'El oficinista'
Alguna vez he contado que tiendo a ser inmune a las autopromociones grandilocuentes que aparecen en las portadas de los libros rezándose como ganadores de algún premio. Lo mío es sentirme atraído por el título o, cuando menos, por la portada y el resumen ejecutivo que suele haber en la contraportada. De seguir estos principios nunca me hubiese lanzado a comprar ‘El oficinista’ por voluntad propia. De hecho no lo hice pese a que lo tuve alguna vez entre mis manos al poco de publicarse. Pero mi padre, que suele dejarse caer con algún libro inesperado en ocasiones especiales, me lo regaló.
Y menos mal, porque de no haberlo hecho hubiese perdido la oportunidad de leer un libro realmente magnífico. Me sentí atrapado desde la primera página por un universo oscuro y tan denso que casi podía cortarse con un cuchillo de untar mantequilla. Es apasionante, a veces casi en modo enfermizo, la forma en que esta novela de ficción es casi un reflejo, en proyección sobre una topología no euclidiana, de las miserias existenciales de muchos de nosotros mismos. Sin ser, eres. Y sin padecer, sufres. En sí mismo, el universo creado en esta novela es la constatación y recordatorio constante del puedo pero no consigo, o del quiero pero no tengo. Como si de un juego de oca perverso, y tirando porque me toca, es un retrato del miedo a los miedos. Real como la vida misma, pero ambientado en un cosmos sucio y turbio donde lo peor de nosotros mismos se maximiza para dibujar aquello que fue antes y que podría volver a pasar. Es, en resumen, una historia que magnetiza la atención y que captura la consciencia. No puedes, al menos ese fue mi caso, parar de leerlo hasta que lo terminas.
El ejercito controla el ingreso a la boca del subte. Le piden el documento, lo palpan. Lo último que falta es que lo confundan con un guerrillero y lo carguen a un centro clandestino de detención, lo torturen y después lo tiren al mar desde un avión. Es que hoy en día no se puede saber quién es un subversivo y quién un ciudadano común. Le devuelven el documento. Puede pasar. Cuenta las monedas para el viaje. Toda su vida contó monedas. Si fuera rico, ya renunciaría al empleo, abandonaría la familia y, por supuesto, huiría con la joven. Le regalaría un implante odontológico. Cuando piensa, como ahora, en la fortuna, se ilusiona con un golpe de suerte o de arrojo. A través del azar o del robo. La lotería o un desfalco. En su caso, reflexiona, la suerte estuvo siempre en su contra y la tentación del robo no pasó nunca de una fantasía desesperada.
Aún compartiendo origen lingüístico, el dialecto algo distante y particular del autor hace que uno navegue por la narración con el encanto de aquello que viene de ultramar. Con un lenguaje casi periodístico, a veces cantarín, Guillermo Saccomanno, hasta hoy extraño para mí, ha conseguido que mi imaginación baile al son de sus palabras. ‘El oficinista’ es un libro, casi un cuento de terror sin miedo, que debería ser leído y que, por tanto, consigue entrar por méritos propios más que válidos, entre aquellos que, en mi ilusa creencia de tener capacidad de crítica, merecen la calidad de must read. Si no lo has leído ya, no pierdas la oportunidad.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔