Es de suponer que hay algo más que corcho endurecido en el espacio que hay entre tus dos orejas y que, cuando menos, te sorprende, si no te maravilla directamente, lo increíble y fascinantemente variada que se presenta La Madre Naturaleza. Si eres de esos que disfrutan descubriendo cosas que ni se te había pasado por la cabeza que existían, hay multitud de documentales que puedes ver para mantener activa tu red neuronal y mantener vivo tu disfrute por los nuevos conocimientos.
Hacía tiempo que no anhelaba tanto un período de vacaciones. ¿Será que me falta algo en mi trabajo? ¿Que me sobra? No lo creo, porque estoy bastante contento, pero tampoco he parado a pensarlo detenidamente. Lo que sí es cierto es que la última semana, desde el miércoles pasado, se ha hecho eterna, deseando a que llegase el día de hoy. Eso y que hoy toca levantarse tarde (o no tan temprano como de costumbre).
Uno de los primeros cuentos que escribí completo, “El regalo de cumpleaños” también fue mi primera incursión en el género erótico. Primera y última, sospecho. Se lo dediqué a mi amigo Rúbens porque él fue el que me animó a escribirlo cuando le conté la idea. Poco más queda por decir, salvo que lo escribí antes de llegar a la veintena y, hasta esa fecha, no había tenido mucha suerte con el sexo débil, así que me disculpen ellas si hay incongruencias de género.
Hoy ha tocado madrugar más de lo normal, pues he de entrevistar a una candidata a primerísima hora. Al ir a coger la guagua, interioricé lo que llevo algo más de una semana observando acongojado: que los días tardan cada vez más en aclarar y que, por consiguiente y dado que las noches llegan cada día antes, la permanencia del Sol en el cielo se está acortando; y a velocidad de vértigo, añado.
¿A veces no te pasa que estás hasta las narices de escuchar a la parienta? ¿O a tu madre? ¿No soportas la nauseabunda programación televisiva, con la Patiño como abanderada y su estúpidamente insultante “pues gente que conozco me ha contado…”? ¿Acabó la temporada de fútbol y no eres nadie hasta que vuelva a empezar? ¿Piensas que un libro es un artefacto arcano empleado por los alquimista del siglo xiv? ¿No te llega para comprarte la Xbox 360?
“¿Quién me mandaría meterme en este berenjenal?”, es lo que estoy pensando ahora mismo. Aún no ha llegado el material, pero la profesora puso ayer en contacto conmigo para dar comienzo a la formación a distancia (o teleformación, como les gusta llamarlo) de “Técnico superior en prevención de riesgos laborales” (paso de poner con mayúsculas la primera letra de cada palabra, como si fuésemos angloescribientes). 600 horas que, traducidas en un calendario, significa que estaré desde el 8 de agosto, ayer, hasta el 9 de diciembre con este tema.
Hace unos días cayó en mis manos (aunque mejor debiera decir en mi iTunes) un disco de título “Piano Tribute to Pink Floyd”. Como soy seguidor de la banda y amante irredento de los pianistas (al menos de los buenos) de jazz no pude resistirme y lo pasé a mi avejentado iPod.
Esto de los tributos tiene guasa. Escuchas la composición de alguien, pero rematada (y tiene doble sentido ese “re-matada”) por otro.
Hubo un tiempo, de prolongada y casi perenne adolescencia difícil, en que era muy enamoradizo y tenía los sentimientos -los buenos y los malos- a flor de piel. Un día, hablando con una buena amiga a la que quería con locura (en el sentido platónico de amistad), le solté lo que pondré a continuación. Le gustó mucho, así que lo usé en más de una ocasión cambiando la destinataria. Un claro uso de reutilización de algoritmos.
De leer a Ken Rockwell y su constante defensa y recomendación del objetivo 18-200 VR tenía ganas de comprarlo para llevarlo siempre encima, con la D200, y evitarme tener que andar cambiando de objetivo cada dos por tres.
Cuando voy de viaje (o cuando paseo por la isla o voy a un evento social) se da con mucha frecuencia que tenga que pasar de un angular a un teleobjetivo. El 18-200 te evita tener que estar cambiando constantemente de lente y evita, además de “perder la foto”, el peligro de que entre y caiga polvo en el sensor.
Se nos llena la boca cuando barruntamos a los cuatro vientos “libertad de expresión”, que no es más que una forma rimbombante de declarar “tengo todo el derecho a decir lo que me venga en gana; y te jodes”. Lo que en esencia, y salvo en los casos tipificados o recogidos en la Ley, es completa y absolutamente cierto. La libertad de expresión (como resultado de la libertad de opinión) es un derecho adquirido, y de momento mantenido, en la democracia que vino tras la Transición.