gustos y regustos tecnológicos

No sin mi iPhone

He sufrido un pequeño ataque de pánico tecnológico. He visto pasar toda mi vida en un instante. Y he protagonizado yo mismo, en mi película biográfica de título “No sin mi iPhone” un drama de magnitud épica. Miro una vez y 95% de batería. Miro un rato después, y completamente apagado. No respondía. Nada. Muerto completamente. Ahí fue donde sufrí el ataque de pánico que decía. Suerte que mi jefe ya había pasado por eso.

iTunes Match sincronizado

Bueno, he aprovechado estos días para dejar sincronizando (a una velocidad de tortuga paralítica) mi biblioteca iTunes con la nube. Ya tengo más de nueve mil canciones «arriba». Pero aún tengo muchos CDs originales por incluir. Que si no lo he hecho hasta ahora, no tengo muy claro que lo vaya a hacer en los próximos mil años. Siglo arriba, siglo abajo. Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría

Cadena de consecuencias claras y probables tras malas decisiones

De forma general, no somos muy conscientes de las consecuencias de un acto simple y sencillo. Pese a nuestra inconsciencia, muchas veces las acciones originales siguen proyectando su sombra en el transcurrir del tiempo e, incluso, inducen a otras acciones. Sin embargo, también hay ocasiones en que la cadena de sucesos tiene un claro origen y resulta fácil determinar la causalidad de lo acontecido. Ayer, sin ir más lejos, me dejé imponer por mi mujer y llamé a Movistar para liberar mi iPhone, como primer paso para buscar una tarifa más económica (algo que ya adelanté aquí).

Alquilando películas en la red

Como he estado todo el fin de semana un pelín «tocado», decidí, que si al final no me llamaban para salir, me quedaba en casa descansando. Es lo que he hecho. Eso y ver películas. Tengo por aquí unos cuantos Blu-Ray que ver, pero tenía ganas de ver algo ligeramente «más moderno». Aprovechando que tenía aún montón de saldo en la PlayStation Store de cuando compré ‘The Last Guy’, me lancé a revisar la oferta para alquiler.

La imagen de la semana

Creo que esta va a ser la imagen de la semana, al menos de mi semana: Al final me he decidido y, aprovechando que tengo una velocidad de descarga de vértigo, acabo de instalar el león. A ver cómo ruge el nuevo cachorrito. Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible.

¿50 gigas? ¡50 gigas!

Amanecía hoy leyendo un correo que me envió el amigo sulaco. Hacía referencia a que Box.net regalaba 50 Gb a los usuarios de dispositivos iPhone o iPad. He corrido como las marujas el primer día de rebajas para hacerme con mi cuenta. ¿Y ahora qué hago yo con tanto espacio? Es una pregunta retórica. Tengo clarísimo en qué voy a usar todos esos gigas. Los 4 Gb de Dropbox, de los que estaba tan ufano, me van a parecer una mierdita ahora.

Odiosas comparaciones

Lo primero que dije, al levantarme esta mañana, fue «a ver si este fin de semana puedo probar el último XCode» (yo me quedé en el 3). Tras iniciar sesión en el centro de desarrolladores lo puse a descargar. Ha tardado 22 minutos. 4,3 Gb. ¡Ve-in-ti-dos mi-nu-tos!. Igualito, igualito, que cuando lo he descargado en Las Palmas, que me supone más de 12 horas y, algunas veces, se jode a mitad de descarga.

Dropbox y Evernote

Esta claro, al menos para mí, que en quince años la cosa ha evolucionado muchísimo en cuanto a gestión de los datos personales o domésticos, término que uso aquí como simple contraposición a los datos de carácter empresarial. Poca gente imaginaría en el año 95, cuando el acceso a Internet empezaba a tocar en las puertas de las casas usando módems V.96 de 56 Kbps, que entrando en la segunda década del siglo XXI las personas tendrían la mitad de su información útil fuera del disco duro del ordenador de su casa y que podrían acceder a ella desde cualquier parte del Globo siempre que se dispusiera de una conexión WIFI, 3G o, ya poniéndonos clásicos, un simple ADSL.

iPad

A nadie se le escaparía que, cuando escribí hace tiempo una entrada sobre el iPad [Pero… ¿para qué quieres tú un iPad, alma de cántaro?], andaba buscando una justificación para comprármelo. Una racionalización del deseo insaciable, de ese Hambre —en mayúsculas— que parece poseerme y que me empuja a despilfarrar dinero miserablemente. Así que no era más que cuestión de tiempo: Ya tengo mi iPad. En realidad lo tengo hace como cosa de dos meses, si mi percepción del tiempo no ha terminado de trastocarse definitivamente.

El día que Steve Jobs destruyó las relaciones humanas, de rebote se cargó la sociedad y el mundo, y perjudicó seriamente la salud de mi abuela

Hace unos días —en realidad bastante más de unos días— caminaba tranquilo en estado de consumista predispuesto. Ese estado en el que paseas tranquilamente por tiendas y comercios, pero sin una finalidad concreta más allá que curiosear y, eso sí y siempre, con la mano intranquila deseosa de sacar la cartera si la oferta resulta lo suficientemente atractiva. En tan lamentable estado me acerqué a unos grandes cajones, de esos que ponen en todos los comercios, independientemente de lo que vendan, lleno de películas en formato DVD a precios increíbles.