cosas que nadie debería perderse en la vida aunque la vida se vaya en ello

'La carretera'

La última semana de mi destierro en Madrid, cuando ya empezaba el ciclo de «despedida y cierre» con los amigos, intercambié algunos presentes con algunos de los más afines. En realidad quería regalar a más gente, pero el tiempo se me echó encima y apenas pude encontrar casi nada que me llamase la atención. A Kiko sí tenía claro qué le iba a regalar. Le regalé la versión en DVD de la película ‘Home’ [reseña], de la que siempre hablo maravillas, y él me regaló una novela de Cormac McCarthy [@ Wikipedia] que le había parecido muy buena: ‘La carretera’ [@ Wikipedia].

'El asombroso viaje de Pomponio Flato'

De Eduardo Mendoza no he leído mucho. Los dos primeros de la trilogía del detective innombrado, hace muchos años y que volveré a leer como paso previo a meterme con la tercera de las novelas, y ‘Sin noticias de Gurb’. Éste último no me gustó especialmente. No, ver escrito Eduardo Mendoza en la portada de un libro no suele despertar especial interés en mí. Sin embargo, con esta enfermedad crónica que deriva en consumismo inusitado y que se estimula con los títulos de los libros, se me iban constantemente los ojos al último libro que ha publicado: ‘El asombroso viaje de Pomponio Flato’.

'Encuentros en el fin del mundo'

Hay una canción de Sabina que, a marcha de Rock, nos narra el anhelo humano por soñar y vivir otras vidas distintas a la que vivimos. Está en nuestra naturaleza —casi diría que escrito a fuego en algún transposón tramposo heredado de alguna permuta génica con algún virus en la prehistoria— la insatisfacción perenne que nos obliga a buscar más. A desear más. Hasta el que proclama a los cuatro vientos estar plenamente satisfecho con su forma de ser, hacer y estar, desmiente con sus actos tal afirmación con la búsqueda de más y de más, repitiendo —intentando repetir, al menos— y reiterando el esquema de su éxito.

'El ángel más tonto del mundo'

Una tarde que salgo temprano —si es que a las seis y media de la tarde se le puede decir temprano— del trabajo decido ir a pasear por la que se ha convertido en zona predilecta en Madrid durante mi estancia: Callao, Sol, Plaza mayor, Gran vía… Ese día, después de llegar a Ópera, me doy cuenta que no tengo tantas ganas de caminar, al fin y al cabo. Altero los planes y opto por acercarme a la FNAC, a poco más de diez minutos a paso lento.

'Firmin'

Hace unos días iniciaba mi reseña de ‘El mundo’ quejándome de cómo ignorábamos algunos libros por más que se nos pusieran delante en las librerías. Sin embargo, una suerte de efecto contrario también se presenta muchas veces. Hay libros que te atraen poderosamente pero que, por algún motivo que aún no consigo identificar, no terminas de decidirte a comprarlos. ‘Firmin’ es el ejemplo más claro. Habré estado unas veinte veces, si no más, con él en la mano para llevármelo.

'El juego de Ender'

La conversación telefónica fue más o menos así:  —Hola mami. —Hola hijo. ¿Sabes dónde dejaste el libro El juego de Ender? Le había dicho a tu prima que se lo iba a dejar, que tú no tienes ningún problema en prestárselo. Pero he mirado varias veces y no lo encuentro por aquí. ¿Ya te lo llevaste? —No, mamá. Debe estar ahí. Recuerdo haberlo visto la última vez que estuve comiendo en tu casa.

'¡Guardias! ¿Guardias?'

Hace un mes comentaba que ‘Pirómides’ era la mejor novela de la saga Mundodisco que había leído hasta el momento. Básicamente porque se alejaba de los magos y de las brujas para recrear un entorno diferente. Esa era la séptima novela y pensé que, siendo el estilo que era el de los libros y la prosa, con sus limitaciones, de quien venía, difícilmente habría alguno otro libro de la serie que lo superase.

'El vendedor de tiempo'

Si bien el anterior libro comentado aquí, ‘El pornógrafo emprendedor’, lo compré porque me llamó su subtítulo, éste estuve a punto de dejarlo en la estantería por el comentario, la alabanza, que se lee en la parte alta de la portada. Me resultó tan ultraneoliberalista la mención que me hice una imagen mental —prejuicios, vamos— de un libro reaccionario en el sentido fachento de la palabra. Vamos, un libro dedicado a elevar como divinas las virtudes de un mercado libre que, en estos últimos años y una vez más, se ha demostrado imperfecto por cómo y cuan fácilmente se ha dejado corromper en sus intenciones.

'Ensayo sobre la ceguera'

Los libros, como lo son las películas, los discos y cualquier otro artículo de consumo que se busque para matar el tiempo, llenar los momentos de soledad o, simplemente, disfrutar con pasión del acto de su consumo, y no necesariamente en el sentido mercantil de la palabra, no dejan de suponer formas de accidente en nuestro camino por la existencia. Forma particular de accidente, cierto es, pero accidente al fin y al cabo, en el que uno puede distinguir un principio, el momento en que posa la mirada en el primer renglón del primer párrafo de la primera página, un nexo, cuando se va reconociendo los nombres y/o las intenciones de los personajes, y un final, cuando llega el momento de despedirte, tal vez de forma definitiva, a veces con signos de ruptura irreconciliable, o con la sensación de que, haciendo uso y abuso de una frase especialmente memorable del cine, «podría ser el comienzo de una gran amistad».

'Travesuras de la niña mala'

Cuando me senté a hacer una breve reseña del libro ‘Travesuras de la niña mala’ lo primo que me vino a la cabeza son los desternillantes «resúmenes julay» que hace sulaco en sus entradas sobre películas. Plagiando esta técnica, diré del libro «un julay quinceañero se enchocha de una niña mona y se pasa cuatro décadas intoxicado por comer marisco en mal estado con regusto a plástico». Tampoco se me ocurre nada mejor.