Mi olfato no es, precisamente, digno de mención. Es más, sospecho que mi capacidad olfativa es inexistente. Pero esta mañana los mocos me dieron un respiro —nunca mejor dicho— y alcancé a percibir alguna cosilla cuando llegué a la estación de Tres Cantos. En cinco meses que llevo acudiendo a ese pueblo, nunca había notado nada especial. Hoy olía a aire fresco, a campo, a asfalto húmedo y a otoño. Olía a cambios.
Hace ya cinco meses —vaya como pasa el tiempo— que estoy en Madrid. Llegué a finales de abril, con unos días cuya temperatura se podía considerar aún fresquita y agradable, que duraron más bien poco antes de empezar a subir el termómetro. Después de un verano especialmente caluroso —hay quien afirma que no ha sido para tanto—, esta última semana ha empezado a refrescar; principalmente de madrugada. El lunes pasado amaneció con 11° y me pilló por sorpresa al salir en camiseta de manga corta, como llevo haciendo todo el verano, para el trabajo.
Hoy venía cayéndome de sueño en el tren. Responder a la lectura de dos líneas con dos cabezadas no es la mejor forma de leer, no. Y venía con el dedo tieso. En perfecta posición para condenar a muerte a los gladiadores o para hacer autoestop. A la una y poco un mosquito anunció su advenimiento y, en ese letargo pseudoconsciente que es la frontera entre el sueño y la vigilia daba yo manotazos para alejarlo.
Pese a la polémica sobre la calidad del audio en la edición española, que me había convencido para no comprarla, al final acabé cayendo en la tentación.
La vi tan bien puesta al entrar a Media Markt, mirándome con esos ojillos tan tiernos de «cómprame por sólo 72€», que no pude resistirme. Otro asalto a la economía doméstica, ya bastante maltrecha. En fin, como dice mi padre, “la pobreza me hará más espiritual y me acercará al Dalia Lama”.
He vuelto a tropezar con este vídeo:
y me encanta.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo.
Hará cosa de una hora que volví del aeropuerto. Acompañé a mi mujer para que volviese a Las Palmas. Apenas una hora y se nota las dos semanas que tenía a alguien que me recibía cuando llegaba del trabajo. Ya se la echa de menos…
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Reconozco que soy un inmenso ignorante de la literatura universal y de los grandes escritores que hay y hubo, lo que siempre juega en mi contra cuando entablo una conversación sobre libros, literatura y autores. Aunque creo que ello juega también a mi favor, porque uno tiene el placer del descubrimiento y de sorprenderse cuando tiene la oportunidad de leer algo de alguien que, hasta hacía doscientas o trescientas páginas atrás, era un absoluto desconocido.
A veces está bien fiarte del criterio de otros para elegir los libros. Ya resulta archiconocida (al menos para los que sigan este blog de forma asidua; sulaco, Luis, mi mujer y nadie más mi hermana y adastra y Esteban y ladrona de calcetines y… ¿alguien más? Juer, si al final esto va a estar más transitado de lo que creía) mi tendencia a comprar libros por el título. Y lo cierto es que si no es porque me lo recomendó encarecidamente un amigo, nunca me hubiese comprado voluntariamente ‘¿Quién se ha llevado mi BlackBerry™?
¿Soy el único que piensa que los comerciales andan últimamente un pelín agresivos? Además de llamarte cuatro veces a la semana para ofrecerte oportunidades únicas por ser cliente VIP, te preguntan —a veces con cierto tono de enfado—que por qué no estás interesado si el producto es tan fantástico que hasta su madre le ha pedido tres. Desde luego algo ha cambiado desde aquel «el cliente siempre tiene la razón» y la sabia práctica de «no discutas con el que te da de comer».
Aún con los ojos rojos como si me los hubieran rociado con spray de pimienta, he currado programando como nunca (bueno, como no lo hago desde hace años). Tomando consciencia de que estamos enchufados en Matrix, y que ya no hay leyes naturales inmutables —y de que el universo se dobla sobre sí mismo—, me he puesto manos a la obra y he escrito más código fuente en los dos últimos días del que había escrito en los cuatro meses y medio de trabajo anteriores.