Hace ya unos días que se cumplió mi cuarto mes de estancia en Madrid. De alguna forma se van confirmando los planes dentro de planes dentro de planes que ya sospechaba cuando vine a pasar, en teoría, no más de seis meses. Probablemente cuatro. En buena medida estoy catalizando la peor de las alternativas posibles, pues ya se sabe que el futuro nunca está escrito —del todo—; pero hay cosas que me superan y ando un poco harto de estar harto.
Hace ya unos días que se ha cumplido, sin descontar las dos semanas que pasé por Navidad en Las Palmas, tres meses que me desterraron a Madrid. En varias ocasiones he comentado lo bien que me siento aquí, en una ciudad grande, con lugares nuevos que conocer y con, esto es fundamental, un transporte público de envidia. Las grandes ciudades se construyen sobre buenos sistemas de transporte público. Los gobernantes que olvidan este detalle a) no quieren a su pueblo y b) condenan a la ciudad al caos.
—¿Qué tienes ahí? —Nada —El que nada no se ahoga. El que se ahoga es un bruto. Bruto mató a César. Cesar fue emperador de Roma. Roma está en Italia. Italia está en Europa. Europa está en el Mundo y el Mundo es una pelota. ¿A que sí, papi? —Claro, claro
Extracto de una conversación mantenida por dos niñas, tal vez de 11 y 9 años, y su agotado padre, mientras esperábamos a que la cinta empezara a escupir nuestras maletas este miércoles pasado, cuando volvía a Madrid desde Las Palmas.
Hace ya dos meses que la empresa decidió que era más valioso en Madrid que haciendo las veces de responsable de la delegación de Las Palmas. Más allá de los planes dentro de planes dentro de planes que veía en esta decisión, la acogí con los brazos abiertos porque me daba una oportunidad -todo pagado- que no había tenido hasta la fecha: vivir en una gran ciudad. Cuando llegué no tenía ni idea de cuánto duraría.
Hace tiempo que no escribo. He leído en multitud de sitios que el motivo para desatender la bitácora es que tienes cosas más interesantes que hacer. Es posible que así sea, no lo voy a negar. Este último mes que he pasado en Madrid ha consumido muchísimo tiempo lejos de un teclado y una pantalla. Principalmente en el aspecto laboral. Aunque también en la vertiente lúdica. Cuando llego al piso apenas dedico tiempo a leer algunos mensajes de correo y poco más.
Mi sentido arácnido está muy agitado. Tanto como la situación en la empresa. El jodío me está gritando al oído que la cosa no cuadra lo más mínimo. A mentalizarse que tal vez en unas pocas semanas se acabe la aventura madrileña.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
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En un mes, aproximadamente, hará año dos años y medio que trabajo para la empresa en la que estoy actualmente. Según mi «historia personal» eso significa que ya debería andar buscando otro trabajo. Quienes me conocen saben que no aguanto más de tres años en el mismo sitio. Como en aquel supuestamente famoso estudio de parejas, tres años es el tiempo que tardo en encontrar los defectos y las «insalvables distancias» en mi relación profesional con el que me ingresa el sueldo mensual.
En la poco más de una semana que llevo en Madrid, es la primera vez que me siento aburrido. Ha sido una semana muy intensa y, en este momento previo a irme a la cama un domingo por la noche, he tenido ganas de no estar aquí y estar en casa con mi mujer. Vaya gilipollez. Una ducha calentita y a leer, qe es como se superan estas crisis.
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Venirse a Madrid pensando que iba a pasar frío y encontrarme con tanto calor como el que había en Las Palmas tiene mérito. Y es muy jodido.
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Por último pedir diculpas por el contenido.
Confieso, como otras tantas cosas que ya he confesado en esta mi bitácora, que soy un tipo bastante desordenado, en general, aunque esto, me digo a mí mismo, no tiene por qué significar desorganizado. En general siempre sé lo que tengo que hacer en cada momento, aunque es cierto que muchas veces pierdo algo de tiempo buscando las cosas que necesito. Por eso, sí creo que soy desordenador, pero no desorganizado.