Estancia en Madrid: Y ya vamos una semana


Esta entrada ha sido recuperada gracias a Wayback Machine de un blog que mantuve en La Coctelera.


El tiempo se me pasa volando. Y no paro la pata quieta.

Cada día cojo el tren de cercanías, la línea 10, desde Las Matas hasta El Barrial, justo donde se encuentra El Corte Inglés de Pozuelo. Cerca de dicho Centro Comercial se encuentra la empresa para la que trabajo desde hace una semana.

En la siguiente imagen señalo el recorrido, marcando las dos posiciones extremas, que realizo en cercanías al menos una vez al día en cada sentido. Lo mejor es que pulsen sobre él mapa (sacado del Google Maps, se nota) para verlo completo.


imagen no recuperada 😞


Al menos una vez en cada sentido porque también tengo que pasar por la estación del Barrial para “bajar” a Madrid, cosa que hago casi a diario. Algunos días voy directo para Madrid tan pronto salgo del trabajo. Es lo bueno de tener las tardes libres por el horario intensivo de verano.

Como digo, desde el primer día opté por no quedarme en el hotel a ver pasar el tiempo.

El primer día, el lunes 18, fui a visitar, en su lugar de trabajo, a la incomparable Miss Calamar y a su igualmente genial amiga Lucía. Todo un lujazo haberlas encontrado coincidiendo el mismo día en la misma tienda. “Watx llamando a Watx”.

Ya el primer día me di cuenta que viajar por el Metro de Madrid es fácil, está todo muy bien señalizado. Pero se tarda; aunque pasan metros cada cinco minutos de media. Desde luego que para la mentalidad de un canario las distancias y tiempos que requiere moverse en Madrid pueden parecer inconmensurables. Es cuestión de aprender a disfrutar del tiempo ocioso en el tren y el metro. Casi todo cristo va leyendo y/o escuchando música. Haciendo caso al inteligente dicho que reza “allí donde fueres haz lo que vieres”, eso es lo que hago yo: leer y escuchar música cuando voy en cercanía o metro.

¡Ah! Como a las nueve y veinte aquí aún es de día, con una considerable claridad, a la vuelta, en lugar de quedarme en la estación de Las Matas, opté por seguir hasta Villalba. Un paisaje exquisito. Una vez llegué, me bajé de un tren y me subí justo en el que estaba al lado y volví para la estación que me tocaba.

El segundo día vuelta al hotel para dejar cosas -el portátil de empresa, por ejemplo- y bajar de nuevo al Corte Inglés de Pozuelo, a comprar un bolso más pequeño para la cámara. Me traje todo el equipo y la verdad es que no tengo ganas de estar cargando con el bolso enorme. Después de comprar el bolso me tropecé con un antiguo cliente, director de una empresa para dar más señas, que se había vuelto a Madrid tras su mujer. Y cuando digo “tropecé” no quiero decir que hubiese sido un encuentro calculado o buscado. Andaba buscando dónde comer rápido y los vi. Así, como el que no quiere la cosa, y con una probabilidad de uno entre ocho millones -por decir algo- voy y me tropiezo con gente de la que no sé nada desde hace más de un año y, lo que resulta más alucinante, en Madrid, que no en Las Palmas. Ocho millones de habitantes y me los encuentro a ellos. En fin.

El tercer día quedé con Luismi. A Luismi lo conocí en Las Palmas, cuando vino como consultor para un proyecto en el que trabajaba. El par de veces que he pasado por Madrid he intentado coincidir con él, pero ha sido esta vez la que hemos cuadrado. Genial. Luismi es un tipo magnífico.

De sitio en sitio llegamos a uno en el que las tapas que sirven acompañando las cañas son platos de comida. A nosotros nos tocó una ensalada campesina (o como se llame), pero a las mesas cercanas les tocaron paella y espaguetis con tomate. Unos señores platos. Lástima que no llevaba la cámara encima ni me habían dado aun el Nokia N70 como móvil de empresa.

Antes de encontrarme con él y empezar la ronda de cervezas, en el centro comercial Príncipe Pío, estuve por el Templo de Debod. Tan mala fortuna que alcancé en el período en que está cerrado a las visitas y no me apeteció esperar a que abriesen de nuevo. Tal vez lo intente de nuevo la semana que viene.

En los paseos guiados por Luismi pasamos por el Cine Capitol, en el que tres pedazo chicas go-go amenizaban la premiere de Transformers. Premiere en la que el Parada, ese mismo que presentaba Cine de barrio, comentaba algo ante las cámaras en la puerta del cine. ¿Qué haría tremendo esperpento hablando de Transformers? ¿Será porque él mismo es una especie de tranformista?

Acabé medio borracho, sobre la una de la mañana, para levantarme a las seis e ir a trabajar. Y aun en el ecuador de la semana.

El jueves me acerqué a ver a mi casi hermano (grandísimo amigo) Alejandro en su sitio de trabajo. Siendo dependiente con antigüedad de un Starbucks me invitó a dos Frapuccinos Mocca tamaño grande. ¡Ea! Buenísimos. Pero me sentaron fatal. Aproveché para visitar El Corte Inglés (y no sólo los baños) para preguntar por el precio del Nikkor 18-200 VR. Que aun se me hace pesado cargar con solo parte del equipo y tengo en mente llevar siempre conmigo algo más ligero. La D50 y el 18-200 VR (a veces la más pesada D200) pueden ser una buena alternativa a una compacta. Pero el objetivo es demasiado caro como para asumir el gasto por el momento.

El viernes tocaba la obra de teatro en la que actúa ese mismo amigo, Alejandro. Disfruté muchísimo. Verlo actuar, persiguiendo su sueño. Me emocioné. Eso sí, llegué bastante antes y tuve que disfrutar varios documentales mientras me hidrataba a base de “t!"’s en el bar.

Después de la obra de teatro vino la cena en el chino. Uno muy sabroso. La cabrona de la china pronunciaba mejor que yo “cerveza”. ¡Qué humillante! La cena terminó tarde y no daba tiempo de coger el tren de cercanías. La opción de taxi descartada, por carísima. Y esperar a la guagua nocturna, hasta las dos de la madrugada, se hacía muy pesado. A dormir en el sofá de la entrada en el piso de mi amigo. Aquello parecía el camarote de los hermanos Marx. Comparte piso con una chica y un chico. La chica llegó cuando yo ya estaba acostado y el novio de la chica, que no es el otro chico con el que comparte piso, sino un armario ropero de dos por dos, lo hizo bastante después, a las dos y media de la mañana. Supongo que la pareja se lo pasaría bien, pero yo me levanté a las seis y media habiendo dormido apenas. Como decía, el sofá estaba en la entrada, muy cómodo, pero en zona de paso constante.

El sábado por la mañana de vuelta al hotel, ducha rápida, y salir a casa de Javier y Rocío, que como cada fin de semana, vuelven a Madrid desde Burgos con los niños. En el camino lamentablemente tuve que rechazar la oferta de Tirso para quedar a comer con él. A ver si puedo quedar con él la próxima semana. Como castigo divino, rechazándo dicha oferta me despisté con los metros y cercanías escogiendo el recorrido más largo. Lo que podría haber hecho en hora y media me lo tragué en algo más de dos horas. Cansino.

Almuerzo con los amigos y sus hijos. Los acompañé a comprar y los niños me dieron batalla. Cómo se ríen cuando los lanzo al aire. Emiten gristos de terror cuando se ven en el aire y piden que los deje en el suelo, pero una vez pisan tierra firme vuelven a pedirme que los lance de nuevo. Acabé destrozado.

Javier me deja en Atocha, para coger el cercanías a Las Matas, y me llama Luismi. Concretar el plan del que hablamos el miércoles. Yo no estoy demasiado convencido, pues tengo el cuerpo destrozado. Que me va a llevar a un sitio estupendo, que me anime. No sé decir que no, así que llego al hotel a las nueve y cuarto de la tarde noche, me ducho y a las diez menos diez estoy en la puerta. El restaurante en cuestión, Las Cuevas de Olivares, está a 40 minutos a toda hostia del hotel. Lo curioso o anecdótico es que conecta con el Pub Olivares (mismo propietario, sí) a través de unas cuevas que para cruzarlas, si quieres, te dan unas velas y te lanzas a la lúgubre aventura. La comida, mucha y variada carne, exquisita.

Y para ir a cenar con Luismi tuve que decir que no a Nick y una miniquedada de cocteleros en Callao. Pero ya me había comprometido anteriormente con Luismi.

Para bajar la cena nos acercamos al -creo- Chillout, la terraza chic que se encuentra en el Silk. Caros de cojones los cubatas. Charla muy friki y muy entretenida, extensión de la mantenida en el restaurante, con su novia -pronto mujer- y él, en la que aprovechamos para poner a parir al “reportero total” o “imitador cutre de rambo” con su “¡charli, no siento las piernas!” que estaba por allí haciéndose ver y notar. En fin, un actorucho venido a menos que aprovecha su conocida cara con la esperanza de que alguien lo adule. O al menos eso nos parecía a Ana, la novia de Luismi, y a mí, que parecíamos dos marujas despellejando al pobre hombre y a la lagartona con afán de fama que se ponía las siliconadas tetas a la altura de los ojos.

Llegué al hotel a las tres y media de la madrugada. Destrozado.

Me desperté considerablemente temprano. Ducha, desayuno, algo de internet y de nuevo a la calle. De vuelta a casa de mis amigos Javier y Rocío, que tenían comida de familia y habían insistido en invitarme el día anterior. Esta vez ya tenía cogido el truco al trayecto, así que tardé lo justo, hora y cuarenta minutos en llegar desde el Hotel.

Comida exquisita, a base de pollos del asadero “La casa del pollo”. Conversación muy amena hablando sobre sitios y lugares del Mundo y de vuelta, más o menos temprano, al hotel.

Roto. Acabé roto el fin de semana.

Ayer lunes ya no podía más y preferí quedarme a descansar en el hotel después del trabajo.

Pero hoy ya volví a la carga y me di un salto (40 minutos en llegar desde el hotel) a la FNAC de Callao para comprar unos cuantos libros. No era mi intención, pero me topé con “Una breve historia de casi todo”, que hace tiempo tenia ganas de leer, y lo metí en la cesta con los otros, que sí andaba buscando.

El plan para mañana es quedar con Nick -esta vez sí-, pero antes comprar regalos para los niños de Rocío y Javier, que la niña cumple años el sábado y, aprovechando que mi mujer viene a pasar el fin de semana -y primer aniversario de boda- conmigo, nos acercaremos a pasarlo con ellos.

Ah, por cierto, lo que en principio iban a ser dos semanas de trabajo y formación en Madrid se quedan en tres. El jueves tuve que comunicar al equipo que no esperasen volver a Las Palmas antes del día 9 de julio. Me encanta dar malas noticias… jo jo jo.

Quedan ya menos de dos semanas y aún hay varias personas con las que quiero quedar, como María-lima-limón, Tirso, Nick… Sin contar con que quiero visitar algún museo antes de irme, que cada vez que vengo a Madrid me digo “esta vez no me voy sin visitar el Prado” y al final nunca lo visito.