Cuestión de fe
En avión prefiero sentarme en la parte trasera. Casi siempre lo consigo. Es una de mis manías y nada tiene que ver con que la gente que se sienta atrás tenga un 40% más de probabilidad de sobrevivir a un accidente [Safest Seat on a Plane]. Curioso que los que más pagan por sentarte al principio tengan menos probabilidad de sobrevivir. Pero no comentaba lo del avión por este motivo. Con los años he ido reforzando este gusto por ir atrás dado que me permite observar, aunque ligeramente y de forma sesgada, el comportamiento del resto del pasaje. También suelo preferir el asiento de pasillo en lugar del que va junto a la ventanilla. En muchos vuelos el personal de la tripulación suele ofrecer, a veces al comienzo de la fase de descenso y a modo de despedida, una cesta que contiene caramelos y/o toallitas húmedas para que cada pasajero se autosirva. Es la cesta con caramelos la que llama mi atención y tiendo a observar lo que hacen los pasajeros cuando el personal se los ofrece. La mayoría coge uno o dos caramelos, aunque siempre veo cómo alguien entierra la mano abierta y saca el puño lleno. No viajo mucho y no considero que mi experiencia pueda ser tomada como relevancia estadística, pero no hay viaje en el que al menos dos personas, que yo llegue a ver, se salen de la media y se llevan unos cuantos consigo al bajar. Aunque arriesgado, por poner números que tal vez ayuden a visualizar mejor el comportamiento, entre un 1% y 2% optan por irse con las manos vacías, el 98% de las personas a las que se les ofrece caramelos cogen tan sólo 1 o 2, mientras que únicamente el 1% intenta coger tantos como pueden o caben en su mano (calculo que entre ocho y diez). No me sorprende que haya gente que se comporte así. Lo que realmente despierta mi curiosidad es que no haya mucha más gente que se lance a acaparar un recurso que se les ofrece de forma completamente gratuita. Es gratis y según la experiencia, tal como lo ha reflejado Dan Ariely en su libro ‘Las trampas del deseo’ [mi reseña], la gente se comporta de forma muy irracional cuando hay algo gratis de por medio. Sin embargo no es así con el caso de los caramelos. Es más, muchos podrían aducir y justificar que van incluidos en el precio, que ya los cobraron en el pasaje y que con todo derecho cogen cuantos más mejor. Pero no, parece que las personas que viajan en avión suelen comportarse de forma comedida. A modo de curiosidad, quitando a los niños, diría que poquísimas veces he visto coger muchos caramelos a gente joven —en el sentido de edad, que no de espíritu—. La mayoría de las veces que he visto a alguien aprovechar la ocasión para llenarse los bolsillos, se trataba de una mujer mayor, en apariencia de más de cincuenta años. Algún caso he visto, pero la mayoría de los hombres mayores suelen abstenerse de coger más de uno o dos.
Vino a mi mente el asunto de los caramelos leyendo la última crónica de Amador Fernández-Sabater [La cena del miedo], a la que llegué vía Kriptópolis [Represión y miedo para el pueblo]. Como a mitad del texto leí la frase que eyectó la asociación de ideas: «Esos consumidores irresponsables que lo quieren todo gratis». Y no fue la única. Hay unas cuantas frases más que merece la pena leer. Son, a mi entender, ilustrativas en cuanto a la visión que tienen aquellos que, en cierta forma, han de velar por un estado e identidad cultural nacional sano. Merece la pena, también, no solo leer las frases. Ambos artículos son muy buenos.
Mi reflexión fue —y es ahora— algo infantil, he de reconocerlo, pero básicamente arrancó con el siguiente planteamiento: «Si todos los que tenemos Internet somos tan irresponsables y egoístas, que lo queremos todo gratis, ¿por qué no desvalijamos las cestas de caramelos cuando nos las ofrecen en el avión?» ¿Tiene sentido que la gran mayoría de usuarios de un servicio, el de aviación, seamos tan moderados, mientras que usando otro servicio, el de Internet, seamos tan desmedidamente insaciables, egoístas e irresponsables? Tal vez la respuesta esté en que son dos poblaciones diferentes. Aunque me parece a mí que no. Cierto que seguimos a la cola de Europa en cuanto a implantación de ADSL en los hogares, pero al menos el 50% tiene, o tenía, durante la primera mitad del año 2008. A todos los que van en el avión se les supone un hogar en el que vivir, por tanto al menos la mitad tenía ADSL en casa. ¿Significa eso que la mitad de ese 98% de pasajeros comedidos, se habrían dejado en casa el ordenador encendido descargando toda la música, las películas y los juegos que pudiesen descargar? No deja de ser una cuestión de fe, claro está, pero yo, sinceramente, no me lo creo.
Durante una de las épocas más oscuras del siglo XX, en Europa coexistían cuatro grandes dictaduras. Las lideradas por Hitler, Mussolini, Franco y Stalin. Unas un poco más grandes/peores que otras, claro está, pero dictaduras a fin de cuentas. Una de las características de un régimen dictatorial es que la justicia, o lo que en estos casos se denomina justicia, la reparten hombres de a pie que, en nombre de leyes cuando menos arbitrarias y en defensa de los valores nacionales, podían detenerte en la calle, entrar en mitad de la noche en tu casa sin requerir autorización e, incluso, encarcelarte únicamente por expresar una opinión diferente. Cuando no aplicar la ejecución exprés en mitad de la calle aduciendo traición o terrorismo. Lo de las torturas lo dejamos para otro momento. Aunque pueda resultar una comparación insultante, no deja de sorprenderme que cuatro sean también las industrias —musical, cinematográfica, editorial y de videojuegos— que hoy en día exigen un modelo de recorte de libertades tan propio de las dictaduras. Cierto que en la afirmación de los consumidores irresponsables que lo quieren todo gratis no se dice claramente que la totalidad lo seamos, pero sin embargo sí están dispuestos a firmar, a promover, un modelo que recorta claramente las libertades civiles de la absoluta totalidad de la población. Lamentablemente la solución que proponen no es admisible. No vale el «pagan justos por pecadores». Ahora es por las descargas directas y esgrimiendo la queja de los derechos de propiedad intelectual, cuando realmente quieren decir propiedad industrial o derecho de explotación comercial. ¿Pero mañana por qué será? ¿La censura a la china de páginas Web de otro países? La Ley Sinde es una caja de Pandora que no merece la pena abrir.
Pero hay otro punto de la ya mencionada afirmación que no terminó de convencerme: «¡gratis!» Hasta donde yo sé, dentro de mis limitados conocimientos de Informática, no basta con que los bytes con dueño lleguen por el extremo de tu ADSL a tu ordenador. Deben ser almacenados en un disco duro, por lo que habrás pagado un canon digital. Si vas a grabar el disco en un CD habrás pagado tanto por la grabadora como por el CD o DVD en el que lo grabes. Si lo que quieres es escucharlo en tu MP3 o en tu iPod, también habrás pagado el canon. A estas alturas he perdido la cuenta de todo aquello por lo que he pagado canon de copia privada. Y todo eso sin contar que ya abonas una línea ADSL, que aún sigue siendo de las más caras en Europa en relación calidad/caudal/precio. Que lo sangrante no es lo que te cuesta el servicio en sí, sino que estás obligado a mantener una línea. Da igual lo que tengas o hagas, que mensualmente la operadora ingresará entre 15 y 20 € tan solo en concepto de línea, servicios aparte, por un par de cables de cobre que, al menos en mi caso, llevan cuarenta años ahí puestos y que están en tan mal estado que no dan para nada más que 1 Mb de caudal al mes. En definitiva, la afirmación de «gratis» es totalmente gratuita. Porque si hay algo cierto en todo esto es que, de momento, y suerte que aún no tenemos una Ley Sinde y una dictadura, opinar sí es gratis.
Y no, no afirmo que el canon sea una autorización para que uno pueda copiar todo lo que le venga en gana. Ni tampoco que el abonar mensualmente ADSL más la línea, algo que ronda entre los 30 y los 50 €, tengamos derecho a descargarnos todo lo que se nos ocurra. No, no afirmo eso, ni tampoco defiendo el derecho a hacerlo. Pero como se lleva demostrando hace ya bastante tiempo, los motivadores extrínsecos, en este caso las penalizaciones, pocas veces funcionan a largo plazo. Como nos enseña el arquetipo de desplazamiento de carga (posiblemente en su variante hacia la intervención) [Arquetipos sistémicos (PDF)] de la Dinámica de Sistemas [@ Wikipedia], atacar el síntoma y no el problema fundamental de base, consigue una mejora momentánea y superficial que, sin embargo, a la larga empeora el conjunto, llegando incluso a dañarlo de forma irreversible. Desgraciadamente el canon digital fue eso y la Ley Biden-Sinde no deja de ser otro despropósito más en esta dirección. De proseguir en esta línea sospecho que nos encontraremos ya con el arquetipo de erosión de metas.
¿Pero realmente a quién —o mejor dicho contra quién— va dirigida esta ley? ¿Quienes son esos consumidores irresponsables? ¿A quienes quieren perjudicar? ¿A quienes beneficia? Son preguntas que me hago cada vez que oigo hablar o leo algo de la Ley Biden-Sinde. ¿Tienen identificados realmente al enemigo? Por mucho que se nieguen a aceptarlo, la gente seguirá copiando discos y películas. Lo hacían antes del boom de Internet y lo seguirán haciendo pongan las pegas que pongan. Esto no lo va a cambiar la aprobación de ningún sistema censor. No se puede obligar a alguien que no tiene recursos a comprar discos. Tampoco se puede exigir a esa misma persona sin recursos que renuncie a la posibilidad de disfrutarlos. ¿Vamos a meter en la cárcel a los adolescentes volátiles que hoy escuchan el disco de Beyoncé y mañana el de Maná y para los que estos mismos discos tienen un ciclo de caducidad ridículamente corto? ¿Son realmente tan malignos estos chavales? ¿Entonces, cuál es esa población de consumidores irresponsables? Sinceramente, creo, otra vez un acto de fe, que no tienen ni idea. A lo que apesta todo esto es que simplemente quieren más. Vivimos en un sistema de incremento constante de resultados. Si una empresa, el ánimo de lucro siempre supuesto y que vaya por delante, no cumple objetivos, aunque sí declare beneficios, en neto considerará que ha tenido pérdidas de cara a sus inversores. Es, en sí mismo, un modelo aberrante que no hay por donde coger. Pero es el que tenemos y el que, nos guste más o nos guste menos, veremos defender con uñas y dientes. Sin embargo, están a punto de convertir una defensa a ultranza, feroz y casi rayana en el fundamentalismo devoto de una fe muy particular, en un batalla de tierra quemada. Y se olvidan, o intentan ocultar con ello, de conceptos de economía básicos para todos. De esos mismos conceptos que hablan de bien sustitutivo, de elasticidad, de leyes de oferta y demanda, etc., etc.
Pero lo peor de todo es que seguimos profesando una fe ciega a los motivadores extrínsecos. Seguimos creyendo que el castigo ejemplar cambiará la conducta de la gente. La realidad es que podrás infundir temor, pero no podrás hacer que una persona adopte tu fe. Ni siquiera, en un contexto de amenaza, que intente entender tu punto de vista. Para eso hay que conseguir que el individuo considere que en el intercambio económico, que en la transacción comercial que realiza, sale ganando. Y eso sólo se consigue trabajando en la motivación intrínseca de cada individuo. Aunque, tal vez, esto no sea más que una cuestión de fe infundada en la persona y, en el fondo, todos somos realmente consumidores irresponsables (y viles) que lo queremos todo gratis.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
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Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔