El día que Steve Jobs destruyó las relaciones humanas, de rebote se cargó la sociedad y el mundo, y perjudicó seriamente la salud de mi abuela
Hace unos días —en realidad bastante más de unos días— caminaba tranquilo en estado de consumista predispuesto. Ese estado en el que paseas tranquilamente por tiendas y comercios, pero sin una finalidad concreta más allá que curiosear y, eso sí y siempre, con la mano intranquila deseosa de sacar la cartera si la oferta resulta lo suficientemente atractiva.
En tan lamentable estado me acerqué a unos grandes cajones, de esos que ponen en todos los comercios, independientemente de lo que vendan, lleno de películas en formato DVD a precios increíbles. No me siento particularmente atraído por este formato. Hace mucho tiempo di el salto al formato de alta definición por excelencia [Blu Ray, PlayStation 3 y la terrible estupidez humana por querer ser el primero]. Algo de lo que cada vez estoy más satisfecho. Sin embargo, las ofertas en DVD me recuerdan a mi abuela. Principalmente si, además, son películas clásicas o, vulgarmente conocido, cine en blanco y negro del de antes. Hace unos años le regalé un buen reproductor de DVD y, cuando se presenta la oportunidad, le compro alguna película antigua. De esas que ella disfrutó cuando era joven. No hay nada como el buen cine para alegrar a una vieja (y eso que mi abuela no es especialmente vieja). Y a mí me hace muchísima ilusión regalarle esas películas porque la veo entusiasmada. Es consumismo, lo sé, pero un gesto tan sencillo como gastarse cinco o seis euros alegra a mi abuela con dos horas de buen cine.
Hace menos tiempo tuve una pesadilla. En ella me acercaba a uno de esos cajones. Estaba completamente vacío. En el fondo había un papel manuscrito en el que se leía «creo que el mundo no necesita más DVD ni Blu-Ray» y estaba firmado por Steve Jobs. Lo llamé. Extrañamente en mi sueño tenía el teléfono de Jobs y, más extraño aún, hablaba perfecto castellano —más bien el canarión del cabrón de la clase de tercero de bachiller—. Así que me quejé y le dije que no podía hacer eso. Su respuesta fue sencilla: «ajo y agua». Y se reía con voz de niño perverso. Cuando conseguí que me diese una explicación más coherente me dijo que el futuro eran los implantes capilares de fibra óptica con receptores WIFI de alta definición que me permitirían ver directamente en el cerebro una gama de colores que no me hubiese imaginado. Eso sin contar las sensaciones únicas e inexplicables que viviría con los contenidos directamente descargados de Internet con banda hiperancha tetradimensional a mi cerebro. Eso sí, tendríamos que pagarle a él (por eso de hacer estándares que únicamente funcionan con sus equipos y programas) ya que poseía todas las patentes.
Repentinamente, imaginando todas las implicaciones de aquella estrategia, me sumergí en una insoportable angustia. Entonces desperté agitado.
Ya más tranquilo pensé, entristecido, que de ser cierto que quiere erradicar el formato físico del mundo, ya no podría volver a regalarle una película a mi abuela. Ese pequeño gesto de comprarla, acercarme a su casa y tomarme un té mientras la vemos juntos. ¿Y cómo le prestaría a mis amigos esa película tan fantástica y que atesoro con mucho cariño? [‘Home’, precioso canto de amor a la Tierra]. ¿O lo de llamar a los amigos y proponer ir a su casa para ver una de las películas que he comprado unos días antes mientras cenamos una pizza? ¿Steve Jobs quería robarme esos pequeños momentos de placer social con los amigos? ¿O lo de acordar con mi padre hacer un pedido conjunto a Amazon UK porque la libra ha caído y allí las películas se venden a precios razonables mientras que en la república de España siguen sacándote los ojos por una película de hace dos años? ¿Quería quitarme también esas pequeñas empresas padre-hijo por el capricho de un tecnófilia extrema al creerse un ser endiosado?
Todas esas preguntas me pasaban por la cabeza tras ese despertar violento y me decía que no era posible que un hombre que había levantado una empresa como Apple, tan encariñada con el usuario final, que nos mimaba tanto, llegase a negarle esos pequeños placeres de compartir y disfrutar con amigos y familiares. ¿No hay que ser muy mala persona para quitarle eso a la gente? Me acosté tranquilo sabiendo que no, que eso no podía ser posible. Mi amigo Steve Jobs no me haría eso.
¿A que es una bonita historia hasta el momento? Pero la realidad nunca es tan humana.
Pues parece que sí, que Steve Jobs pretende quitarnos [Steve Jobs asegura que las descargas derrotarán al Blu-Ray @ Applesfera] esos placeres que, al menos yo, aprecio tanto. No niego que eso no vaya a ocurrir, pero supongo que en países como España, donde el humus técnico aún está muy pobre, a esos arbustos tecnológicos les llevará otros diez años empezar a crecer. Para entonces espero haberle puesto a mi abuela un equipo tipo GoogleTV [@ Google] o un Apple TV [@ Apple] que pueda manejar con la voz, que a cada casa llegue la fibra óptica, que la banda ancha se haya declarado bien necesario e indispensable de primer orden constitucionalmente para que los precios sean asumibles por la recortada pensión de una jubilada, que todo se pueda almacenar en la nube, y que la gestión de contenidos favorezca la creación de grupos familiares que puedan disfrutar del mismo contenido de forma comunal. ¿Es que me van a prohibir prestarle a mi padre una película que yo he comprado?
El modelo que está proponiendo la industria, el mismo que defiende Steva Jobs, y a mi modo de ver, desfavorece la interacción social con los amigos y familiares. Promueve el individualismo y el sedentarismo. En resumen, da otro pasito más en el camino de Los sustitutos [@ FilmAffinity]. No es un modelo que me disguste especialmente, pero tampoco que desee abrazar con fuerza. Al menos no en un futuro cercano. Sin embargo, supongo que será el modelo al que acabará tendiendo todo. Yo me opondré con todas mis fuerzas mientras la industria del Blu-Ray siga siendo una alternativa [La Blu-Ray Disc Association responde a las críticas de Steve Jobs @ Applesfera]. O hasta que cambie de opinión, que ya se sabe que soy muy voluble. Pero hasta que eso ocurra, yo seguiré disfrutando de la mayor calidad posible que me brinden los discos de alta definición que, pese lo que pese al que escribió el último artículo referido y a su fanatismo ciego, son muy difíciles de rayar. Seguiré comprándolos a medias con mi padre, que conjuntamente ya tenemos más de cien películas en este formato. Y seguiré tranquilo sabiendo que mi abuela podrá seguir disfrutando de películas en un modo fácil y cómodo de manipular para una persona mayor.
Para acabar, unas palabras sobre el título de la entrada de hoy. Puede parecer un poco excesivo, lo sé. Se trata de un recurso a las emociones. Forma parte de las falacias informales dentro de los prejuicios cognitivos [@ Wikipedia]. ¿Soy mala persona por ello? ¿Por intentar manipular las emociones de los demás para reforzar mi discurso? Vaya, de verdad que creí que era lícito usarlo cuando hasta las compañías que se mueven principalmente estimuladas por el ánimo de lucro lo hacen. Incluso Apple recurre a ello [Nuevos anuncios del iPhone 4, Apple tocando la fibra sensible @ Applesfera]. ¿A que viendo esos anuncios a uno se le enternece el corazón y le dan ganas de comprar el nuevo iPhone? ¿Y a que no te sientes «manipulado»? Pues espero que con el título de esta entrada a Steve Jobs —y sus cien mil fanáticos— se les ablande el corazón y se apiaden de mi abuela. Para mí su salud es importante.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔