Echo de menos los sellos

Con clara intención de confirmar aquello que ya debemos saber todos, por vivido, y que postulaba Zaratustra como eterno retorno, no solo de sucesos y acontecimientos causales, sino también de pensar, sentir e idear, en repetición infinita e incansable, hoy echo de menos coleccionar sellos, como lo hiciera años ha. Sentimiento que me lleva a plantearme re-re-empezar la colección o, mejor dicho, el coleccionismo filatélico, pues lo coleccionado sigue estando y bastaría con retomar donde lo dejé la última vez. Como un perfeccionamiento o mejora durante la nueva iteración.

Creo que el afán coleccionista lo llevamos dentro todos. Seguramente habrá alguna teoría filosófica o psicológica que explique el motivo que nos lleva a desear coleccionar, en su más variadas formas y con toda familia de pretextos, cualquier cosa material o experiencia mística. Otros lo llamarán simplemente consumismo capitalista. Cabe de todo y entramos todos. Desde el niño al que se anima a empezar la colección de estampas (cromos) de futbolistas, pasando por el que colecciona relaciones sentimentales hasta llegar al que no termina de aterrizar en su casa para ya planificar el siguiente viaje. Al final todos coleccionamos, de una forma u otra. Mal de muchos, consuelo de tontos. Lo sé.

Si hablamos de coleccionar únicamente objetos tangibles y con cierta homogeneidad, lo mío son los sellos. También intenté con las estampas de futbolistas, pero me aburría soberanamente el fútbol. Nunca me atrajo la vertiente mediática de ese deporte. También intenté con otras colecciones de mi época de niño, como una que salió sobre personajes de dibujos animados y cuyo álbum logré completar tras comprar a otro niño, por cien pesetas -una verdadera fortuna cuando tenía diez años-, la única estampa cuya probabilidad de que saliese era la misma que te tocase tres veces seguidas la lotería.

La primera vez que vi una colección de sellos fue la de mi tío Suso. Tendría seis o siete años. No me dejaba tocarlos porque era difíciles de conseguir, aducía. Me pasaba horas mirando las hojas del álbum y los diferentes sellos de distintos países. Recuerdo que tenía una colección de sellos de la URSS sobre cosmonautas que me encantaba. Además de muchos otros de países del Bloque del Este. Mi tío era de ideales ligeramente rojetes.

Al principio creía que la única forma de archivar la colección de sellos era empleando álbumes genéricos, como los que usaba mi tío. Con una banda transparente donde colocarlos según quisieras. Así, en una banda tenía sellos de Suiza y dos bandas más abajo empezaba, por poner un ejemplo, Italia. Luego vi la colección que tenían Emilio, amigo de mis tíos, y su padre. Ellos tenía las hojas que se editaban específicas con la ilustración y las características del sello, con una funda protectora en la que se metía el sello. Para mí aquello era coleccionismo para ricos. Pero no solo eso. También compraban varias hojas (o sábanas) con todos los sellos que emitían el primer día. Lo dicho, para ricos.

En un momento dado, mi tío se cansó de la colección. O de verme todos los días en su habitación hojeando los álbumes de sellos. Sin tocarlos, sin tocarlos. Así que en un momento dado, cuando tenía once años, heredé la colección de sellos, que hasta entonces había ido acrecentando Suso, y que a su vez había heredado de su hermana mayor, mi madre. Una colección, que si la memoria no me traiciona, ascendía a unos cinco o seis mil sellos. Muchos de ellos, lo sé ahora, sin valor maldito. Más allá del sentimental, claro.

En sexto de EGB, tuve una profesora, un tanto hueso, que conoció de mi gusto por los sellos y recuerdo que a veces me traía sellos usados (de esos con matasello) que ella conseguía o tenía repetidos. Por aquella época era habitual que cada domingo se reuniesen filatélicos y numismáticos en el Parque Doramas y ella iba mucho. También coleccionaba sellos y recuerdo que me regaló uno sello enorme de Malasia con una mariposa que era alucinante. ¿O era de Japón? Vaya, ya no lo recuerdo con claridad.

Si estuviese en manos de un psicólogo argentino -y perdonen los de esa nacionalidad por la guasa tópica-, de los de la escuela de culpar de todo a traumas infantiles, creería que toda la culpa de mi falta de orden es culpa de mis progenitores y algún Complejo de Edipo y rivalidad reprimida con mi padre de forma recurrente, pero imposible de recordar, causado en la infancia por un modelo de convivencia excesivamente estricto y represor. O sin los fundamentos de la unidad familiar de una familia desestructurada. Sin embargo, como absolutamente cierto, mis padres eran respetuosamente ordenados, poco represores y muy cariñosos y generosos con sus hijos. Temo que lo mío no es culpa de nadie, tal vez achacable a alguna mutación genética que me lleva a ser un desastre. O tal vez la culpa la tiene toda el desorden neurológico causado por el accidente de coche. En cualquier caso, mi madre se cansó de ver sellos tirados por todas partes y un buen día, estando yo en el colegio, le regaló la colección -y lo que más me dolió, los fantásticos sellos soviéticos con imágenes de naves y satélites de una serie dedicada a la cosmología- a un vecino del bloque. Aún, a veces, y solo de broma, le digo que ese gesto fue el que me hundió definitivamente como ser humano. Lo que me ha impedido llegar a ser el CEO de algún grupo multimillonario. Que no se extrañe si un día aparezco en las noticias por haber entrado en un restaurante armado con un tenedor y un cuchillo de untar, y haberle practicado cirugía cerebral de alto riesgo al camarero.

Ya emancipado económicamente, por el año 2000, reinicié la colección. Con reiniciar, en este caso, es “empezar desde cero”. Con gusto y disfrute me gasté un pastón comprando sellos por ebay. Por Internet los extranjeros. Para los españoles di con una filatelia en la calle Viera y Clavijo, donde un viejecito bastante amable me explicaba las diferentes alternativas para coleccionar y por dónde empezar. Segundo siglo, me sugirió o, mejor, Reinado de Juan Carlos. Me gustaba hacer la visita mensual para hablar un rato con aquel hombre.

Pero la filatelia en el año 2000 no era la filatelia en los años 80. Desde la entrada de los valores mecanizados o como se llame a las pegatinas en las que se imprime el valor del envío, los sellos han pasado a ser una colección de estampas (o cromos). Una forma de enriquecer a Correos sin otro valor práctico. Cada año Correos emite sellos por un valor de 120 euros aproximadamente. Y no sirven para gran cosa. Cierto que se pueden usar para envíos postales, pero dadas las pegas que te ponen para comprarlos, ya que tienes que ir a una ventanilla especial que no siempre está abierta, están completamente en desuso. Esa sensación de coleccionar cosas inútiles que se emiten por emitirse, fue lo que, pasados unos meses, me hizo desistir de seguir con esta idea.

Sin embargo, y pese a lo dicho en el último párrafo, sigo echando de menos la filatelia y los sellos. Cada sello cuenta su propia historia y los sellos de un país cuentan su historia (los de principio de siglo XX corresponden a la República, por ejemplo). Eso es lo bonito de coleccionar sellos. Tal vez lo retome. No sé si volveré a España o me decantaré por alguna temática. Astronomía me gustaba. Pero también me atraen los sellos con temas del mundo del ajedrez. Tampoco es algo que tenga que decidir hoy mismo. Hay un siglo y medio de historia de sellos. Como para tener prisas a estas alturas.

Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría

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Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔