—Porque es antiguo; ésta es la razón principal. Aquí las cosas antiguas no nos son útiles. —¿Aunque sean bellas? —Especialmente cuando son bellas. La belleza ejerce una atracción, y nosotros no queremos que la gente se sienta atraída por cosas antiguas. Queremos que les gusten las nuevas.
Un mundo feliz Aldous Huxley
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Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible.
El condicionamiento ante la muerte empieza a los dieciocho meses. Todo crío pasa dos mañanas cada semana en un Hospital de Moribundos. En estos hospitales encuentran los mejores juguetes, y se les obsequia con helado de chocolate los días que hay defunción. Así aprenden a aceptar la muerte como algo completamente corriente. —Como cualquier otro proceso fisiológico —exclamó la Maestra Jefa, profesionalmente.
Un mundo feliz Aldous Huxley
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—¿Y no consumían transporte? —preguntó el estudiante. —Mucho —contestó el D.I.C.—. Pero sólo transporte. Las prímulas y los paisajes, explicó, tienen un grave defecto: son gratuitos. El amor a la Naturaleza no da quehacer a las fábricas. Se decidió abolir el amor a la Naturaleza, al menos entre las castas más bajas; abolir el amor a la Naturaleza, pero no la tendencia a consumir transporte. Porque, desde luego, era esencial, que siguieran deseando ir al campo, aunque lo odiaran.
Después de probar con un PDF [‘La sanguijuela de mi niña’] quise ponerle el ojo encima a uno de esos tan afamados ePub [@ Wikipedia]. Hasta la fecha no tenía ni idea de la existencia de tantos formatos diferentes destinados al mundo de los lectores electrónicos de libros, pero parece que el ePub es el que está ganando la batalla. Ha sido el elegido por Apple para su librería virtual y es el que usa su aplicación iBooks [@ iTunes].
A la sazón, la gente ya estaba dispuesta hasta a que pusieran coto y regularan sus apetitos. Cualquier cosa con tal de tener paz. Y desde entonces no ha cesado el control. La verdad ha salido perjudicada, desde luego. Pero no la felicidad. Las cosas hay que pagarlas. La felicidad tenía su precio.
Un mundo feliz Aldous Huxley
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Con esto de las obras y pintar el piso, para luego andar reordenando las pertenencias [El ABC de los tiempos perdidos], uno se enfrenta a cantidades diogenianas de cosas que se van acumulando en los cajones y que, ante el nuevo status quo de falta de espacio, obligan a un proceso de filtrado cuyo fin último es soltar lastre. Ello conlleva, claro está, poner especial cuidado para no tirar algo que aún tenga valor.
Ya comenté —hace muchísimo tiempo— que el iPad lo compré principalmente para leer [iPad]. Después de todo este tiempo confirmo que es un gran dispositivo para navegar por el universo web y que, cuando las condiciones de luz no son extremas —en especial extremadamente luminosas— la lectura es cómoda y se puede prolongar durante horas. Sigo manteniendo que el principal contratiempo es que, para la postura de tumbado boca arriba, no termina de resultar muy ergonómico (es complicado mantenerlo con firmeza sin meterle los pulgares en la zona sensible).
Hoy domingo me he levantado particularmente inquieto y deseoso de retomar aquel vestigio de mis memorias laborales que empezó contando la anecdótica experiencia de montador de escenarios para conciertos [Los preliminares laborales]. Sin embargo, me he levantado más inquieto aún porque observo algunos problemas de memoria. Ahora mismo no estoy nada seguro de que la primera empresa para la que «trabajé» (luego explico el motivo del entrecomillado) por cuenta ajena se llamara INEMA.
Creo que desde siempre me han fascinado los documentales de bichos. Desde que tengo memoria me han maravillado los insectos —y la fauna en su conjunto— pero como soy bastante tiquismiquis igualmente desde que tengo recuerdos he preferido mantenerlos a cierta distancia. Puede que ese deseo de distanciamiento sea la causa de que nunca me lance a la macrofotografía de insectos.
Mis padres me regalaron de pequeño una enciclopedia de seis tomos dedicados a los animales y me pasaba horas mirando las imágenes que acompañaban los distintos artículos.
Las suscripciones a colecciones de libros conllevan la ventaja de que no te tienes que mover de casa para que lleguen los volúmenes a tus estanterías, amén de no tener siquiera que pensar ni que andar buscándolos. Uno de los contratiempos es que la constante visión de los libros colocados en esas mismas estanterías que llenan son un irrefutable recordatorio de que mi mujer [Mis ratos en la cocina] tiene razón cuando dice que compro más libros de los que necesito y muchos más de los que llegaré a leer.