Una tarde que salgo temprano —si es que a las seis y media de la tarde se le puede decir temprano— del trabajo decido ir a pasear por la que se ha convertido en zona predilecta en Madrid durante mi estancia: Callao, Sol, Plaza mayor, Gran vía… Ese día, después de llegar a Ópera, me doy cuenta que no tengo tantas ganas de caminar, al fin y al cabo. Altero los planes y opto por acercarme a la FNAC, a poco más de diez minutos a paso lento.
Sé que es un topicazo y que todo el mundo lo ha dicho o escrito un muchillón de veces a lo largo de la historia moderna, pero me resulta fascinante la elasticidad del tiempo. Mi estancia de seis meses en Madrid se pasó en un guiñar de ojos y cuando me volví a Las Palmas tenía la sensación de que no hacía ni un día que me había mudado allí. No llevo ni cuatro semanas en Las Palmas y tengo la sensación de que llevo meses aquí.
En la línea de los libros que he venido leyendo últimamente, tenemos ‘Psiconomía’, cuyo autor es Javier Ruiz, presentador y subdirector de noticias de la cadena Cuatro… Qué grande es Google, sí señor. Con lo poco que veo la televisión no tenía ni idea de quién era este encantador señor. Y el libro no sabía ni que existía. Fue un regalo de mi mujer que, sabiendo que últimamente desperdicio el tiempo en cosas insustanciales como la Economía Conductual, se dejó caer con él en el día de Reyes.
Parece mentira, y por más que uno no haga otra cosa que repetírselo en infinitas ocasiones, el tiempo pasa con una celeridad pasmosa. Tengo la sensación de que fue ayer cuando volvía de Orlando con un cabreo considerable convencido de que había sido el peor viaje de mi vida. Aclaro que en mi vida no he alcanzado a viajar mucho, pero ya hacen falta dedos de ambas manos para contarlos, por lo que me considero capacitado —creo— para construir con ellos una escala cualitativa; sin esconder que a veces también con intenciones cuantitativas.
Cada vez que releo ‘El juego de Ender’ me entran unas ganas tremendas de retomar la lectura asidua del género de ciencia ficción. Junto con el de fantasía fue el preferido las pocas veces que abría un libro en mi adolescencia y primera juventud. Con este afán inercial, me lanzo a rebuscar entre la literatura paciente que espera su momento y que hay en mis estanterías a ver si hubiera algo más del género al que hincarle el diente o, en metáfora más adecuada, posarle el ojo.
Hace unos días iniciaba mi reseña de ‘El mundo’ quejándome de cómo ignorábamos algunos libros por más que se nos pusieran delante en las librerías. Sin embargo, una suerte de efecto contrario también se presenta muchas veces. Hay libros que te atraen poderosamente pero que, por algún motivo que aún no consigo identificar, no terminas de decidirte a comprarlos. ‘Firmin’ es el ejemplo más claro. Habré estado unas veinte veces, si no más, con él en la mano para llevármelo.
Hoy sale por fin a la venta en el país del dinero naciente, del capitalismo desenfrenado y bastión último del verdadero sueño de libertad, o sea los Estados Unidos, el último cacharrito de la compañía de la manzana mordida, el tan mencionado y comentado iPad. Así que, contraviniendo la práctica habitual de este mi rincón, más orientado a enaltecer el tener que el ser, he decidido sumarme a esa cantidad inagotable de gente que aprovecha cada vaporada de Apple para dar su opinión al respecto.
La conversación telefónica fue más o menos así:
—Hola mami. —Hola hijo. ¿Sabes dónde dejaste el libro El juego de Ender? Le había dicho a tu prima que se lo iba a dejar, que tú no tienes ningún problema en prestárselo. Pero he mirado varias veces y no lo encuentro por aquí. ¿Ya te lo llevaste? —No, mamá. Debe estar ahí. Recuerdo haberlo visto la última vez que estuve comiendo en tu casa.
—¡Papá! —Ayayayayayay… Porfavornogrites. Tengo un resacón tremendo. Otra vez me la lió Odín anoche. Buff… Menuda juerga… Ay… Y este Zeus… —Perdona, papá. ¿Papá? —¿Eh? Ah, sí… Estooo… ¿Jesús? ¿Tú eras Jesús, verdad? —Sí, papá, soy tu hijo Jesús. —Bien, bien. ¿En qué te puedo ayudar? Esperaesperaespera… Por favor, no grites. Con calma, hijo mío. —Sí, papá. Con calma. Pero de forma clara y directa. Lo de la Tierra es insostenible.
En general tengo un apetito inmenso por vivir nuevas experiencias (abstenerse los calenturientos mentales, que no me refiero a las de ese tipo, no). Eso se concreta, mayoritariamente, en buscar cosas nuevas que aprender —de ahí que ande siempre saltando de una cosa a otra (reflejado en mi C.R.M.)— y, en la práctica, por escuchar música nueva, nuevos sonidos. Y, cuando el cambio de divisa lo permite o he asumido el rol de hormiguita en detrimento del rol de cigarra, viajar.