'La carretera'
La última semana de mi destierro en Madrid, cuando ya empezaba el ciclo de «despedida y cierre» con los amigos, intercambié algunos presentes con algunos de los más afines. En realidad quería regalar a más gente, pero el tiempo se me echó encima y apenas pude encontrar casi nada que me llamase la atención. A Kiko sí tenía claro qué le iba a regalar. Le regalé la versión en DVD de la película ‘Home’ [reseña], de la que siempre hablo maravillas, y él me regaló una novela de Cormac McCarthy [@ Wikipedia] que le había parecido muy buena: ‘La carretera’ [@ Wikipedia]. De hecho el intercambio de regalos entre nosotros dos se realizó de forma simultánea la misma mañana, pues yo le quería dar la sorpresa con la película y él quiso darme a mí una sorpresa con el libro. Y los dos, de forma fortuita, elegimos el mismo día para dar la sorpresa. Por cierto, sí, hablo del mismo Kiko que me caricaturizó como un sabiondillo pedante.
Después de obsequiarme junto al libro una magistral charla informativa sobre el autor, al que yo en mi supina ignorancia desconocía completamente, me recomendó encarecidamente su lectura concluyendo con la afirmación «estoy seguro que te va a gustar». Y el tiempo dicta que la razón no le ha faltado. Desde que viese las películas ‘Cuando el destino nos alcance’ [@ Wikipedia] y ‘Mad Max’ [@ Wikipedia], en mi pubertad tardía o en mi adolescencia tamprana, no recuerdo, he sentido cierta inclinación, cierta pesimista predisposición, por los destinos apocalípticos y por los futuros distópicos; aquellos que considero como el final más probable de nuestra civilización. No hay nada como una buena distopía para sentirte de verdad agradecido por vivir dónde vives, cómo vives y cuándo vives. Ya se sabe aquello que reza «no sabrás lo que vale hasta que lo pierdas».
Siguiendo su deseo expreso para que lo leyese lo antes posible, lo encajé entre los «cinco próximos», mi especie de cola de la suerte, que siempre están esperando y, en el último fin de semana, entre despedidas, preparativos y maletas, y pese a que tenía una sinusitis de caballo —algo que no supe hasta que llegué a Las Palmas, por cierto—, me lo leí. Casi de una sentada. Lo que tampoco tiene mucho mérito porque apenas supera los dos centenares de páginas y, en el formato de bolsillo, cada página tiene una superficie más bien pequeña. Pero este no sería el único motivo. El verdadero motivo, la causa de que me tragase en un santiamén la novela, es que la historia es magnífica, aunque trágica, y está genialmente escrita. Engancha.
¿A vuelo de cuervo? Es una manera de hablar. Quiere decir en línea recta. ¿Y llegaremos pronto? No mucho. Bastante. Nosotros no vamos como los cuervos. ¿Porque los cuervos no han de seguir la carretera? Por eso mismo. Ellos van por donde quieren. Sí. ¿Tú crees que puede haber cuervos en alguna parte?
Como supongo sucederá con muchos otros escritores a los que aún no he tenido la fortuna de leer, y no sé si tendré la suerte de llegar a hacerlo con la mayoría de ellos, amén de los que he descubierto en estos últimos tiempos y han resultado ser magníficos, leer a Cormac McCarthy ha resultado ser una experiencia fantástica, casi sublime. Su prosa es sencilla. Pero su uso magistral de las oraciones cortas y contundentes, capaces de hacer visualizar nítidamente lo que está narrando, hace que llegue a resultar adictivo leer una tras otra las palabras del texto. Es, simplemente, hipnótico. Al menos en mi caso, me sentía como deslizándome línea tras línea de un texto marcado por la tragedia y por el destino claro y cierto que correrán sus protagonistas. Y aún sabiéndolo, sigues y sigues con la esperanza de que no sea eso en lo que acabará. Es, llana y claramente, un libro duro y dramático pero fantástico. Un must read. Un libro que merece mucho la pena leer. En cuanto al autor, se trata de un escritor en el que debería uno incurrir en su lectura. Yo lo tengo ya apuntado como candidato a ser leído con pasión en el futuro. A poder ser no muy lejano.
Hace mucho tiempo que dejé de ir al cine con frecuencia. Básicamente voy cada tres o cuatro meses acompañado de mi sobrino, camino ya de los quince años. Alguna película de acción de esas en las que generalmente no tienes gran cosa en lo que pensar salvo en las cada-vez-más-exageradas escenas de acción. Cuando vi el anuncio de La carretera —se puede leer una reseña de la misma en la web de Distorsiones, las cuales resultan siempre muy entretenidas— estuve tentado de ir. Pero me dije que ya haría lo mismo que hago siempre. Esperar a que saliese en alquiler, o venta, y disfrutarla en alta definición en mi casa. No me importa esperar pues en casa dispongo de todo lo necesario para disfrutarlas en todo su esplendor. Supongo que de haber visto la película no hubiese llegado a leerme el libro. Por mucho que me lo hubiesen regalado y recomendado. Pero he tenido la suerte de que no fuera así. Se puede decir que el descubrimiento de este libro ha sido, por tanto, doblemente afortunado. Algo de lo que me alegro muchísimo. Y después de leído el libro, no sé si llegaré a ver la película alguna vez. Quién sabe. Es algo que tampoco tiene mayor importancia. En los últimos años he desarrollado un mayor gusto por los libros que por las películas. En cualquier caso, por cambiar de asunto y dar término a la entrada de hoy, me disgusta que hayan puesto la imagen de la película como portada del libro. ¿Pero qué le vamos a hacer si los chicos del marketing editorial tienen esa forma de pensar? Ahí queda.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
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Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔