redobles de un bufón sin gorro ni cascabel
Leía esta mañana en la portada del ADN el siguiente titular: «El Rey augura más sacrificios» (aquí el artículo en la web del periódico). Y me pregunto yo si no podríamos empezar sacrificando algún Borbón, que bien gorditos, creciditos y rollizos se los ve a todos. Buena cantidad de euros que nos cuesta a los contribuyentes.
Nadie dijo que los pobres no pudiésemos soñar, ¿no?
A veces me dan unos prontos republicanos que no me soporto ni yo mismo.
Hoy he llegado especialmente empanado a casa. Con lo del mosquito y que ya arranqué la semana durmiendo mal, he llegado al ecuador casi agotado. Así que me he sentado delante de la tele y, estrujándome el cerebro para escribir las dos entradas anteriores, he encendido la tele y el cacharro que me pusieron los de ONO al contratar la línea. En el tiempo que llevo con fibra la habré encendido dos veces.
Pese a la polémica sobre la calidad del audio en la edición española, que me había convencido para no comprarla, al final acabé cayendo en la tentación.
La vi tan bien puesta al entrar a Media Markt, mirándome con esos ojillos tan tiernos de «cómprame por sólo 72€», que no pude resistirme. Otro asalto a la economía doméstica, ya bastante maltrecha. En fin, como dice mi padre, “la pobreza me hará más espiritual y me acercará al Dalia Lama”.
El tren es un escenario inmejorable que se presta a la puesta en escena de la variada y fértil riqueza de comportamientos humanos que existen. Es raro el día que no vea a alguien que no llame mi atención (y a veces prefiera evitar). Aquí el que parece ser alérgico al agua y nos recuerda que el olfato es también un sentido que duele; allá el que, en guerra simétrica, se ha nombrado paladín de algún fabricante de perfumes; en este otro lado esa guapa y grácil chica que lee con concentración suprema mientras hurga en su nariz, extrae el género con delicadeza, le da forma esferoide y lo proyecta al infinito en certero movimiento de índice y pulgar sin perder la línea de la página que la entretiene; o el que lleva unos auriculares del tamaño de dos sandías de premio Guines, siguiendo el ritmo musical con el cuello, que mientras canturrea para sus adentros se mete la mano en los pantalones para amansar -y masajear- a las ladillas compañeras; cuando no es un hombre orquesta maltratando guitarra y tímpanos a la espera de que sus esfuerzos fueren recompensados con una transferencia de riquezas en su beneficio, una misionera de algún credo extraño y contemporánea de Matusalén que ruge los milagros de un dios ausente, o aquella del fondo, que bosteza con tal naturalidad y tal carencia de inhibición que se puede saber lo que ha cenado anteanoche.
A John (Forbes) Nash, mente maravillosa donde las haya, le perdían los patrones, existiesen o no. A mí las formas literarias, los géneros narrativos y las figuras retóricas. Aquí yo veo La fábula del banquero y el hipotecado.
También vale la del político y el votante o, tal vez por ser más actual, la de Rodrigo Rato y el trabajador.
Apostilla: Madre mía cómo se las gasta el bicho de los cojones.
Creo que tendría 6 o 7 años cuando en Televisión Española comenzaron a emitir los capítulos de Mazinger Z. Si no recuerdo mal lo hacían después del telediario, a las dos y media de la tarde, y únicamente emitían los sábados. Como todo niño la gran mayoría de los niños de mi edad, porque también los había raritos a los que no les gustaba, alucinaba con la serie de dibujos más cañera que recordaba; con esa edad tampoco es que hubiera visto mucho digno de recordar en un sistema en el que, en la práctica, solamente existía una cadena de televisión y era pública.
tactactactactactactactactactactactactactac…
¿Qué estás haciendo, chavo? ¿Trabajar? No. Escribir. ¿Y qué escribes? Escribo sobre un libro que he leído. Ah… tactactactactactactactactactactactactactac…
¿Qué es egolatría? Es el culto a uno mismo, a mí, ser sobresaliente, superior, superlativo; de mente prodigiosa, deslumbrante y ejemplarizante, sin comparación posible con el resto de mortales, inferiores; de ánimo y alma magnánimos y, no lo olvidemos, amo y señor de mi tiempo y de esta casa, mi reino, donde soy el único y verdadero dios.
Hace tiempo que sospecho que padezco algún tipo de desorden obsesivo compulsivo. Alguna especie de pulsión que anula cualquier capacidad de buen juicio que pueda tener. Y de buen juicio sí sé que tengo poco. Aunque a veces creo que se trata, simplemente, de un problema de aburrimiento. En cualquier caso me lo tendré que mirar.
Últimamente me ha dado por leer. Estoy leyendo mucho. Al menos «mucho» para alguien como yo, que lo más que leía eran artículos y libros técnicos.
Hace un par de semanas leí una entrada, Los baños de empresa son sistemas caóticos, del amigo Adastra, y teniendo reciente la lectura del libro ‘Las trampas del deseo’, se me ocurrió un experimento social. No sé si entraría dentro de la categoría de economía conductual, pero yo se los planteo igualmente y ya me cuentan su opinión al respecto.
Adastra comentaba que, pese a tener un letrero en los baños que su empresa que reza «__Deja __el baño como lo encuentras.
Me ha costado, pero he conseguido meter -con un gran calzador- el puñetero código JavaScript para mantener una paginación cutrilla. 24 horas antes del tiempo límite que me habían dado. Soy la polla de bueno. De aquí al infinito…
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
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