reverberaciones de una existencia
Hoy venía cayéndome de sueño en el tren. Responder a la lectura de dos líneas con dos cabezadas no es la mejor forma de leer, no. Y venía con el dedo tieso. En perfecta posición para condenar a muerte a los gladiadores o para hacer autoestop. A la una y poco un mosquito anunció su advenimiento y, en ese letargo pseudoconsciente que es la frontera entre el sueño y la vigilia daba yo manotazos para alejarlo.
Estoy vivo. Aunque la ausencia de entradas publicadas durante los dos últimos meses de lugar a pensar lo contrario. Sigo vivo, sí. El calor de Madrid no ayuda; al menos a querer seguir estándolo. A veces te planteas si no estarías más a gusto bajo dos metros de tierra que sudando de forma infinita por cada poro y encharcando cada pliegue de piel, allí donde dos masas de carne, de tu propia carne, entran en contacto.
Hoy toca cumplir años. Se alcanza la curiosa cifra de 39. A las puertas de ese universo desconocido y temido que son los cuarenta. Recordatorio de que ya la cosa va irreversiblemente cuesta abajo y sin frenos. Tal vez, también, el ecuador de mi propia existencia, que en la Gran Historia del Universo no será más que un bufo de microbio, pero que te da por pensar que tal vez deberías tener ya respuestas a las Grandes Preguntas [1]: ¿Cuál es el Sentido de La Vida?
La cosa fue más o menos así:
Yo: ¡Hombre, hacía tiempo que no te veía por aquí! Mira en lo que estoy perdiendo el tiempo miserablemente: http://youtu.be/NzUZsaIIfCc L: ¡Mola! ¿Estás haciendo cosas para el iPhone? Yo: Bueno, no exactamente. Estoy haciendo pruebas. L: Pues yo ya he publicado un par de programas chorra; de esos que haces en una tarde. Por cierto, ¿cómo va la búsqueda de curro? Yo: Pues mira, más o menos, aquí sigo, perdiendo el tiempo con estas cosas.
Esta es la predecible, y seguramente inevitable, continuación de ‘El ABC de los tiempos perdidos’. Entonces no me preocupaba demasiado. Eran unas más que merecidas vacaciones. Pero tras cinco meses en las listas del paro, y con varios rechazos a mi «impecable» curriculum —al menos eso es lo que afirman las personas que llaman para entrevistarme— por cuestiones de idioma, confieso que empiezo a preocuparme ligeramente. Aunque no puedo decir que me angustie aún.
Recientemente he pasado una semana en Madrid. Lo tenía programado desde hace tiempo. El objeto era pasar un tiempo con los amigos que allí dejé [Lo que sí echaré de menos], aunque finalmente intenté colar algún momento de búsqueda activa de empleo. Así que salvo por el fin de semana, que lo pasé en casa de unos amigos, desayunos, almuerzos y cenas los dediqué a unos u otros, en un punto de Madrid u otro, pero en todos los casos el evento en cuestión ocurría en alguno de los cientos de sitios que hay para comer en esa ciudad.
Con esto de las obras y pintar el piso, para luego andar reordenando las pertenencias [El ABC de los tiempos perdidos], uno se enfrenta a cantidades diogenianas de cosas que se van acumulando en los cajones y que, ante el nuevo status quo de falta de espacio, obligan a un proceso de filtrado cuyo fin último es soltar lastre. Ello conlleva, claro está, poner especial cuidado para no tirar algo que aún tenga valor.
Hoy domingo me he levantado particularmente inquieto y deseoso de retomar aquel vestigio de mis memorias laborales que empezó contando la anecdótica experiencia de montador de escenarios para conciertos [Los preliminares laborales]. Sin embargo, me he levantado más inquieto aún porque observo algunos problemas de memoria. Ahora mismo no estoy nada seguro de que la primera empresa para la que «trabajé» (luego explico el motivo del entrecomillado) por cuenta ajena se llamara INEMA.
Tal como finalizaba la última entrada [El ABC de los tiempos perdidos] aproveché que mi mujer [Mis ratos en la cocina] tenía el almuerzo de empresa en Fuerteventura este viernes pasado para pasar ahí el fin de semana y desconectar de tanta obra y tanto arreglo doméstico, pese a que ya iba mal de tiempo con algunas de las muchas otras cosas que quería hacer desde que me quedé en paro.
Cuando finalmente me comunicaron la decisión directiva de finalizar mi colaboración con la empresa [Futuros personales, intransferibles e inciertos], y tras superar las primeras experiencias de vértigo existencial, acabé proyectando un futuro a corto y medio plazo lleno de todas aquellas cosas que hasta la fecha, por hache o por be, no había acometido o realizado. Me convencí a mí mismo que esta era la oportunidad perfecta para hacer todo eso y, si cabía y podía, más.