Tres años ya
Hoy es un día de esos que podríamos llamar especial con E mayúscula. Hoy hace tres años que me casé con una de las personas que más me han animado y comprendido en mi vida. Gran parte de lo que he llegado a ser se lo debo a ella y su especial inteligencia emocional.
Conocí a la que ahora es mi mujer en el verano de 1998. Fue cuando dejé de trabajar como autónomo y empecé a trabajar por cuenta ajena en una empresa que daba servicios administrativos a La Caja de Ahorros. Creo que me enamoré de ella, en particular de sus grandes ojos, nada más verla. Pero no fue hasta octubre de ese mismo año -quiso el azar- que encontramos la forma de hablar con cierta frecuencia fuera del trabajo y descubrimos que nos sentíamos muy a gusto juntos. A veces no prestamos atención a las causalidades (sí, sí, de causa) de esta vida, pero si yo hubiese sido como el resto de mortales afanados en tener su propio coche, no hubiese podido ofrecerse a acercarme a la parada de la guagua en el suyo y, tal vez, no hubiésemos podido conocerme lo suficiente como para resultarle atractivo. Mi belleza, si la hay, está en el interior y es posible que hoy no estuviésemos juntos.
A ojos de la gran mayoría soy un tipo raro. Tengo un carácter extraño y una forma de ser atípica. Con un sentido del humor extraño la gente tarda, si llega a hacerlo, en apreciarme. No soy, lo que se dice, un animal ni convencional ni social. Sin embargo, Nieves siempre ha demostrado muchísima paciencia conmigo y mis extravagancias. En todo el tiempo que llevamos juntos creo que únicamente hemos discutidos dos veces y, en nuestro caso, fue a causa de los enfoques distintos para reformar y decorar la vivienda. Tenemos gustos bastante diferentes e, inevitablemente, acabaron chocando. Una vez pasadas las reformas y montado lo importante del piso, se acabaron las diferencias y, con ellas, las discusiones. Hasta hoy.
Mi mujer se merecería toda una serie de entradas hablando de sus muchas virtudes y de cómo consiguió que creciese -y consigue que lo siga haciendo- como persona. Para mí es lo mejor que me ha pasado en los últimos once años. A ella le debo que decidiese terminar la carrera. Me anima a que siga con mi especial forma de mejora continua y es indulgente cuando malgasto el dinero en mis proyectos personales. Siempre le digo que con ella me tocó la lotería. ¿Para qué necesito jugar a la bonoloto u otra forma de lotería dineraria? Lo que yo tengo con Nieves vale más que cualquier fortuna del planeta. Me ha quedado un poco cursi, ¿no? Sin embargo es como lo he sentido todo este tiempo.
Con la vivienda terminada y ocho años de placentera relación de pareja, nos pareció que casarnos era el siguiente paso natural para nosotros. Como en general huyo -y arrastro con ello a mi mujer- de convencionalismos, optamos por una boda sencilla en los juzgados de Santa Brígida. Invitamos a los familiares y amigos más cercanos, evitando poner en un compromiso a los que son más lejanos o ajenos. No pusimos lista de boda y aquellos que quisieron acompañarnos en la cena pagaron lo que consumieron. Para mí fue una boda perfecta. Sin compromisos ni comprometidos más allá de los que firmaban el “sí, quiero” delante del juez en una ceremonia sencilla para gente sencilla.
Para mí ese día fue genial. Me levanté despejado y tranquilo, y fui a recortarme el pelo a media mañana. Parecía que todo el mundo quería pelarse el mismo día, así que me dieron hueco para dos horas después. Como no tenía ganas de volver a mi casa me compré un par de revistas y me senté en una terraza a tomar tónica mientras me las leía. De vuelta almorcé algo, me vestí y esperé a que me recogiese mi tío para acercarme al juzgado. Como la tradición exige a todo buen novio tuve que esperar a la novia, que ya llegaba un poco tarde. Mientras disfruté de la conversación de los amigos y familiares que se habían congregado allí. Entramos, cada uno, acompañado de su testigo, quince minutos después de la hora de entrada. Una breves palabras, una ceremonia rápida, un par de firmas, y ya estábamos de vuelta en la calle camino del restaurante para la cena. Disfruté de cada minuto de ese día. Estaba feliz.
Y ya hace tres años de todo eso. Y ahora mismo once años que estoy junto a una de las personas más relevantes de mi vida. No en vano llevo con Nieves casi una tercera parte de mi existencia y sigo admirando su inagotable paciencia conmigo y con mi desastrosa forma de ser después de tanto tiempo. Es una joya de mujer a la que admiro y amo profundamente. Nunca termino de creer que me eligiese como compañero para la aventura de la convivencia. Me considero un tipo muy afortunado. Al principio del artículo de hoy decía que hoy era un día especial, pero la realidad es que junto a Nieves, y aunque resulte otra vez cursi, cada día ha sido especial.
Pero esto no ha de eclipsar -al menos no mucho- el hecho de que hoy también es el cumpleaños de aquella que me llevó en su vientre y me dio a luz hace apenas poco más de 37 años. Mi madre, a la que debo buena parte de mis valores personales y a la que considero, como no, la mejor madre del mundo. Hoy es un día doblemente celebrado.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔