Amaneceres en Madrid
Hace ya unos días que se cumplió mi cuarto mes de estancia en Madrid. De alguna forma se van confirmando los planes dentro de planes dentro de planes que ya sospechaba cuando vine a pasar, en teoría, no más de seis meses. Probablemente cuatro. En buena medida estoy catalizando la peor de las alternativas posibles, pues ya se sabe que el futuro nunca está escrito —del todo—; pero hay cosas que me superan y ando un poco harto de estar harto. Así que, si no estoy muy errado, en los próximos días deberían producirse cambios y concluiría mi etapa madrileña. Ya veremos. En realidad no es algo que me preocupe en exceso en este momento.
En cualquier caso, me vaya pronto o me quede aún unas semanas más, lo cierto es que de Madrid me ha sorprendido el color de su cielo. Huyendo de la tentación de malograr una ciudad por la mala educación de buena parte de sus ciudadanos, los amaneceres eternos y los atardeceres que duran hasta las tantas, con esos degradados de azules impresionantes, es algo que sí que me llevaré conmigo.
Ya adelanté alguna imagen en el post publicado un mes más tarde al comienzo de mi destierro. Desde entonces he podido gozar de algunos amaneceres realmente espectaculares, con rosados y anaranjados que cubrían todo el horizonte, y de atardeceres con tonalidades de azul difíciles —mucho— de describir.
Durante estos cuatro meses he podido experimentar cómo los días se iban acortando cada vez más hasta llegar un momento en que entraba al trabajo completamente de noche y salía, más aún durante esa temporada en la que regalé horas a la empresa, de noche otra vez. Suerte que las oficinas cuentan con amplios ventanales en los que ver el avance del día. Luego he apreciado cómo volvía a prolongarse el tiempo de Sol día tras día. Ahora puedo gozar, la mayoría de los días, de amaneceres que quitan el aliento y dedicarme a la contemplación del cielo muchos atardeceres. Gozo como un niño pequeño con juguete nuevo. Por desgracia parece que soy de los pocos que lo hacen, pues a los que viven aquí no parece impresionarles mucho. Una lástima. Para ellos, claro.
Me he dicho muchas veces que tendría que salir un día con la cámara «grande» para intentar obtener mejores fotos. Las que consigo con el iPhone, por muy contento que esté con mi iPhone, dejan muchísimo que desear y, por desgracia, no llega a apreciarse en todo su esplendor la gama de colores y tonalidades que tienen los amaneceres, en particular. Pero no tengo el trípode, no lo traje, y a estas alturas, con un pié más fuera que dentro de la organización, no voy a estar cargando con él. Tal vez, si en un futuro vengo por otros motivos, más lúdico-festivos que laborales, cargue con él y me dedique a obtener las instantáneas que tantas veces he imaginado conseguir. De momento, a conformarse con las conseguidas con mi juguete favorito.
En fin. Digan lo que digan, el cielo de Madrid sí es diferente. Casi me tienta decir que sólo por los amaneceres ha merecido la pena estar aquí.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔