Los parques de atracciones en Orlando
Haca un mes rompía el silencio sobre el último viaje que he realizado hasta la fecha, las dos semanas que pasamos en Florida a finales de septiembre del año pasado, y comentaba una serie de impresiones que traje conmigo. Esto fue una visión más o menos general.
Hoy, por eso de hacer algo más variado el contenido de este mi pequeño rincón para la búsqueda de la trascendencia personal, ahondaré un poco más en el tema y me centraré en los parques de atracciones de Orlando. Orlando es una ciudad construida por y para los parques de atracciones. El que diga lo contrario miente como un bellaco. Y he descubierto que lo mío no es andar de parques de atracciones. Es más, me parece una de las formas más absurdas de pasar el tiempo. Desde luego, lo que se dice divertido, no lo es tanto. O, al menos desde mi punto de vista, la cantidad de minutos que pasas divirtiéndote no compensa la cantidad de minutos que pasas no divirtiéndote. Creo que puedes considerarte verdaderamente afortunado si consigues que, por cada diez minutos que pasas cociéndote bajo el sol, sudando mientras esperas a que la cola avance la millonésima parte de un milímetro o, directamente, viéndote arrollado por multitudes de gente, logras disfrutar uno. Porque esa es, más o menos, la relación de tiempo entre lo que hay y lo que no hay. Yo creo que es un problema de percepción sensitiva el negarnos a confirmar que es así, pero estoy completamente seguro de haber pasado más tiempo en colas, caminando de un sitio a otro, pasando calor en definitiva, que disfrutando de una atracción en concreto. La media de duración de las atracciones como montañas rusas y «zarandeo en general» era de apenas un minuto, si llegaba. Y la de atracciones tipo espectáculo, de unos cinco o diez minutos. Hacer una cola de cuarenta minutos —porque tuvimos suerte que no fuimos en temorada alta, cuando hay que esperar hasta casi dos horas para entrar— o hacer tiempo caminando y dando vueltas de un sitio a otro, sumando varios kilómetros andados al final del día, creo que no compensa la brevísima duración de aquello a lo que acudes para divertirte. Cuando te divierte. Porque hay veces que ni eso. En realidad casi todas las veces no te diviertes. La mayoría de los espectáculos que vi no consiguieron despertar en mí un gran interés, la verdad. Es más que probable que eso haya que achacarlo, al menos en parte, a mi deficiencia a la hora de defenderme con el inglés. Idioma bastante bárbaro, por cierto.
En dos semanas que íbamos a estar, decidimos que la mitad del tiempo la dedicaríamos a los parques de atracciones. Hasta este viaje nunca había hecho ni programado un viaje orientado a los parques de atracciones. De hecho, siquiera había estado en un parque de atracciones el tiempo suficiente como para hacerme una idea clara de qué iba esto. A lo más que había llegado es a visitar el parque de atracciones de Madrid con los amigos y sus hijos para que fueran estos últimos los que se divirtieran montándose en las atracciones. Nunca había hecho un viaje —ni planes— siendo yo el que tendría que disfrutar con las visitas a los parques. Pero allí estaba y ese era el plan.
De los casi tres billones de parques de atracciones —abuso de la confianza del lector con mi tendencia a exagerar, obvio— que hay en Orlando, descartamos todos los acuáticos. Lo que nos dejaba una cantidad bastante más limitada, pero que sumando todos los alternativos, por llamarlos de alguna forma, aún se hacían muchos para el tiempo que habíamos decidido dedicar a este menester. Así que hicimos lo que hace todo el mundo: Ir a los parques de atracciones oficiales o más conocidos, tanto de la factoría Disney como de los estudios Universal. En total, seis parques de atracciones. Cuatro de Disney y dos de Universal. Y, salvando alguna más que honrosa experiencia «que sí que vale que me lo pasé bien» puntual y que francamente no merece ni la pena tener en cuenta por lo fortuito y extraño del fenómeno, mi sensación residual es que fueron seis días tirados por el retrete. Completamente. El dictamen final es que desperdiciar esos seis días no solo no me enriquecieron sino que, a la larga, me empobrecieron como ser humano. Horrible.
De lo que comentaba en la entrada del mes pasado sobre esa sensación de que todo resultaba artificial, fue en los parques donde más me embadurnó esa forma de ver lo que estaba viviendo. Por ejemplo, en el Animal Kingdom, pese a los animales de verdad y ser en buena parte un zoológico, me inundaba, casi me ahogaba, esa sensación de que era un espacio para el conformismo o para la cobardía. Conformismo de aquel que no puede ir a un entorno de verdad, tal vez Kenia, y recurre a este zoológico con toxinas de parque de atracciones para hacerse la ilusión de vivir la experiencia de un safari. O que es demasiado cobarde para ir a Kenia y apenas se asoma al bordillo del acantilado. Era todo tan falso, que no podía sentir más que pena por aquellos que parecían estar pasándoselo bien. ¿Tal vez se estaban negando a sí mismos experiencias más reales, más vívidas? Animal Kingdom fue, con diferencia, el peor de los parques de atracciones que vimos en ese tiempo. El Epcot Center fue, tal vez, el mejor, hasta que te adentras en el World Showcase o como le llamen. Una suerte de Expo desvirtuada y ridícula donde, supuestamente, tocaba visitar los pabellones de los países participantes y donde, con suerte, podías farfullar una especie de «oh, vaya» enarcando una ceja e intentando que no se notara mucho que estabas fingiendo sorpresa. Uno detrás de otro todos fueron por un estilo. Casi patético.
Tal vez resulte tajante, pero es mi vida y es lo que cuenta. Visitar Orlando por sus parques de atracciones fue una experiencia absurda que no me aportó nada de nada. Salvo la visita de Cabo Cañaveral. Pero eso lo contaré más adelante. Cada una de las visitas servía únicamente para reforzar esa sensación de hastío que me producía tanta vivencia sintética. Y, sin embargo, parecía que había gente que sí que se divertía. ¿No será entonces que soy yo el raro? Séalo o no, está claro que la integridad física de aquel que me mencione la idea de viajar a un parque de atracciones puede correr serio peligro. O, lo que es peor, lo puede correr su integridad psíquica. Se arriesga a que le detalle, una por una, las peores vivencias que he tenido en el viaje a Florida. A menos que seas masoquista, o un lector concienzudo de esta entrada, en particular, y del blog en general, es algo que no te recomendaría.
Orlando es para padres con niños. Padres que no tengan miedo al hastío profundo y que sean capaces de ilusionarse con la ilusión vivida por sus hijos. Y niños lo suficientemente pequeños como para no desarrollar un criterio propio, amén de ser lo suficientemente grandes como para aún tragarse e identificar el sentimiento abstracto de ver a sus personajes favoritos. También sería apto para adultos sin capacidad crítica. De esos, lástima, los hay muchos. Para los demás, creo que es muchísimo más apasionante apuntarse a una ONG. O a un torneo de dardos. Seguro que menos artificial resultará todo.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔