Rompiendo el silencio, para un desahogo
Lo bueno de tener tu propia bitácora es que no tienes que dar explicaciones a nadie de cuándo escribes y cuándo dejas de hacerlo. En todo caso las darías de lo que escribes. Y eso, si quieres.
Dado el nivel de trabajo que he tenido durante las últimas semanas, no tenía intención de escribir, si volvía a hacerlo, hasta enero o así, pero lo cierto es que hoy he terminado un poco hasta los cojones de topar con una funcionaria, que debía tener un mal día, porque se lució conmigo, la muy…
Nos mudamos. Otra vez. Motivo que me ha tenido ‘distraido’ y ocupado. Y causa parcial de que no escriba. Organizar una mudanza no es sencillo. Más cuando dependes de un punto a punto de ONO y te vas a un edificio regentado o administrado por un organismo público, que para cualquier cosa tienes que echar una instancia a padre dios bendito y todo poderoso.
Por esas particularidades que tiene la zona portuaria, cada vez que quieres sacar mercancía de ella debes solicitar permiso por escrito a la autoridad competente, que en este caso es la aduana. Da igual si es tuya o si es para vender a los chinos, solicitud de permiso que te pego. Mucha gente no lo hace, claro, y luego les cascan una multa. Si les pillan. Es el juego de la ruleta rusa portuaria. Como en nuestro caso nos vamos para -supuestamente- no volver, he querido hacerlo completamente legal y, tras redactar la declaración jurada y buscar las facturas de todo nuestro mobiliario y equipos informáticos me he acercado a tramitar el permiso. Tal como me habían dicho dos días antes, fuera del horario de atención, debía llevar un pequeño documento explicando lo que iba a sacar, acercarme a registro y “hasta luego Lucas”. Cosa de un par de minutos, me dijo el cachondo que me respondió por la tarde.
Con ese talente y esa intención, me he dado un salto hace un rato al edificio de Aduanas. Nada más acercarme al mostrador de registro de entrada, la tipa me miró de arriba a abajo (bueno, a medio pecho, porque soy bajito y el mostrador me queda a un poco más arriba del ombligo). Se quitó los auriculares que la tenían sumida en su más absoluta y miserable condición de ser, estar y padecer, y me dijo un “¿si?” cortante y seco, entre pregunta y exclamación, que bien podría haber sido un “¿a qué has venido a joderme mi partida al solitario, hijo de puta?” por el tono empleado. “Buenas, venía para solicitar permiso para una mudanza del mobiliario de…”. No me dejó terminar. “¡Esto no es aquí!”. “¿Cómo?”. Sin darme palabra con la que explicar mis sanas intenciones, la señora creía que quería mandar a Madrid mis muebles. ¿A cuento de qué sacó esa conclusión, si ni siquiera había dicho nada de Madrid? Al final tuvo que recogerme el escrito y darle registro de entrada, aunque eso fue una hora después. Después de tenerme de un lado a otro, esperando a un fulano que me vació el poco seso que me queda y tener que volver a la oficina para imprimir una nueva versión de la solicitud con dos chorradas estúpidas que aportar. Y es que así es la burocracia, compañero. Lo ‘gracioso’ es que la tipa, cuando procedió a recogerme el escrito, seguía erre que erre convencida de que me dedicaba a exportar o importar mercancía, así que terminó con un “cada vez que vayas a sacar algo del muelle tienes que venir a que te emitamos un permiso”. ¿Cómo que cada vez? Yo salgo una vez y no vuelvo. ¿Tanto le costaba entenderlo?
A todo esto, y claro que es imposible transmitir de forma escrita los tonos y los gestos, intentó hacerme sentir como un miserable gusano que tuviese que agradecerle a ella, madre diosa que ha parido el universo entero y cagado sus constelaciones, el simple hecho de que ese adefesio de mujer, más arrugada que una pasa fosilizada, interrumpiese su sesión de música y juegos solitarios, para dedicarme unos miserables momentos de su valiosísima existencia. Menos mal que a todas estas lo que me interesa es salir del muelle y paso de ese monstruo o engendro. Así que la mejor estrategia era olvidarse de ella y de sus entrañas. Mi máxima es que el tiempo coloca a cada uno en su sitio, y estoy convencido que este animal burocrático ya encontró el lugar donde tendrá que verse envejecer miserablemente (aún más) sin que nadie le haga ni puto caso, odiada y menospreciada a partes iguales por sus compañeros funcionarios.
Todo ello no evita, por cierto, que el viernes tenga que ir a recoger el permiso mencionado.
En fin, que como sugiere el amigo sulaco, este tipo de entradas siempre hay que acompañarlas de una imagen, aquí va la de ésta, que por cierto no tiene nada que ver con el tema en cuestión:
Tomada con el cutre móvil de empresa, que casi siempre llevo encima, desde la ventana del hotel. El día siguiente a la cena de Navidad de la empresa; o sea el pasado sábado día 13. En Madrid. A un grado bajo cero, decían que amanecimos. Me encanta pasear por las ciudades y Madrid tiene zonas que me fascinan. En particular la Gran Vía. Y da igual el frío que haga o hiciera. Me dediqué a pasear por allí y, eso sí, aproveché para sumergirme a hora temprana en la tremebunda cantidad de libros que hay en la ‘Casa del Libro’ de Gran Vía.
En fin, que vuelvo a mi reposo bloguero hasta que encuentre ánimo, ganas y tiempo de seguir con él. Así que, hasta nuevo aviso, les dejo con el regusto del vómito anti-funcionario. Buen día a todos y todas.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔