redobles de un bufón sin gorro ni cascabel
Creo que lo normal es que, cuando subes al avión, te reciban una o dos de las personas que componen la tripulación de cabina (también conocidos como azafatas y azafatos), y que a medida que te adentras por el pasillo te vayas encontrando al resto. Te dan la bienvenida con una sonrisa, te ofrecen indicaciones sobre el equipaje, te señalan dónde sentarte (o dónde no hacerlo) e, incluso, te ayudan a buscar un sitio donde dejar la maleta si el compartimento superior de tu fila está a reventar.
Tampoco es algo que resulte especialmente reseñable. Llevaba tiempo dándole vueltas a la idea. Finalmente eliminé mi cuenta de Facebook.
No, no la desactivé. Desactivar lo puedes hacer directamente desde las opciones de la administración de la cuenta. No. La eliminé completamente. Antes borré una a una las publicaciones y las fotografías que tenía desde que la abrí. Toda precaución es poca. Bueno, eliminada en teoría, porque te mandan un correo diciendo que durante dos semanas aún te puedes arrepentir.
Me imagino al Valera trastocado leyendo la noticia: «A Linterna Verde le van los cipotes» (aquí). Esto es «Educación para la Ciudadanía » por la vía bestia y del hardcore. A ver cómo se las ingenian los wertianos para impedir que estos comics alcancen al cándido pube, sumido en la inocencia que a su edad le corresponde, y evitar que se lo adoctrine, se le tiente e invite a participar de los amarenamientos antinátura de esos sodomitas desviados y perversos que son los maricas y maricones.
¿Te ha pasado escuchar alguna vez un sonido intenso sin haberse llegado a producir realmente? No hablo de escuchar voces, en plan paranoico, sino de percibir un ruido, generalmente intenso, y no haber indicios cerca de nada que lo haya generado. A mí a veces me pasa. Me despierto de madrugada sobresaltado creyendo que el timbre de la puerta ha sonado. Y me quedo escuchando, con el corazón rebotando contra los pulmones a toda máquina, y no suena nada fuera.
Este fin de semana ha tocado quedarme en Madrid. Suelo llegar roto al fin de semana, por lo que es raro que salga por ahí si no me llaman. Y no me llaman casi nunca. Aunque este fin de semana sí que fui a darme una vuelta por el centro, que hacía tiempo que no visitaba. Es curioso cómo no me molesta ir tropezando con la gente cuando es en plan visita (cuando vivía en la calle Mayor sí que me fastidiaba ir tropezando y rebotando entre la muchedumbre).
He sufrido un pequeño ataque de pánico tecnológico. He visto pasar toda mi vida en un instante. Y he protagonizado yo mismo, en mi película biográfica de título “No sin mi iPhone” un drama de magnitud épica. Miro una vez y 95% de batería. Miro un rato después, y completamente apagado. No respondía. Nada. Muerto completamente. Ahí fue donde sufrí el ataque de pánico que decía. Suerte que mi jefe ya había pasado por eso.
Bueno, he aprovechado estos días para dejar sincronizando (a una velocidad de tortuga paralítica) mi biblioteca iTunes con la nube. Ya tengo más de nueve mil canciones «arriba». Pero aún tengo muchos CDs originales por incluir. Que si no lo he hecho hasta ahora, no tengo muy claro que lo vaya a hacer en los próximos mil años. Siglo arriba, siglo abajo.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
¡La polla! ¡Es un vino! Aunque por las puntuaciones, muy buen follador vino no parece ser ;-)
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Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo.
…mientras trajinaba pa’lante y pa’trás en la cocina, pude ver un fugaz reflejo de mi perfil en la ventana de la cocina —es lo que tiene cocinar de madrugada, que la oscuridad exterior convierte en espejos de feria los vidrios de las ventanas— y tuve la sincera sensación de parecerme cada vez más al grande Hitchcock. De ahí se derivaron dos hilos de pensamientos paralelos —para ello cuento con dos hemisferios cerebrales—.
Esta mañana abrí los ojos como platos tomando dura y plena conciencia de que no había sacado la comida del congelador el día anterior y que, por inducción deductiva, no tendría qué almorzar hoy en el trabajo. Soy pobre, como el banco insiste en recordarme, así que eso de comer fuera lo dejo para los jueves, salvo que la imperiosa necesidad se imponga, ya que el jueves viene a ser el día madrileño del colegueo restaurantil.