'God of War III'
He pasado cinco meses en Madrid, con temperaturas que en ocasiones llegaban a los cuatro o cinco grados bajo cero, y siempre me he movido como si el frío no fuese conmigo. «Tú no eres canario» me decían en el trabajo. Varios compañeros han ido cayendo enfermos con gripe. Bajas por enfermedad de hasta una semana en algunos casos. Estornudándome o tosiéndome al lado. Y yo como si nada. El frío parecía no ir conmigo, efectivamente. Casi inmune. Cinco meses y, el último miércoles, cuando las temperaturas ya empiezan a estar en torno a los diez grados de media, me acatarro. Me lo pasé moqueando y sonándome. El jueves aún peor. El viernes no podía faltar a la quedada en Segovia, mi última quedada con la gente del trabajo, pero hubiese preferido quedarme en la cama. ¿Y cómo iba a desaprovechar el sábado y el domingo siendo el último fin de semana en Madrid con mi mujer y teniendo aún algunas cosas pendientes de hacer/ver? Suerte que pedí el lunes libre y, viendo lo que se me venía encima, solicité cita con mi doctora de cabecera desde el mismo viernes por la mañana.
Me resulta muy curiosa la ciencia de la diagnosis. Tú vas a tu médico de cabecera, le cuentas tres síntomas y te dice, así, como quien no quiere la cosa, y con una seguridad pasmosa en sus propias palabras, que te acabas de convertir en el asombroso «hombre moco», toda un espectáculo de feria. Sinusitis descomunal, en terminología más cercana a la jerga médica. Más que una ciencia parece un arte. El caso es que la buena doctora me ofreció la baja y yo no opuse mucha —por no decir ninguna— resistencia. Con el sobrepeso de mucosidad —de magnitud más cercana a la tonelada que al gramo— que tenía encima, como para pensarme dos veces el ir a trabajar si la proposición, indecente o no, era todo lo contrario. De todas formas estoy seguro que la empresa puede funcionar perfectamente unos días sin mí. O muchos. Entre los síntomas están el que se pueden imaginar, la generación espontánea y en cantidades industriales de moco, y otro menos predecible: me he quedado casi sordo (sin exagerar mucho) del oído derecho. Completamente taponado e inflamado, dice la buena doctora. Aunque a veces despierta y me da un latigazo. Duele. Lo que hace que vaya jurando en vano por las esquinas de mi casa. Va remitiendo, por suerte, pero con la cantidad de moco que sale de mis fosas nasales habría material suficiente con el que rodar tres partes más del Exorcista.
¿Qué tiene que ver todo esto con ‘God of War III’? Todo y nada. Nada porque, evidentemente, mis mocos y mi oído no tienen nada que ver con la calidad ni el desarrollo del juego. Sin embargo, el tener que quedarme encerrado en casa de forma obligatoria ha sido también, cómo no, una excusa perfecta para desviarme unos minutos, antes de meterme en mi celda, para comprarlo. Estar obligado a guardar reposo durante tres días se transforma en el móvil perfecto para aprovechar y avanzar en uno de los juegos más esperados de los últimos tiempos. En exclusiva para PlayStation 3, claro.
De forma simple y llana: Es brutal. Todo lo que hayas podido ver por ahí sobre el juego no le hace justicia ni por asomo. Salvo, eso sí, que ya hayas visto el propio juego. En ese caso todo esto no te va ni te viene, imagino. Es brutal, repito. Brutal, brutal, brutal, brutal, brutal, brutal, brutal, brutal… y bestialmente sanguinario. Es una pasada la cantidad de sangre que se derrama en este juego. Y cómo disfruta uno con ello. A los soldados raso los puedes partir por la mitad con tus brazos, arrancarles la cabeza, pisársela si ya lo habías partido previamente por la mitad, usarlos como escudo para destrozar al resto o, directamente, lanzárselos a otro para hacerle pupa. Para muy sádicos, desde luego.
El apartado gráfico es para aplaudir hasta que se te caigan las manos. Las animaciones están super curradas y, salvo en algunos casos muy concretos, las texturas y los enemigos están perfectamente detallados. Como los escenarios. Es asombrosa la definición del minotauro cuando la cámara se aproxima al darle el golpe final que, como no podría ser de otra forma, es sanguinario a más no poder. El movimiento de las cuchillas es asombroso. La iluminación cambiante es alucinante. Pero lo que me resultó impresionante es el juego de escalas. El juego, el tipo o género, puede gustarte más o menos, pero hay que quitarse el sombrero, sí o sí, cuando el protagonista se las tiene que ver con Cronos o cuando va dando leches a diestro y siniestro mientras se va desarrollando la acción de un titán en el fondo. Todo está diseñado a una escala enorme y consigue transmitirlo en todo momento. Solamente por disfrutar del aparato gráfico, cuidado hasta el más mínimo detalle, y de las animaciones merece la pena jugar a ‘God of War III’. Una obra de arte.
La acción también merece especial atención. Hay momentos es que es trepidante, con mucha adrenalina. Y la cámara ayuda mucho. En esta entrega han incluido puntos de vista novedosos. A mí, que no juego demasiado, al menos me ha parecido original. En algunas puntos de la historia, la cámara se sitúa en el punto de vista del que está recibiendo las tortas. Así que te ves a ti mismo —bueno, a Kratos— dándole (dándote) una entrada de hostias y alguna cosilla más que no voy a desvelar para disfrute de los más sádicos.
Para mi gusto la historia está muy bien hilvanada. Vas saltando de un sitio a otro. Repites varias veces escenarios, pero porque son cruces de caminos. Por lo general no sorprende si ya has jugado a las anteriores entregas (que han salido también remasterizadas para PS3), pero que está bien contada. Incluyendo un polvete que echas entre medias. Todo muy bien salvo la parte final, que me pareció un poco chorra. Lástima, porque el juego podría haber tenido un final un poquito más elaborado. Más en la línea que se espera de este personaje y de esta saga.
Sí, sí, has leído bien: «final». Sin nada mejor que hacer que sonarme los mocos, le he echado unas cuantas horas seguidas. En realidad siempre hay cosas mejores que hacer, pero me apetecía jugar y el juego me enganchó desde el primer minuto. A lo que iba. El juego, al menos en su modo fácil, no dura más de diez horas. Y hasta esas son muchas, pero hay que recordar que ando con la mitad del cráneo ocupada por mucosidades, lo que me hace más lento en casi todo. Es muy poco tiempo, o debería serlo, para un juego de estas características y para haber pagado 60 euros por él. Pero mi opinión, históricamente reacio a gastar dinero en juegos recién salidos, es que vale cada uno de los euros que cuesta. Y siempre puedes dedicarte a ver el «Cómo se hizo». Me encantan estos vídeo-documentales porque despiertan la ilusoria ilusión de dedicarme a esto de los videojuegos. Al menos una temporada.
Si te gustaron las dos primeras entregas esta no te va a defraudar. Si no, pues esta es más de lo mismo pero muchísimo más gore. Exageradamente más gore. Si no has visto ninguna de las anteriores, esta te va a gustar, pero por mantener cierta coherencia con la historia, te recomendaría que jugases primero a las dos primeras. Merece la pena recorrer todo el universo God of War en secuencia.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔