La cosa fue más o menos así:
Yo: ¡Hombre, hacía tiempo que no te veía por aquí! Mira en lo que estoy perdiendo el tiempo miserablemente: http://youtu.be/NzUZsaIIfCc L: ¡Mola! ¿Estás haciendo cosas para el iPhone? Yo: Bueno, no exactamente. Estoy haciendo pruebas. L: Pues yo ya he publicado un par de programas chorra; de esos que haces en una tarde. Por cierto, ¿cómo va la búsqueda de curro? Yo: Pues mira, más o menos, aquí sigo, perdiendo el tiempo con estas cosas.
Hoy domingo me he levantado particularmente inquieto y deseoso de retomar aquel vestigio de mis memorias laborales que empezó contando la anecdótica experiencia de montador de escenarios para conciertos [Los preliminares laborales]. Sin embargo, me he levantado más inquieto aún porque observo algunos problemas de memoria. Ahora mismo no estoy nada seguro de que la primera empresa para la que «trabajé» (luego explico el motivo del entrecomillado) por cuenta ajena se llamara INEMA.
Finalmente ayer se concretó lo que ya se me había adelantado telefónicamente el día diez de mayo. Entonces fue un regalo de cumpleaños algo amargo e indigesto. Aunque totalmente comprensible.
Cuando la dirección me invitó a pasar unos días en Madrid a principios de este mes, raramente cabía otra posibilidad. Han sido cinco meses de incertidumbre. En realidad bastante más, pues era una consecuencia lógica que tarde o temprano tenía que llegar y que se podía percibir desde mucho antes.
Ya decía ayer [iPhone, MonoTouch y la insoportable levedad del ser: El comienzo] que quería dejar constancia escrita (a modo de recordatorio para el futuro dentro de la saga Cuadernos del tolete [@ mi blog], también) de lo que observé al probar MonoTouch [Web oficial]. Y compararlo, en la medida de mis limitaciones, con las otras alternativas que he ido revisando: PhoneGap [Web oficial] y el propio Objective-C [@ Apple].
Cumplido ya el primer semestre del año 2010 puedo asegurar que el año se está desarrollando de forma excesivamente extraña para mi gusto. Bastante revuelto. Y no necesariamente tiene que ver con la crisis económica que está poniendo patas arriba todo y a todos. Un año raro. Muy raro.
Raro en el aspecto laboral también. Y esto tal vez sí se excuse en la crisis. Tal vez. Me encuentro en un constante «ahora sí, ahora no» y los proyectos que empiezo se caen con «mucha facilidad».
Hoy me he levantado algo nostálgico, y con eso de que llevo una racha por el estilo y que los medios no hacen más que recordarnos la precariedad del mercado laboral, he decidido arrancar una nueva saga que he catalogado como ‘memorial del besugo’, en honor a mí mismo, y en la que contaré, así en plan abuelo cebolleta mi escasa experiencia laboral que tan solo se remonta a unos 15 años ya.
Sé que es un topicazo y que todo el mundo lo ha dicho o escrito un muchillón de veces a lo largo de la historia moderna, pero me resulta fascinante la elasticidad del tiempo. Mi estancia de seis meses en Madrid se pasó en un guiñar de ojos y cuando me volví a Las Palmas tenía la sensación de que no hacía ni un día que me había mudado allí. No llevo ni cuatro semanas en Las Palmas y tengo la sensación de que llevo meses aquí.
Hoy toca a su fin la estancia forzada por cuestiones imponderables de trabajo. Lo que venía a hacer a Madrid no se podía hacer sino en Madrid. Al menos esa era la excusa que me trajo aquí. Un proyecto que, tan pronto pisé el suelo de la oficina central se convirtió en vapor. Cinco meses de destierro sin tener un motivo claro para estar y en el que los planes dentro de planes dentro de planes se iban perfilando.
La estancia en Madrid está resultando muy provechosa en cuanto a anécdotas laborales. Contra todo pronóstico —al menos el de los que me trajeron a Madrid— he tropezado con un grupo de gente fantástica con la que he hecho muy buenas migas. Todas las semanas salimos alguno de los días —a veces más de uno— a tomarnos unas cervezas y acabo llegando a las tantas al piso. Cierto que digo que estoy a un tiro de piedra en tren del centro de Madrid, pero siempre que tenga en cuenta que el último tren pasa por Príncipe Pío a las once y media de la noche.
Se cumplen cinco meses de mi estancia en Madrid y apenas queda poco más de una semana para que retorne a mi casa y a mi puesto de trabajo como responsable de delegación en Las Palmas. Siendo como soy un eterno insatisfecho, ni me apasiona la idea ni dejo de alegrarme por dejar atrás esta experiencia independentista de mi persona. Y es que, como casi todo en la vida, hay cosas que me han gustado muchísimo y otras que no me han gustado nada de nada.