Leyendo la estupenda entrada de ladrona de calcetines [Escritores, tomates, actores, Rolex y leyes], voy a parar al último artículo de Fernando Savater [Los colegas de ‘Mad Max’] que, ya en su título y de forma casi constante en sus párrafos, parece recurrir a la forma de la ofensa o del menosprecio de aquellos que opinan lo contrario y se enfrentan a las tesis defendidas por la industria y sus valedores o paladines del Ministerio de Cultura y su cohorte de creadores.
Si el cerebro nos engaña sobre el tamaño de algo tan lejano como la Luna, imaginemos las barrabasadas que debe hacer para que estemos tranquilos sobre cómo somos por dentro. Millones de personas se han torturado a sí mismas o torturado a los demás a lo largo de la evolución preguntándose: “¿Se han fiado de mí?”, “¿doy la impresión adecuada de lo que yo debiera ser o se trasluce cómo soy en realidad?
En avión prefiero sentarme en la parte trasera. Casi siempre lo consigo. Es una de mis manías y nada tiene que ver con que la gente que se sienta atrás tenga un 40% más de probabilidad de sobrevivir a un accidente [Safest Seat on a Plane]. Curioso que los que más pagan por sentarte al principio tengan menos probabilidad de sobrevivir. Pero no comentaba lo del avión por este motivo. Con los años he ido reforzando este gusto por ir atrás dado que me permite observar, aunque ligeramente y de forma sesgada, el comportamiento del resto del pasaje.
Esta claro, al menos para mí, que en quince años la cosa ha evolucionado muchísimo en cuanto a gestión de los datos personales o domésticos, término que uso aquí como simple contraposición a los datos de carácter empresarial. Poca gente imaginaría en el año 95, cuando el acceso a Internet empezaba a tocar en las puertas de las casas usando módems V.96 de 56 Kbps, que entrando en la segunda década del siglo XXI las personas tendrían la mitad de su información útil fuera del disco duro del ordenador de su casa y que podrían acceder a ella desde cualquier parte del Globo siempre que se dispusiera de una conexión WIFI, 3G o, ya poniéndonos clásicos, un simple ADSL.
En la última década parecen haberse puesto de moda dos cosas: los no-muertos, especialmente en sus sabores de zombies y de vampiros, y las ediciones seriadas de cualquier tema, en especial en forma de trilogías. En combinación, parece que lo que más gusta son las trilogías de vampiros. Al menos tres son los libros que lleva publicados Christopher Moore, autor prolífico especializado en situaciones absurdas en torno a monstruos y seres sobrenaturales, sobre vampiros y sus quebraderos de cabeza.
En las portadas de todas las novelas de Christopher Moore que he tenido en mis manos, o en las entrañas de mi iPad, hay una frase que aparece siempre con apenas variación en su morfosintáxis: «Del autor de El ángel más tonto del mundo». Al menos en las ediciones en español. Y salvo, claro está, la propia novela ‘El ángel más tonto del mundo’ [mi reseña]. Aunque el editor más tonto del mundo podría haberla puesto por aquello de reforzar la idea global de que la mejor novela del autor es, precisamente, esa.
Se le coge bastante rápido el punto a esto de leer en el iPad. Así que, tras terminar de leer el anterior [‘Un mundo feliz’], me puse a leer el libro ‘Maldito Karma’ —con objeto también de cambiar la escala dramática—, primera novela de David Safier y que deja entrever, al menos ante mi inexistente criterio literario, una promesa en cuanto a literatura de corte humorístico se trata. Tendré presente al autor para hacerme con su segunda novela en cualquier momento.
En nuestra última salida juntos [Paseo con Luis, Sulaco y un holandés (supuestamente no errante)], Sulaco [Distorsiones], Luis y yo estimamos que tal vez la propia isla se nos estaba quedando pequeña para nuestras salidas fotográficas en coche. En ese mismo momento propusimos que podríamos cambiar de isla para la siguiente ocasión. La Palma parecía la mejor candidata.
Sulaco percibió en la posterior publicación de mi viaje de bodas en 2006 a esa misma isla [La Palma] una clara intencionalidad para recordarles que habíamos hablado de esa posibilidad.
Hoy toca brevedad. A la mayoría —quizás los más afortunados, y yo me considero uno de ellos— se le presenta un día de visitas familiares: los abuelos, los tíos, los suegros, los padres, los hermanos, los sobrinos, etc., etc. Así que hoy dejaré tranquilo al Universo absteniéndome de verborreas y, simple, llana y sinceramente, deseo a todos y a todas unas muy felices fiestas. A poder ser con aquellos y aquellas con quienes prefieran estar.
—Pero la castidad entraña la pasión, la castidad entraña la neurastemia. Y la pasión y la neurastemia entrañan la inestabilidad. Y la inestabilidad, a su vez, el fin de la civilización. Una civilización no puede ser duradera sin gran cantidad de vicios agradables.
Un mundo feliz Aldous Huxley
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
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