La última semana de mi destierro en Madrid, cuando ya empezaba el ciclo de «despedida y cierre» con los amigos, intercambié algunos presentes con algunos de los más afines. En realidad quería regalar a más gente, pero el tiempo se me echó encima y apenas pude encontrar casi nada que me llamase la atención. A Kiko sí tenía claro qué le iba a regalar. Le regalé la versión en DVD de la película ‘Home’ [reseña], de la que siempre hablo maravillas, y él me regaló una novela de Cormac McCarthy [@ Wikipedia] que le había parecido muy buena: ‘La carretera’ [@ Wikipedia].
Hoy me he levantado algo nostálgico, y con eso de que llevo una racha por el estilo y que los medios no hacen más que recordarnos la precariedad del mercado laboral, he decidido arrancar una nueva saga que he catalogado como ‘memorial del besugo’, en honor a mí mismo, y en la que contaré, así en plan abuelo cebolleta mi escasa experiencia laboral que tan solo se remonta a unos 15 años ya.
Lo mío con los comics hace mucho tiempo que terminó. De hecho la última vez que seguí una serie fue la de Nathan Never y, hasta que reencontré los volúmenes en una caja, se podía considerar que eran tesoros perdidos; absolutamente perdidos. Ahora son tesoros reencontrados y pronto, me temo, estarán camino de la planta de reciclaje de papel. Parece que nadie estaba interesado en que se los regalase.
Todo lo anterior no significa que no lea comics.
Me interesa desarrollar para Blackberry desde el Mac. Aquí van unos enlaces en los que me estoy apoyando para conseguir que funcione la cosa:
@ Software Nuggets. @ Slashdev. @ Azizuysal.
A ver qué tal.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Haca un mes rompía el silencio sobre el último viaje que he realizado hasta la fecha, las dos semanas que pasamos en Florida a finales de septiembre del año pasado, y comentaba una serie de impresiones que traje conmigo. Esto fue una visión más o menos general.
Hoy, por eso de hacer algo más variado el contenido de este mi pequeño rincón para la búsqueda de la trascendencia personal, ahondaré un poco más en el tema y me centraré en los parques de atracciones de Orlando.
El otro día leí un artículo bastante interesante sobre cooperación. En uno de los experimentos de los que se habla en el susodicho artículo, se comenta la utilización de un minimundo computerizado donde existe un recurso limitado. Los participantes, creí entender que todos universitarios, podían explotar el recurso tanto como quisieran —tanto como pudieran, sería más adecuado— para maximizar su propio beneficio compitiendo con el resto de recolectores. Lo que al final acababa por agotar el recurso de forma irreversible.
Después del tremendísimo chasco del noveno título de la saga Mundodisco, ‘Eric’ (reseña), no tenía muy claro si dedicarle tiempo al que cumplía la decena o, simplemente, dejarlo amarillear y pudrirse con la pila de libros de la colección que terminé de recibir hace ya casi un año y que sigue esperando a que la lea. Casi que estaba por la labor de regalarlos. Puede que los últimos libros de humor que he leído me hayan ablandado lo suficiente como para darle una nueva oportunidad a esta franquicia que tan buenos momentos me ha hecho pasar anteriormente.
Para el que no sepa alemán en el título pone «soy (un) programador». Yo no tengo ni idea de alemán, pero mi tío me pasó una vez un curso en vídeo donde el protagonista empezaba precisamente así, presentándose como Peter (Pita) y aclarando que era programador: «Ich haiße Peter und Ich bin programmierer». O algo así. No pasé de los primeros cinco minutos. Luego lo volví a intentar en un curso de Radio ECCA y lo dejé al mes.
De Eduardo Mendoza no he leído mucho. Los dos primeros de la trilogía del detective innombrado, hace muchos años y que volveré a leer como paso previo a meterme con la tercera de las novelas, y ‘Sin noticias de Gurb’. Éste último no me gustó especialmente. No, ver escrito Eduardo Mendoza en la portada de un libro no suele despertar especial interés en mí. Sin embargo, con esta enfermedad crónica que deriva en consumismo inusitado y que se estimula con los títulos de los libros, se me iban constantemente los ojos al último libro que ha publicado: ‘El asombroso viaje de Pomponio Flato’.
Hay una canción de Sabina que, a marcha de Rock, nos narra el anhelo humano por soñar y vivir otras vidas distintas a la que vivimos. Está en nuestra naturaleza —casi diría que escrito a fuego en algún transposón tramposo heredado de alguna permuta génica con algún virus en la prehistoria— la insatisfacción perenne que nos obliga a buscar más. A desear más. Hasta el que proclama a los cuatro vientos estar plenamente satisfecho con su forma de ser, hacer y estar, desmiente con sus actos tal afirmación con la búsqueda de más y de más, repitiendo —intentando repetir, al menos— y reiterando el esquema de su éxito.