Segunda semana de destierro en Madrid
En un mes, aproximadamente, hará año dos años y medio que trabajo para la empresa en la que estoy actualmente. Según mi «historia personal» eso significa que ya debería andar buscando otro trabajo. Quienes me conocen saben que no aguanto más de tres años en el mismo sitio. Como en aquel supuestamente famoso estudio de parejas, tres años es el tiempo que tardo en encontrar los defectos y las «insalvables distancias» en mi relación profesional con el que me ingresa el sueldo mensual. Por ello tal vez ha sido una fortuna que me hayan desterrado -en principio- seis meses a Madrid. El tiempo que, supuestamente, durará arrancar y definir el proyecto en el que deberé de trabajar. En el fondo me lo he tomado como un cambio de empresa.
A diferencia de lo que hice en mis comienzos en la empresa, cuando intetaba aprovechar cada día de junio después del trabajo para buscar rincones de Madrid y llegaba a las tantas al hotel, en aquel entonces básicamente «a tomar por…» en Las Matas, en esta ocasión me lo he tomado con muchísima más calma. También es cierto que entonces teníamos horario de verano, saliendo a las tres cada día, y ahora salimos sobre las seis y media. Sin embargo, la idea de que voy a estar mucho más tiempo, me produce algo de pereza y prefiero acercarme primero al piso a dejar las cosas, y refrescarme antes de lanzarme a la tarde noche madrileña.
En cualquier caso he tenido mucha suerte. La empresa ha alquilado un piso a cinco minutos andando de la estación de cercanías de Aravaca. Pasan trenes cada quince o veinte minutos y tardo seis minutos en llegar al trabajo. Otros tantos en llegar a Príncipe Pío, si cojo el tren en sentido contrario y si lo que quiero es moverme por la zona de Gran Vía, o veinticinco si prefiero Atocha. Se puede decir que, sin vivir en el centro de Madrid, tengo los beneficios de vivir a «un tiro de piedra» del mismo y a dos pasos del trabajo. Y el piso, con 95 metros cuadrados, está en una zona tremendamente tranquila -todas las noches duermo a pierna suelta- que da al interior de la zona privada, donde hay cancha de paddel, piscina -que no podré disfrutar en invierno-, gimnasio -que no creo que llegue a usar- y sauna. En muchos sentidos soy la envidia de muchos madrileños, en general, y de algunos compañeros de trabajo, que emplean dos horas al día en coche para llegar al trabajo.
También he tenido mucha suerte al llegar y encontrarme un clima netamente tropical, con temperaturas, en algunos momentos del día, cercanas a los treinta grados, y sin los contratiempos de humedades altísimas que tiene el clima en Canarias. Por un lado me quejo, pero por otro agradezco no haberme tropezado aún de lleno con el frío madrileño. Salvo por las mañanas y lo que tardo en llegar al trabajo, que por olvidar meter el gorrito en el equipaje, castiga principalmente mi calva. El resto del día he tenido que ir en mangas -cortas- de camisa. La previsión para esta semana, de cumplirse, hará que la cosa cambie y empiece, de verdad, la «prueba de fuego» de mi estancia aquí. A ver qué tal se me da resistir el frío durante varios meses. Lo primero que haré hoy al salir del trabajo será comprarme un gorro y un paraguas.
Quiero destacar el papel importante que ha desempeñado mi nuevo juguetito, el iPhone, en mis salidas por Madrid. Con él en la mano he podido moverme con seguridad, gracias a su GPS, y encontrar lo que andaba buscando -aunque con la inseguridad de que me lo arrancaran de las manos en un momento de despiste-. También poder consultar horarios, información de sitios, leer las noticias y, principalmente, mantener el contacto con mi mujer, familia y amigos, por correo electrónico. Aún no ha llegado el módem USB que compre en Simyo y, sin la conexión -y ventana- a Internet que me ofrece el iPhone, estaría subiéndome por las paredes. De considerarlo un gasto, un capricho, he pasado a considerarlo una de las mejores inversiones hechas hasta el momento. He podido descargar directamente unas cuantas aplicaciones muy útiles desde la App Store que han supuesto una ayuda inmensa a la hora de organizarme mejor estos días. Hasta tengo una para gestionar la lista de la compra en el súper. Y otra para publicar en la bitácora.
Por cierto, he aprovechado el juguetito para abrir una nueva bitácora. Hacía mucho tiempo que buscaba un sistema o método donde apuntar, mantener y consultar, los párrafos que me resultaban interesantes de los libros que leía. Por dejadez rara vez lo hacía. Soy tan desorganizado que hacerlo en papel es una estupidez inmensa. Mientras encuentro un sistema mejor, será en Retales de sabiduría donde los vaya poniendo. La dejo visible para todo cristo vivente, aunque sé que a más de uno le fastidiará encontrar ahí algún párrafo especialmente desvelador de alguna novela. Con no leerlo es suficiente.
La primera semana, que se ha pasado rapidísima, tampoco ha dado para mucho más. He cenado en el restaurante japonés Musashi, con fama de «no ser demasiado caro», con compañeros de la delegación de Las Palmas que andaban también por aquí. He cometido el grandísimo error de acercarme a la librería Cocodrilo, donde en la primera visita he dejado casi ochenta euros con la excusa de que si pagas en efectivo te descuentan un diez por ciento en los libros en inglés, y de perderme en la calle de las tiendas de cómics. Pero lo que por fin he conseguido hacer es acercarme al museo Reina Sofía. Es algo que siempre digo cada vez que vengo a Madrid: «de esta no pasa que visite el Reina Sofía». Autopromesa que, por este párrafo, habrán averiguado que nunca había cumplido. Aprovechando que el domingo la visita es gratuita me colé en él y paseé por la mayor parte del mismo. Es tan grande, y resulta tan agotador andar viendo arte por todas partes, que necesitaré de otra visita para terminar de verlo. Y de re-verlo, porque apenas recuerdo la mayoría de lo visto, Ya no me imagino lo que necesitaré para ver el Museo del Prado, previsto -empezar- para el próximo fin de semana.
Hay una cosa muy curiosa que me sucede cada vez que visito Madrid. Es rara la ocasión, como raras las veces que vengo, que no me tropiece con alguien de mi pasado. Hablo de mi pasado en Las Palmas, claro. Así fue que, la primera vez, al comienzo en la empresa, me tropecé con el que había sido el director de una empresa cliente en su etapa en Las Palmas. De hecho, quitando a los de la propia empresa, fue a la primera persona que me tropecé en Madrid. En siguientes visitas me he encontrado con algunos compañeros de la universidad con los que tenía mayor o menor confianza. El último ha sido Carlos Ehrenspeck, también compañero de la universidad, y que lleva casi diez años viviendo en Madrid. No deja de sorprenderme que, con tantísima gente como hay en Madrid, me tropiece con Carlos en la estación de cercanías de Aravaca para coger exactamente el mismo tren cuando yo salía para cenar en el japonés. ¿Qué probabilidad hay de que eso suceda?
En fin, que esto es todo lo que ha dado de sí la primera semana de exilio y destierro en Madrid. Así que, para cuando se publique esto, hará una hora que he comenzado mi segunda semana de trabajo en tierras madrileñas.
No me voy, eso sí, sin hacerles una amenaza: Continuará.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔