Thermomix. Efecto en cadena. Formas de venta. "Godos". Es entretenido hacer pan.


Esta entrada ha sido recuperada gracias a Wayback Machine de un blog que mantuve en La Coctelera.


Hace unos días, la familia ha crecido. Al menos la rama de la familia electrodoméstica. Mi mujer ha comprado, en comodísimos plazos cuasi-eternos, una Thermomix. El modelo M31, que se supone es el más reciente. La compró en una de esas demostración que se hacen relacionadas con el producto. No es como cualquier otro producto que conozca. Se montan unas reuniones demostración en casa de alguien que ya la haya comprado y l@s interesados la compran allí mismo. Mi mujer fue a casa de su prima que la compró unos días antes en una demostración que se hizo la semama anterior en casa de su cuñada que la había comprado hacía cinco días… Vamos, que la historia de la Thermomix es un curioso ejemplo de efecto en cadena (o en pirámida, si por cada uno que la compra la compran más de un conocido). Efecto en cadena al menos entre las mujeres, que tengo la sospecha -pese a que esto pueda resultar una generalización burda y machista- que no soportan que la otra tenga el aparatito y ellas no puedan disfrutarlo.

Lo de la Thermomix no es nuevo para nosotros. Hace ya unos tres años estuve detrás de comprarla como regalo de reyes para mi mujer. Por entonces teníamos buena amistad con un matrimonio asturiano. La hermana de ella la tenía y sólo hablaba maravillas del chisme. La verdad es que yo soy muy perezoso para meterme en la cocina, pues no me gusta nada tener que recogerla después de haberla puesto patas arriba y, con todo lo que decía esta mujer sobre la Thermomix me entraban ganas de comprarla para ver si me animaba a hacer cosas. Todo parecía mucho más limpio y más rápido, tal como me gusta. Había un “pero”, que sólo se podía comprar previa reunión de demostración. A esas reuniones tenías que acudir si te invitaba alguien que ya la tuviese. Así que, para poder comprarla, sólo podía hacerlo si lo solicitaba la hermana asturiana. Curiosa forma de venta, aunque supongo que aprovechando el sentimiento de envidia femenino, más el hecho de ser la propietaria la agente comercial responsable de llamar a los potenciales compradores, que por obligación de familiaridad han de acudir, es un mecanismo de venta interesante a la par que controlado.

El problema vino en que ya no podía acudir a la única persona que conocía con la Thermomix porque me harté de los “godos” y rompimos relaciones. Aunque “godo” no tiene porqué ser despectivo, ya que es una forma de llamar al peninsular que vive en Canarias, lo cierto es que de forma general se hace uso de éste epíteto con cierto desprecio. De madre y abuelos maternos peninsulares, yo nunca he sentido mucho cariño a esta palabra. Más bien no entendía a aquellos que la usaban en la forma despectiva. Durante toda mi vida he tenido mucho amigos peninsulares y no he sido educado para despreciar a la gente por su nacionalidad o lugar de origen. Puede que esté motivado porque no dejo de ser un “mestizo” a ojos de los que se consideran “pura sangre canario”. Lo que, dejen que diga de paso, es una pura chorrada; como lo son todas las chorradas nacionalistas que conozco. ¿Habrá que repasar la historia y los movimientos humanos?. Sin embargo fue con estos asturianos cuando interioricé la fuerte implicación de la palabra para aquellos mayores que la usaban con desprecio cuando yo era pequeño.

Me harté, y aprehendí el sentido que le dan en estos casos a la palabra, de los “godos”. Se vinieron en tropel. La madre, que se vino con un hombre algo menor que consiguió trabajo aquí y ella consiguió trabajo en Hospital El Negrín. Se vino la hermana, la de la Thermomix, que conoció a un chico de Las Palmas por el chat y se vino a vivir con él. Y se vinieron ellos, el matrimonio, porque allí estaba la cosa más complicada en cuanto a trabajo y consiguieron trabajo aquí. Ella en MediaMarkt y él en una empresa de construcciones, creo recordar. Parece que todo aquí estaba bien porque se les ofrecía nuevas y mejoradas perspectivas de futuro. Al menos eso es lo que pensaría cualquiera que hubiese conocido los motivos por los que vinieron. Pues no, al parecer esto aquí para ellos suponía un sufrimiento. No nos entendían al hablar, por ejemplo. Hablábamos rematadamente mal -no vocalizamos-, pero para ellos es normal decir “les vaques”. La comida aquí era mala. “Si quieres comer buena carne vete a Asturias”, decían. Aquí no sabemos conducir. Aquí no tenemos carácter, somos todos unos aplatanados. Aquí no sabemos negociar los sueldos, que somos unos cobardes. Etc., etc., etc. A la tercera vez que los escuché hablar así ya los mandé a la mierda. Las dos anteriores les había intentado discutir de forma racional, explicándoles de buenas formas que ellos no eran precisamente un ejemplo de buena forma de hablar o que ellos no podían criticar que fuéramos tan malos cuando se habían venido aquí a buscar trabajo cuando allí no lo conseguían. Pero a la tercera ya cambié el tono y no se volvió a discutir más ese asunto. Y concluyó, en buena medida, nuestra relación. Fue ese día cuando entendí lo que me decían los mayores que se quejaban de los peninsulares prepotentes que venían despreciando todo lo que aquí había. Esta familia me demostró que eran “godos”, en el sentido más peyorativo de la palabra. Luego comprendí que en el caso de estos asturianos, el problema no era sólo con nosotros, sino con todo el territorio. Que yo recuerde pusieron a parir a los madrileños, a los gallegos, a los catalanes, a los andaluces y, si me apuras la memoria, creo que en su momento hicieron un especial extremeños acojonante. Son unos inadaptados, a fin de cuentas.

Así que, dado que no conocía más que a una goda, con la que ya no tenía buen karma, que tuviese la Thermomix, tuve que invertir el dinero ahorrado para el aparatito en otros regalos para mi entonces novia a la espera de mejor ocasión o fortuna para adquirir el preciado electrodoméstico.

Como decía antes, a mí la cocina no me convence por el sobretrabajo que lleva mantenerla limpia, aunque siempre he sentido curiosidad por hacer cosas en ella. Teniendo la Thermomix en casa y con objeto de probarla durante los primeros 15 días, período en el que te la cambian por una completamente nueva si no funciona bien, nos metimos a hacer alguna cosilla. Así que ya he hecho pan normal, pan de leche y una tarta de santiago que sabía más a limón que a almendras. Debo confesar que ha resultado muy entretenido, sobretodo hacer el pan, ya que apenas hay que limpiar cosas después. ¡Mola! Y el resultado no ha sido muy penoso, quedando buen sabor. En particular el pan de leche fue todo un éxito en una reunión familiar celebrada ayer miércoles por la tarde. Recién salido del horno nos pusimos como boliches comiendo pan y embutido. ¡Qué rico!

La nota simpática del asunto la puso mi total y absoluto desconocimiento del comportamiento extremo de la levadura. Cuando fui sacando la masa de la Thermomix para ponerla en la bandeja del horno, formando pequeños panes, no sabía lo que significaba “doblar su tamaño”. Lo que en principio eran unas masas bien separadas, se acabó convirtiendo en un único pan de dimensiones exageradas. Ocupaba toda la bandeja del horno. Vean el resultado.


imagen no recuperada 😞


En fin, que resulta entretenido cocinar con la Thermomix. En cuanto mi mujer termine de hacer el pisto que está haciendo en la maquinita, me pongo a hacer otra remesa de pan normal y otra de pan de leche. A este paso voy a recuperar los kilos excedentes que había conseguido perder en los últimos meses.