fusión fría del intelecto
Cuando empecé esta bitácora, a mediados de 2008, tercera o cuarta reencarnación de mi deseo de trascender por la vía del exhibicionismo ciberespacial valiéndome del simplón mecanismo de ventilar las nimiedades que me acontecen o en las que participo, andaba también revisitando la mejor de las series divulgativas rodadas hasta la fecha, la mejor por su carácter y enfoque holístico: Cosmos. Algo de lo que dejé constancia unos meses más tarde —con mi particular forma de decir y escribir las cosas— en su correspondiente entrada [aquí].
No, no, tranquilos, que no les voy a regalar el sentido con otra receta a lo falsarius chef como la última de macarrones, perdón «cacarrones». A decir verdad, aún me quedan macarrones (exagerando un mucho) y estoy ahíto de la cocina.
Hoy he almorzado en el trabajo. Pagando una pasta inmensa por lo que suele ser un menú ridículo. En el menú del comedor de hoy disponían como opción A para primer plato de unas «patatas con chorizo».
En lo tocante a literatura, terminé el año comentando un cuento gráfico de Aleix Saló, ‘Españistán’ [reseña], y decido que la primera reseña del año corresponda a la última obra del mismo autor: ‘Simiocracia’, con el pretencioso subtítulo «Crónica de la Gran Resaca Económica».
Lo compré el mismo día que el anterior porque estaba a dos euros y medio. Vamos, que me llevé las dos obras del autor por menos de lo que te cobran en un pub por dos cañas.
Para acabar el año toca revisión literaria. Bueno, en este caso de una novela gráfica, si así se la puede llamar. Por longitud sería más bien cuento gráfico. Aunque para la mayoría será un comic, tebeo o historieta. Sirva igualmente el mismo, su contenido crítico, para reflexión —al menos para intentarlo— de lo que somos y por qué lo somos, y de cómo nuestro pasado se ha escrito y rescrito a base de promesas rotas y mentiras desproporcionadas.
Sigo basante de cerca el conflicto de la sanidad pública madrileña. Aunque paso más de la mitad del tiempo en Las Palmas, mi lugar de residencia, trabajo para una empresa de la capital y paso unas cuantas noches al mes —muchas más al año— en Madrid. Cerca del piso en el que me quedo hay un centro de salud y frecuentemente veo al personal del centro manifestarse en la puerta. Tienen mi simpatía por muchos motivos.
En mi vida —como imagino que le habrá pasado a casi todo el mundo— he tropezado con gente de todo tipo. En general he tenido suerte y puedo decir que la gran mayoría han sido personas que de una forma u otra, en mayor o menor medida, han conseguido dejar su impronta, siempre positiva. Aunque también he tropezado con esos que decimos “ruines y malvados”; por no mentar directamente a sus madres, que bastante habrán sufrido ya con parirlos y, en el fondo, desconozco cuál es su fuente de ingresos.
A Charles Darwin, durante su visita a Las Islas Galápagos, le intrigó sobremanera la fértil variedad de especies y cómo, siendo algunas tan parecidas entre sí, perteneciendo al mismo género, eran distintas según la isla donde se encontraban. O las diferencias de estas especies de las islas con las que catalogara en el continente. Fue ya ordenando sus notas de las islas, tras un viaje de cinco años, que propuso su famosa teoría de la evolución.
Hace ya un par de semanas que «perdí» mi pequeño bq Cervantes 2. Decía en la entrada en que me quejaba de ello —mi mujer insiste en que me quejo demasiado, que soy muy negativo y que dramatizo todo en exceso— que es curioso lo rápido que se adapta uno a las «facilidades». Eso de llevar cuatro mil libros encima en apenas doscientos gramos es una de esas maravillas de la tecnología que hoy en día no parecen nada del otro mundo.
Este fin de semana ha tocado quedarme en Madrid. Suelo llegar roto al fin de semana, por lo que es raro que salga por ahí si no me llaman. Y no me llaman casi nunca. Aunque este fin de semana sí que fui a darme una vuelta por el centro, que hacía tiempo que no visitaba. Es curioso cómo no me molesta ir tropezando con la gente cuando es en plan visita (cuando vivía en la calle Mayor sí que me fastidiaba ir tropezando y rebotando entre la muchedumbre).
Ay, qué gratos recuerdos los de no hace tanto. Aunque la verdad que parece que hiciera ya un siglo. Aún empezábamos la segunda década del que se imaginaba prodigioso siglo XXI. Ninguno de los que crecimos leyendo Ciencia Ficción, de la generación que vivió la normalización de la televisión en las sobremesas y las cenas, dudaba ni un instante que allá por el año 2012 cada uno tendría un cohete aparcado en la ventana y que tendríamos dispositivos bajo la piel que nos comunicaría con cualquier persona en cualquier sitio sin requerir de andar girando una rueda con números.