tentáculos del lado oscuro
Por cuitas culinarias —tan sólo a mí se me ocurre tener el antojo de verdura al vapor cuando mi mujer me dejó el congelador repleto de exquisita comida, suficiente como para alimentarme varias semanas—, anoche no logré acostarme hasta hora y media más tarde de la hora límite que me había fijado para meterme en el sobre; que ya de por sí es tarde. Caí inconsciente en segundos pensando que, al menos cuatro horas y media de sueño serían suficientes para afrontar los retos del día siguiente.
Hoy venía cayéndome de sueño en el tren. Responder a la lectura de dos líneas con dos cabezadas no es la mejor forma de leer, no. Y venía con el dedo tieso. En perfecta posición para condenar a muerte a los gladiadores o para hacer autoestop. A la una y poco un mosquito anunció su advenimiento y, en ese letargo pseudoconsciente que es la frontera entre el sueño y la vigilia daba yo manotazos para alejarlo.
Hará cosa de una hora que volví del aeropuerto. Acompañé a mi mujer para que volviese a Las Palmas. Apenas una hora y se nota las dos semanas que tenía a alguien que me recibía cuando llegaba del trabajo. Ya se la echa de menos…
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
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¿Soy el único que piensa que los comerciales andan últimamente un pelín agresivos? Además de llamarte cuatro veces a la semana para ofrecerte oportunidades únicas por ser cliente VIP, te preguntan —a veces con cierto tono de enfado—que por qué no estás interesado si el producto es tan fantástico que hasta su madre le ha pedido tres. Desde luego algo ha cambiado desde aquel «el cliente siempre tiene la razón» y la sabia práctica de «no discutas con el que te da de comer».
O un enfriamiento, o un resfriado, o un enfisema pulmonar. Lo cierto es que ayer me pilló por sorpresa la bajada de temperatura a primera hora. Me levanto a las cinco y media de la mañana y salgo un rato después. Y ayer hacía frío. Mucho. Y la noche anterior hacía calor. Bastante. Y yo iba en camiseta de algodón fina y de manga corta; y acababa de ducharme con agua más bien caliente.
«Tienes que echarlo todo para fuera. ¡Escríbelo!» Así me incitaba una persona que conocí en un foro en el peor momento que recuerdo de toda mi vida profesional (que entonces ya iba para 14 años). Ni familiares ni amigos, siquiera mi mujer, conseguían entender por lo que estaba pasando; más bien parecía que me caía un chaparrón de recriminación. Sólo se me ocurre el símil del viejo león enjaulado al que le enseñan la sabana, pero que no puede correr libremente.
Hoy será breve: ¿Qué ven de raro en la siguiente imagen? Tómate tu tiempo, si lo necesitas.
Para el que no lo haya hallado aún, aquí va una pista: mira el epígrafe bajo el que se encuentran los títulos de los libros que aparecen en la imagen. ¿Sigues sin entenderlo?
Es raro que pasee por la zona, pero cuando lo hago y decido entrar en El Corte Inglés de Mesa y López, es más raro aún que no me acerque a la sección de Ciencias a curiosear qué libros tienen.
Esta es la predecible, y seguramente inevitable, continuación de ‘El ABC de los tiempos perdidos’. Entonces no me preocupaba demasiado. Eran unas más que merecidas vacaciones. Pero tras cinco meses en las listas del paro, y con varios rechazos a mi «impecable» curriculum —al menos eso es lo que afirman las personas que llaman para entrevistarme— por cuestiones de idioma, confieso que empiezo a preocuparme ligeramente. Aunque no puedo decir que me angustie aún.
Leyendo la estupenda entrada de ladrona de calcetines [Escritores, tomates, actores, Rolex y leyes], voy a parar al último artículo de Fernando Savater [Los colegas de ‘Mad Max’] que, ya en su título y de forma casi constante en sus párrafos, parece recurrir a la forma de la ofensa o del menosprecio de aquellos que opinan lo contrario y se enfrentan a las tesis defendidas por la industria y sus valedores o paladines del Ministerio de Cultura y su cohorte de creadores.
En avión prefiero sentarme en la parte trasera. Casi siempre lo consigo. Es una de mis manías y nada tiene que ver con que la gente que se sienta atrás tenga un 40% más de probabilidad de sobrevivir a un accidente [Safest Seat on a Plane]. Curioso que los que más pagan por sentarte al principio tengan menos probabilidad de sobrevivir. Pero no comentaba lo del avión por este motivo. Con los años he ido reforzando este gusto por ir atrás dado que me permite observar, aunque ligeramente y de forma sesgada, el comportamiento del resto del pasaje.