Parece que se confirma que es ella


Esta entrada ha sido recuperada gracias a Wayback Machine de un blog que mantuve en La Coctelera.


Me he enterado por pura casualidad.

Nunca he sentido interés por los periódicos. Alguna vez caía uno en mis manos y lo leía, pero comprarlo casi nunca. Todo lo que esperaba enterarme sobre el mundo lo escuchaba en el telediario, primero, y luego he desarrollado el hábito de leerlo en Internet. Pero comprar periódicos, la verdad es que ha sido muy rara, pero mucho, la vez. Tal vez para buscar un trabajo, tal vez para ver la cartelera de cines. En fin, que el que yo lea un periódico es muy extraño, pero que lo compre muchos más.

Tampoco soy muy amante de ir a la playa. O de ponerme a perder el tiempo intentando broncearme bajo el Sol. Mi piel blanca rara vez se expone al completo (bueno, al completo nunca; “casi” contando el bañador). De ahí que sea blanca, muy blanca. Cosa que no me disgusta.

Sin embargo últimamente se han combinado las dos cosas. Estos últimos fines de semana, desde que he vuelto de Madrid (y antes), he estado yendo a la piscina con mi mujer y amigos y/o familiares. Me llevo el iPod y me paso la mayor parte del tiempo escuchando música. Paso de las mismas historias contadas por las mismas personas. Inducido por este nuevo hábito, estas últimas semanas también estoy comprando el periódico. Por eso de leer alguna noticia entre sobada y sobada bajo la sombrilla y mientras escucho una suerte de canciones que llegan a mis oídos de forma aleatoria.

Soy de los que leen la prensa al revés, empezando por la última página y terminando en la portada. Ya no sé si fue así siempre (que creo que sí) o si fue motivado o inducido por escuchar una vez que la gente inteligente lee la prensa al revés. Y como yo quiero ser inteligente, y parecer que lo soy, empecé a leer así la prensa. Digo que no lo sé, tal vez fuera inteligente de antes o, lo más probable, no tenga nada que ver una cosa con la otra. Nunca me he considerado particularmente inteligente, lo confieso. Pero lo cierto es que ya no importa lo más mínimo, aunque el hábito de leer la prensa al revés sí que lo tengo.

Fue desplegando (o desdoblando) el periódico para empezar a leerlo desde el final, cuando mis ojos se clavaron en una esquela de tamaño considerable y que cubría casi la mitad inferior de la página. Mi cerebro también tiene una particularidad adicional, pasa de todas estas cosas. Es como si no las viera. Debe reconocer el rectángulo o recuadro, con su particular composición, y paso de fijarme. Pero en este caso fue involuntario, como lo es pasar en general de ellas. En un momento leí el nombre, Cristina Mesa Reyes. Lo volví a leer otra vez y dije, en voz alta: “creo que esta chica estudió conmigo”. ¿Quién?, preguntó mi mujer pensando que miraba la foto de alguien. Le enseñé la esquela y respondió con otra pregunta. ¿Estás seguro?. Miré la edad. Treinta y cinco años. Como yo. Pero no estaba del todo seguro, claro.

En fin, no tenía forma de confirmarlo, salvo yendo a la misa, cosa que no iba a hacer, así que me puse a otra cosa.

Pero desde ese día, todos los días me pregunto si es o no es, buscando la forma de enterarme. Hasta que recordé que en mi antiguo álbum de fotos, aún en casa de mi madre, había colocado una fotocopia que nos dieron el último día de clase, con la promoción de COU. Las fotos del libro de instituto de cada uno, con nuestros nombres y apellidos. Si era ella, debían estar allí los apellidos. Ayer, por fin, conseguí recuperar esa hoja y, desgraciadamente, los apellidos coinciden.

Y me ha apenado pensar que ha muerto.

He llegado a la conclusión que mi mente es extraña. No sé porqué, ni por qué motivo, vienen fogonazos de gente del pasado. Recuerdo vivencias, experiencias, emociones, como si las estuviese viviendo en ese mismo instante. Repito que no sabría decir por qué pasa, pero sucede. Seguramente, si has llegado con tu lectura comprensiva hasta aquí, dirás “bah, qué chorrada, a mí también me pasa”. No lo dudo, pero yo no estoy dentro de tu cráneo, así que hablo de lo que me pasa a mí, y no sé si al resto de la humanidad también. Y para mí es extraño. Por poner un ejemplo, aún siento la vergüenza que sentí el día que me pillaron llenando de arena el coche de un vecino del barrio y la reprimenda que me echó mi madre. Eso pasó cuando tenía diez años y aún lo recuerdo perfectamente. O cuando con seis años me llevaron disfrazado de marciano a la calle por Carnavales y lo avergonzado que estaba. Casi siempre las emociones que rememoro son de este tipo, chungas.

En fin, a lo que iba. Como decía, mi mente me sobresalta muchas veces con recuerdos de personas que ya he dejado atrás hace tiempo, mucho tiempo. Cristina es una de esas personas. Es curioso, porque hay otros con los que pasé más tiempo durante el instituto, e incluso más recientemente en la carrera, y no consigo recordarlos siquiera. Si me preguntases por ellos no sabría responderte si efectivamente estuvieron en mi clase o si estaban en la clase de al lado y coincidíamos en las fugadas jugando al fútbol. Simplemente no los recuerdo. Pero hay unos cuantos que sí, que los recuerdo de forma nítida y los tengo presentes cada cierto tiempo. Tampoco sé decir cada cuánto, pero en Cristina pienso unas pocas veces al año. ¿Qué será de ella? ¿Qué tal le habrá ido? ¿Se habrá casado y procreado (como la mayoría)?

Como digo, no tengo ni idea del motivo por el que la recuerdo mejor que al resto. De hecho apenas hablamos durante todo el curso hasta el final, que fue cuando hicimos mejores migas. Ella solo coincidió conmigo en COU, cuando otras personas, a las que ni recuerdo, estuvieron los cuatro años del instituto conmigo. Tal vez fuese que siempre la acompañaba un aura de tristeza, y me siento atraído por la gente triste. No lo sé, pero al final del curso me parecía una chica genial. Muy inteligente, dinámica, atlética y altísima (me pasaba 15 centímetros), a la que le gustaban mis chistes absurdamente malos. Tal vez por eso, porque se reía con mis boberías, la tenga más presente. No lo sé.

Pero todo esto que estoy contando, que no sirve para casi nada ni para casi nadie, no quita el hecho de que el nombre y apellidos de la esquela y los de mi compañera de instituto coinciden, que las edades se corresponden y que, aunque ha muerto en Nueva York, siendo codirectora del BCHS (llegaste lejos, compañera), hayan venido a llorarla a Gran Canaria. Muchas coincidencias, por desgracia.

Y no deja de sorprenderme que me he enterado de casualidad. Tal vez si no hubiese comprado el periódico, como nunca compro, no me hubiese enterado. O que si no hubiese ido a la piscina ese fin de semana no hubiese comprado el periódico y tampoco me hubiese enterado. O, como he hecho otras veces, lo hubiese comprado, pero no lo hubiese leído, porque al final quien lo lee realmente es mi mujer… Muchos “y si”, creo yo, pero sospecho que la probabilidad de enterarme de esta forma debe ser muy pequeña.

Después de todo este trancazo de artículo, y después de casi confirmar que se trata de ella, y que me he enterado por pura casualidad, llevo todo el día reflexionando sobre las emociones pasadas y presentes y que, lamentablemente, ya van unos cuantos compañeros de colegio y de instituto que he dejado atrás, para siempre. Pero me pregunto cómo se hubiese sentido ella, a la que no he vuelto a ver desde que dejamos COU, si más de quince años después de conocernos, hacernos tan amigos y separarnos, ella se hubiese enterado, por pura y misteriosa casualidad, que yo había muerto.

¿Qué sentirán aquellos que me conocieron alguna vez, en un pasado cada vez más remoto, si un día se enteran por pura casualidad que he palmado?

En fin, yo me he apenado por su muerte, pero después de este pequeño lapso de mirar para atrás, hacia el tiempo pasado de un camino ya andado, vuelvo a mirar a ese túnel incierto que es el futuro y lo encaro con ganas de ver qué será lo próximo.

Descansa en paz, Cristina.