Miami y Everglades - Florida
En el anterior capítulo de la saga de Florira [El Centro Espacial Kennedy - Orlando], comenté que la visita a Cabo Cañaveral fue la mejor experiencia del viaje de dos semanas que hicimos mi mujer y yo con una pareja de amigos a Florida a finales de septiembre del año pasado. Visitar el centro espacial fue una ruptura a la monotonía de los parques de atracciones de Disney y Universal [Los parques de atracciones en Orlando] y a la sobredosis de outlets y centros comerciales [Jet Lag prorrateado] que predominaron en el día a día de esas dos semanas.
La otra actividad diferente se planteó en la visita a Miami y recogiendo la única condición que puse para viajar a Florida: visitar el Parque Nacional de los Everglades [@ Wikipedia]. Dada la escasez de parques naturales de estas características en la isla donde vivo, me atraía muchísimo dar una gran caminata por esos parajes. Al fin y al cabo, si uno se gasta una pasta en viajar, al menos que sea para vivir experiencias distintas a las que puede encontrar en su sitio habitual de estancia. Y por muy impresionantes que sean los centros comerciales en EEUU, en Gran Canaria también los hay.
La visita a Miami fue fugaz. Aprovechamos para ver a familiares, sub-rama que emigró a cuba hace un siglo y de allí saltó a EEUU y que hay en el árbol familiar de mi mujer, y como lanzadera para ir frescos al día siguiente tempranito a los Everglades, lo que yo más deseaba de este viaje. Pasamos noche en Ocean’s Drive, calle de apenas unos pocos cientos de metros que se tarda una hora en cruzar en coche por la tarde y por la noche porque está llena de gente buscando gente. Un sitio horrible. Lo positivo es que el hotel en el que pasamos noche, pese a que la primera habitación que nos dieron estaba plagada de cucarachas, resultó ser muy cómodo y agradable, con el estilo típico del distrito en el que se ubica: El Distrito Art Decó. Además, pertenece a Gloria Estefan [Cardozo Hotel] y ya nadie podrá negarme nunca que pasé la noche en la cama de la afamada cantante. Al menos en una de ellas. Otra cosa bien distinta es que la pasara, además, con ella. Esos son detalles sin importancia. Aunque, para mi gusto, la pasé con una persona que me gusta más: mi mujer.
El Distrito Art Decó [@ Wikipedia], también zona de marcha importante de South Beach, como decía antes, resultó muy pintoresco. Para mi gusto muy mal tratado, porque había bastante suciedad y los edificios daban muestra de decadencia. O tal vez este fuera el atractivo que no supe apreciar. Dicho distrito, además, está a pie de playa. Playa a priori impresionante, por la blancura de sus arenas, pero yo he vivido toda mi vida en una isla llena de playas con encanto. No valoro igual ese tesoro teniendo mi propia riqueza. Supongo que para alguien que haya crecido toda su vida en una meseta, alejado de costas y playas, será lo más fantástico del mundo mundial y alucinará con la playa de South Beach. No fue mi caso. Yo no necesito cruzar el Atlántico para eso. Eso sin contar que todas las mujeres que hay en Miami tienen silicona en las tetas. ¿Se puede ser más sintético en la vida? Me quedo con las féminas autóctonas de canarias, más naturales, pese a su peculiar forma de hablar tendente al poligonismo. Siempre que mi mujer ande mirando para otro lado, claro.
Pero antes de llegar al hotel paramos a comernos una frita en Calle 8, el reducto —más bien una colonia en toda regla— cubano. La calle en sí es enorme —de hecho conduce, en línea recta, y sin percatarte de cambios significativos, a la carretera 41 que cruza el estado de costa a costa—, aunque la zona típica es algo más reducida. Allí paramos a comer una especia de hamburguesa típica que Luis me había recomendado probar. Sin lugar a dudas muy buena. Pero fue lo único interesante del lugar. Por lo demás, la Calle 8 tampoco me pareció gran cosa. Cierto que uno es poco impresionable, pero es que calles sucias, desatendidas, con pintadas y etnias específicas, las hay en todas partes. En Las Palmas, por ejemplo, tenemos la calle de la Naval, que me pase ahora a la memoria.
Resumiendo, Miami no me pareció tampoco un sitio destacable. Ni recomendable para ir de vacaciones. Los pocos edificios grandes que hay en South Beach ofrecen una buena instantánea. Si encuentras un buen lugar desde el que poder fotografiarlos. Mejor de noche. Por lo demás no supe encontrarle el encanto. Y adolece del mismo mal que Orlando: no te puedes mover por la ciudad sin coche. Además, ignoré el paseo en barco para ver las casas de las estrellas. Supuestamente la otra gran atracción de Miami. La idolatría a famosillos de medio pelo me trae un poco sin cuidado. Por mí como si se los comen los aligatores. O los abducen extraterrestres deseosos de practicar exploraciones rectales con ellos.
Lo único realmente destacable de aquel día fue la visita a los familiares. Impresionante el trato que nos dieron y la cena en el restaurante típico cubano al que nos llevaron. Siendo unos completos desconocidos me hicieron sentir como familia de toda la vida. Estuvimos hasta las tantas charlando. Fueron cinco horas geniales. En tan poco tiempo conseguimos disfrutar más de lo que pudimos disfrutar sumando la mayor parte de los días que estuvimos en Orlando (quitando la visita a Cabo Cañaveral, claro). Nos quedó pena de no haberlo programado de otra forma y no poder quedarnos unos días con ellos. Ya teníamos pareja para el baile. Ha quedado pendiente una visita más larga y mejor programada para disfrutar con ellos más tiempo. Esperemos no tardar mucho en cumplir la palabra.
Tal vez en esta nueva visita consiga visitar los Everglades como yo quería. Y llegarnos a Cayo Largo y recorrer las impresionantes autopistas sobre el mar que se ven en la película Mentiras arriesgadas [@ FilmAffinity]. ¿O esas salían en otra película?
Entre lo que mi imaginación daba por hecho que sería la visita a los Everglades y lo que fue, hubo una grandísima diferencia. Casi un salto cósmico, me atrevería a afirmar. Para empezar, yo me imaginaba caminando por los caminos que me había referido el amigo Luis en sus crónicas, guiado por un ranger. Segundo, que sería una paseo sin límite de tiempo. A nuestra bola, comiendo en algún chiringuito de la zona, como me había señalado sulaco [Distorsiones]. Ni lo uno ni lo otro. Paseo larguísimo en guagua con una conductora que no paraba de cacarear cosas sobre la ciudad y concertado desde el mismo Miami. Un show mediatizado, manido y remanido, con cocodrilo domesticado. Pagar por cada foto que te haces con un bicho y la posibilidad de comer una hamburguesa de carne de cocodrilo. Eso sí, con tiempo límite porque la guagua no esperaba. No creo que llegara a estar más de dos horas en el lugar antes de volver a Miami. Vamos, ni color con lo que mi imaginación esperaba que fuera la experiencia. Yo deseaba algo al estilo de lo que te cuentan en la web de Miami [Everglades para turistas]. Eso sí, el paseo en el bote aéreo fue cojonudo. Aunque corto.
Con el capítulo de hoy doy por finalizada las avenencias y desavenencias del viaje a Florida en el que nos embarcamos hace ya casi diez meses y del que, para mi desgracia, traje las maletas llenas —pagando incluso cien dólares de sobrepeso por ello— de malas experiencias. Sin embargo creo que, con otro planteamiento de base, la experiencia de Florida podría haber sido una gran experiencia y no un gasto compartido a medias como resultó ser. Una pena. Pero es lo que tiene viajar con gente que no comparte tus mismas inquietudes y tus mismos anhelos. Aunque todo esto ya es agua pasada y ha acabado importándome poco, tras todos estos meses.
En cualquier caso, el acercamiento a la familia de mi mujer nos permite que en el futuro dispongamos de una base de operaciones desde la que poder replantear la experiencia a vivir en ese estado. Aunque, dado el gran mundo que hay que ver, y el poco tiempo que nos toca vivir, no tengo yo muy claro que pise esa tierra nuevamente más que de paso a algún otro destino de ese país que ha venido en autoproclarmar a su presidente el hombre más poderoso del mundo… Ya les vale. Para eso y para —a ver si esa vez sí que sí— pasear a mi gusto por los Everglades y pelearme con un cocodrilo como hiciera el Tarzan de mi niñez, que con taparrabos y mucha mala baba en blanco y negro acuchillaba al pobre bicho sin piedad.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔