lo que la gente se imagina. Buscando ese artículo encontré uno un poco más alarmista -o alarmante- que mantiene que «la vida sedentaria es tan nociva para la salud como el tabaco». ¡WOW! Creo que nadie, a estas alturas, negará que la vida sedentaria es mala. Todo el mundo, por todas partes, te recomienda que hagas ejercicio «porque es importante».
Parece que fue ayer cuando leí ‘La meta’ y acto seguido encargué el resto de libros que tenía Goldratt publicados en español. Dice un amigo que a él no le gustaba leer hasta que leyó ‘La meta’. Entonces descubrió el tipo de libro que sí le gustaba leer. «A nadie le gusta leer hasta que descubre el tipo de libro que sí le gusta». Más o menos lo que a mí me pasaba con quince años con la ciencia ficción y la fantasía.
Es curioso lo rápido que nos acostumbramos a lo bueno. ¿Alguien se para alguna vez a pensar en cómo eran las cosas hace 15 o 20 años, cuando Internet era algo más cercano a la ciencia ficción que a la realidad de los hogares? Hablo, obviamente, a las generaciones de la década de los 60 y posteriores, que alcanzaron la madurez de la sociedad del bienestar en plena incursión apoteósica de la banda ancha en las casas, la cual se acabó convirtiendo en el desagüe donde se verterían tantas horas y horas despilfarradas delante de los monitores.
Escuchaba a un amigo comentar un día que alguien le recriminaba que «nunca llegarás a ser un buen fotógrafo si no inviertes tiempo comprando libros y estudiando a los grandes». Falta de razón tal vez no tenga esa afirmación, pero lo cierto es que cada uno hace lo que hace por los motivos que a él le da la gana y alcanzará lo que aspire alcanzar por la vía que mejor le parezca.
Soy de dedo nervioso, por lo que no es raro, nada raro, que vuelva de un viaje de 6 días, con mil fotografías. Eso me causa un grave problema, porque no es solo el hecho de traer las tarjetas a reventar, sino la cantidad de tiempo que empleo luego retocándolas o, simplemente, procesándolas. Yo también soy un fashion victim de la moda de disparar solamente en formato RAW, y cuando digo tiempo, es mucho, pero que mucho, tiempo.
Mi relación con Orson Scott Card es rara. Me encanta y disgusta a partes iguales su literatura. Se convirtió en persona de mi entera adoración cuando leí, bastante joven, ‘El juego de Ender’, obra maestra donde las haya de la ciencia ficción. Sin embargo, seguidamente, conquistó mi más profundo desprecio -suena un poco fuerte, pero es que estoy intentando dar un toque dramático a la entrada de hoy-, tal vez porque lo idolatraba, con ‘La memoria de la Tierra’ (saga del retorno).
Leí por primera vez ‘Allegro ma non tropo’ cuando tenía diecinueve años, creo. Tampoco creo no equivocarme al decir que en aquella época, con las hormonas poniendo a prueba cualquier representación o formulación cuántica que pudiera intentarse de su movimiento, que al browniano lo dejaba en calma chicha, fenómeno que provocaba que tuviese la cabeza llena de grillos, como buen estudiante universitario, la interiorización que hiciera del texto no era, con mucho, la más adecuada en relación a su aprovechamiento intelectual futuro.
Confieso, como otras tantas cosas que ya he confesado en esta mi bitácora, que soy un tipo bastante desordenado, en general, aunque esto, me digo a mí mismo, no tiene por qué significar desorganizado. En general siempre sé lo que tengo que hacer en cada momento, aunque es cierto que muchas veces pierdo algo de tiempo buscando las cosas que necesito. Por eso, sí creo que soy desordenador, pero no desorganizado.
Pues no. La mala noticia es que tengo que pasar de cuatro a seis meses en Madrid. Justo en la temporada más fría…
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
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