Llevo ya unas cuantas semanas publicando cada jueves aquellos documentales, y algunos libros, que sospecho te harán ser mejor persona. Y en algunos casos los que no. Ha llegado el momento, sin embargo, de decirte que si no has visto la serie documental Cosmos no te puedes considerar un ser humano. Vale que te puedan gustar los bodrios televisivos y los realities tipo ‘Operación Truño’ y ‘Gran marrano’, pero debes tener presente que nadie, que precie y quiera ser respetado por el resto de los individuos de una sociedad -de humanos, que no de insectos-, puede ni debe haber faltado a la santa obligación de haber visto, al menos una vez en su vida, la serie que refiero.
En ambos casos elegiría el menor número de muertos porque en situaciones de estrés en los que las elecciones y el juicio está ofuscado, es moralmente permisible que alguien elija el menor número de muertos.
Aquí.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible.
¿De verdad prefieres que tus hijos vayan a religión antes que obligarles a aprender de verdad? Súmate a la plataforma para la obligación del estudio del estudio de Cosmos en las escuelas. Fírma la petición.
¿De verdad no has visto esta maravillosa serie?
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No soy muy amigo de eventos multitudinarios y menos aún de convertirme centro de atención de intensas miradas, pero acepté orlarme con los compañeros -después de estar varios años desconectado de la facultad- y, aún más increible, acepté el reto de preparar el discurso y -lo que mirado retrospectivamente me parece toda una proeza personal- compartir escenario con el compañero José para leerlo delante de los familiares y amigos, desconocidos todos ellos, de mis compañeros de clase.
Quien me conoce lo sabe -hasta el aburrimiento- y quien ha leído algo mío anteriormente ya debe estar hasta las narices de leerlo: después de la informática el hobby al que más tiempo he dedicado es la fotografía. Ambas aficiones surgieron desde edad temprana en mi vida.
Desde agosto de 2002 vengo usando exclusivamente el formato digital, cuando invertí una fortuna en la Nikon Coolpix 5700, que tan buenos momentos me dió y que, en un momento dado, me hizo detestar la fotografía (pero eso es otra historia).
Volvemos a la carga, después de varios domingos de absoluto abandono, a incluir una nueva gran aportación que dará sentido a la existencia de muchos jugadores casuales, que además no quieren gastarse un céntimo. Hoy toca reseñar aquello que muchos niños, viciados con sus ordenadores y juegos en cinta, quisieron verse haciendo cuando fueran mayores y no se atrevieron nunca a realizar. Hablo de aquellos que soñaban con ser programadores de videojuegos, pero que al final, los más atrevidos, acabaron haciendo a ratos y muchas veces de forma un tanto cutre.
¿Seguimos buscando formas para escaquernos de las obligaciones domésticas? Tu casa ya debe parecer un basurero, tantos fines de semana escaquándote como un perro. Eso y que tu pareja ya debe estar deseando que te pase un camión por encima de la cabeza por no echarle una mano. ¿No es así? Bueno, tú tranquilo y siéntate a gusto en tu sofá favorito, que hoy te ofrezco pasar el rato con la serie canadiense de televisión ReGénesis.
Hace una semana aproximadamente, mientras la chica que iba sentada a mi lado en la guagua leía una novela romántica, yo iba quemando mis retinas en el libro Dinámica de Sistemas, de Javier Aracil y Francisco Gordillo. En un momento dado me tropecé con el siguiente párrafo:
Al considerar el proceso de crecimiento asociado a un bucle de realimentación positiva se indicó que en realidad todo proceso de crecimiento, más pronto o más tarde, se encuentra con unos límites.
En estos tiempo en los que el CCCC (__Contubernio de Cerebros Cavernicolas pro __Creacionismo) acecha a los inocentes niños en las esquinas de los colegios, para robarles el poco autocriterio que hayan desarrollado, se hace más importante que nunca huir de las explicaciones sencillas y dogmáticas y permitirnos el placer de no entender ni papa -patata para los continentales-, pese a que lo intentemos con persistente insistencia, de los fundamentos de la ciencia.
Siempre digo y repito, hasta la saciedad si es necesario y más que el ajo, que tuve la fortuna de crecer en el que, sin duda y pese a quien pese, fue uno de los mejores barrios de la ciudad de Las Palmas, el humilde barrio de gente humilde Tres Palmas. No digo que fuese de los mejores en el sentido de ‘gente pudiente’, como la zona de de Ciudad Jardín, paradigma de zona rica de la ciudad en el último cuarto del siglo pasado.