Las anécdotas de mi pulsión consumista
Hace tiempo que sospecho que padezco algún tipo de desorden obsesivo compulsivo. Alguna especie de pulsión que anula cualquier capacidad de buen juicio que pueda tener. Y de buen juicio sí sé que tengo poco. Aunque a veces creo que se trata, simplemente, de un problema de aburrimiento. En cualquier caso me lo tendré que mirar.
Últimamente me ha dado por leer. Estoy leyendo mucho. Al menos «mucho» para alguien como yo, que lo más que leía eran artículos y libros técnicos. Como consumista compulso ya tengo una buena cantidad de libros que no he leído aún. Sin embargo en los últimos meses he desarrollado un gusto extraño en mí y me ha dado por leer narrativa de esa que dicen «de no ficción». En particular, llevo un tiempo recopilando libros sobre Lógica, tema que siempre me ha llamado la atención y al que nunca le había dedicado demasiado tiempo. Sí, hablo de la Lógica formal, y variantes, el sustrato sobre el que se edificó el pensamiento racional y científico que nos llevó a los extensores de penes. Pero de eso creo que hablaré otro día.
Revisando lo que recomendaban en algunos foros, buscando bibliografía existente sobre la materia, di con los títulos de un par de libros de reconocido prestigio -al menos eso creo como absoluto lego en la materia-, pero que estaban agotados en todas partes. Lejos de darme por vencido, pregunté a mi madre, que se mueve bastante bien por el universo de los libros de segunda mano y me recomendó usar el servicio de Uniliber. El descubrimiento de este portal me ha provocado tanto placer que estuve a punto de rascarme detrás de la oreja con el pié mientras aullaba de puro orgasmo. He tenido que hacer unos esfuerzos titánicos para no lanzarme a pedir libros y más libros por el simple hecho de estar, en algunos casos, tirados de precio.
De los dos libros que quería comprar, me arriesgué a pedir primero uno y la cosa salió bien, bastante bien. Bueno, hay complicaciones secundarias que ya pasaré a narrar en otro momento. Pasada con gloria la prueba piloto me lancé a por el segundo. Ante mi asombro tropecé con una librería que ofrecían el libro de segunda mano, aclarando eso sí «perfectas condiciones» a solo 4,95 €. «¿Cómo es posible?», me pregunté. El segundo de la lista, ordenada por precio, lo tenía unos veinte euros más caro. Y antes de agotarse el libro costaba treinta y cinco.
Parecía la ocasión perfecta, una de esas ofertas difíciles de rechazar. Y lo hubiese sido de no ser porque los gastos de envío a Canarias que ponía esa librería eran cercanos a los 15 €. Salvo para pedidos cuyo importe superase o fuese de 60 €. En ese caso no había gastos de envío. ¿Y quién se puede negar, sufriendo un desorden como el mío, a una oferta como esa? Así que ni corto ni perezoso, tras lanzarme a sumar otros dos libros que tenía en la lista, y que elevaban el importe del pedido a cuarenta y cinco euros, solicité una búsqueda en esa librería de libros que contuvieran la palabra «lógica» o la palabra «razón».
Apenas recuerdo el intervalo de tiempo que vino a continuación. Mi memoria tiene recuerdos neblinosos acerca del ímpetu con el que recorría la lista devuelta y pulsaba sobre el icono para añadir a la cesta de la compra. Después de la orgía de añadir libros de lógica por importes de uno o dos euros en la cesta, alcancé la deseada cantidad de sesenta euros y di por concluida, con mucho dolor y pena, la cacería, solicitando que la entrega se realizara contra reembolso. Estaba tan cegado que no pensaba en cómo le explicaría a mi mujer que andaba malgastando dinero en libros viejos y, seguramente, «inútiles».
Pasaron unas cuatro o cinco semanas y, llegó la notificación de Correos. En verano el horario en que atienden es incompatible con mi vida laboral, así que mi hermana se encargó de pasar a recogerlos. Al llegar a casa me encontré el paquete, de esos envueltos con el típico papel marrón de embalar. Repasando los libros que había comprado a ciegas, no pude evitar echarme a reír. Entre una buena cantidad de libros intelectuales había un par de libros pequeños que no tenían nada que ver con el tema y cuyas portadas son las que acompañan esta entrada. Literatura romántica y algo de literatura moralizante formaban parte del conjunto de libros que me empaquetaron en la librería. Me reía al intentar imaginar qué estaría pensando la persona que los empaquetó mientras, entre tanto libro de contenido para sesudos, colaba estas dos obras de temática tan… ¿vulgar? Me lo imaginé inmerso en la tarea de tetrisficar el paquete diciendo en voz alta, y para sí mismo, «qué tío más raro». ¿Se estaría intentando imaginar, por mi pedido, qué tipo de persona era la que combina de esta forma la literatura? ¿A qué conclusiones habría llegado?
Otra absurda anécdota más de mi existencia. Al menos esta vez la anécdota no ha supuesto más de un par de euros tirados a la basura en forma de libros que apestaban a humedad, eso sí. A saber de qué oscuro rincón tuvo que rescatarlos el librero -o la librera- para poder completar el envío.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
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Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔