Facebook...
Empiezo a cansarme —y mucho— de Facebook.
Tengo un amigo, Sulaco, que parece detestar todo lo que rodea —y se aprovecha perniciosamente— de la filosofía de la Web 2.0. En general no estoy muy de acuerdo con él en este aspecto, aunque no le quito que tenga razón en varias cosas. Es como todo: la verdad es retorcida y resbaladiza, mostrando extraños matices según la hora que marque el reloj. En realidad su crítica no va tanto a la Web 2.0 en sí, sino a algunos engendros que ha parido esta nueva doctrina intelectual.
En realidad, lo que promulgaba en principio la Web 2.0 iba más en la idea de que la nueva Web sería más comunista, casi anarquista (bien entendido el término), y menos totalitaria o dictatorial, al ofrecer que muchos pudieran exponer sus puntos de vista en lugar de que unos pocos fueran los que promovieran —y decidieran— lo que podía aparecer. La colaboración activa frente al consumo pasivo. Grandes hitos de la Web 2.0 son las bitácoras y la Wikipedia. Sin ese cambio de paradigma, tal vez hoy no contaríamos con una de las enciclopedias libres más consultadas. O, en un tono más humorístico, de la Frikipedia y de su magistral «Hechos sobre Chuck Norris», de obligada lectura. Incluso, el hecho de que la gente pudiese comentar (y vincularse) a tus fotos en Flickr fue una idea cojonuda que nos trajo la filosofía Web 2.0. Como profesional, valoro inmensamente sitios como SourceForge, nacidos bajo similar evangelio. Todo ello es Web 2.0. Aunque supongo que nada de lo que acabo de decir en este párrafo es nuevo para nadie, pero con algo tenía que rellenar la entrada de hoy. Lo que abunda no hace daño.
Otra aparición interesante, al menos a priori, fueron las redes sociales. A mí no me disgustan los reencuentros con compañeros de estudios. El que no nos hayamos visto en cinco, diez o quince años no supone necesariamente que debamos olvidar los tiempos que pasamos juntos. Obviamente el término «amistad» y toda la carga emocional que conlleva es cosa de cada cual, pero yo, siendo más bien un poco raro en cuanto a las relaciones —no me gusta nada que me presionen a contestar o ver a gente, por ejemplo—, nunca me ha disgustado la idea de retomar y —quién sabe— reforzar y continuar relaciones que ya se habrían dado por muertas (¿aplica la ley de los diez años en este caso?). Un ejemplo es Rodolfo, con el que hablo de vez en cuando por GTalk y del que no había sabido nada desde que abandonamos el instituto (hace casi dos décadas ya de eso). La siguiente vez que nos vimos fue en el reencuentro de las Viejas Glorias del Tomás. Desde entonces solemos intercambiar bromas de forma ocasional por GTalk y Facebook.
Facebook me ha permitido, también, participar un poco más de la vida de los compañeros que he ido conociendo en estos meses que llevo en Madrid. Siendo, eso sí, muy generosos a la hora de entender el concepto «participar». No creo que vayan a nacer grandes amistades del poco tiempo que llevo aquí (y en el poco que me queda, sospecho), pero hay gente que es realmente increíble y que me ha sorprendido muchísimo. Personas a las que he llegado a apreciar y que echaré de menos cuando me vaya. Kiko, David, Rubén, Álvaro o Bea son algunos de ellos. Sé que poco a poco volveremos a ser desconocidos separados por mil ochocientos kilómetros —unos pocos menos de sólo agua—, pero Facebook mantiene la ilusión del contacto. Algo que tampoco me parece malo. Nada lo es, si sabes lo que puedes esperar de ello.
Pero toda libertad acaba ramificándose. A veces, algunas de esas ramas penetran en el puro libertinaje. Así que, lo que en principio parece un lugar donde intercambiar alguna broma con algún amigo/compañero/conocido, o de enterarte qué tal le va a Fulanito o a Menganito, por muy poco que te pueda importar lo que sea de su existencia, acaba convirtiéndose en una soberana e irritante tocada de cojones cuando lo único que ves al entrar no son más que soplapolleces del tipo la granja o la guerra de mafias. Joder, de diez anotaciones que aparecían al entrar como noticias, nueve coma nueve eran de juegos estúpidos. Y mira que es complicado que en algo que tiene una naturaleza puramente entera e indivisible -la contabilidad de las propias entradas- tenga estadísticamente decimales.
Y es que hay peña que parece no hacer otra cosa que andar fertilizando las granjas de otros o pidiendo ser fertilizados. Aunque me digan lo contrario seguiré creyendo que tiene fuertes connotaciones sexuales. Es más, un colega se pasa el día dándole fertilizante a las chatis que tiene como amigas. Vaya juego más estúpido, la verdad. En la captura anterior, real y de verdad —de la buena—, por eso de evitar el escarnio público y las posibles represalias, he querido ocultar su nombre y sustituir su cara por una más adecuada. Mira que hay que ser coco intelectual para andar todo el día perdiendo el tiempo con soberana estupidez. Pero oiga usted, cada cual es libre de matarse a pajas como mejor le plazca. Que yo, plácidamente, lo consideraré un esperpento mental o un detrito social, según me vengan en el momento el apetito. Vamos, que ya no le tengo respeto como ser humano.
Suerte que los mismos que permitieron tan perniciosa ofensa a mi sentido estético, te permiten bloquear a estos engendros mentales y/o a los subproductos de psiques enfermizas, como son estos juegos idiotizantes. Hace más llevadero el mantener la red social y quedarte con lo que puede resultar interesante. Siempre encuentra uno cosas que merecen la pena. Valga como ejemplo la página de Punset (y ahora no nos vamos a poner a discutir si eso mismo lo puedo conseguir siguiendo directamente el blog).
Sin embargo, hace poco (en realidad esta entrada lleva en borrador unas cuantas semanas), ya me tocaron muchísimo las narices. Google tiene uno de los mejores filtros anti-spam que he visto. Es que no se le escapa ni una, oye. Pero aún así tengo que revisar lo que cae en la red atrapamoscas cojoneras por si ha caído algún mensaje «not spam». Recibo una media de diez al día y, para un ganso perenne como yo, eso es una cantidad agotadora que revisar. Así que me toca mucho —muchísimo— la fibra sensible el recibir spam. Cuando recibí el primero en Facebook aluciné en colorines. «¡Pero qué mierda es esta!», exclamé absolutamente indignado. Faltaron dos impulsos neuronales más para darme de baja inmediatamente. Suerte que haciendo un estudio fugaz de costes-beneficios opté por mantenerme. Hubo un segundo y no llegó el tercero, el último que iba a tolerar haciendo honor «a la tercera, la vencida». De momento todo el que ha sido canal de spam ha sido dura y perpetuamente bloqueado. Sin piedad ni compasión. No haber sido tan gilipollas de dejarte enredar en juegos sociales. Las dos perlas de spam llegadas hasta la fecha venían de dos de los más activos zoquetes dedicados a juegos de este tipo. Para que luego digan que darles permisos a esos algoritmos malignos es seguro.
Mi relación con Facebook ha estado a punto de acabar violentamente. Por los pelos. De momento no me arrepiento de permanecer adscrito y mantener mi red social. Pero al próximo que sea fuente de una cadena de spam le quemo la casa, la peluca de la mujer y le violo al perro. Quedan avisados.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔