Una de esas constantes en mi vida es que soy una contradicción andante. Por ejemplo: Repito hasta la saciedad que los libros de autoayuda me disgustan y, sin embargo, no hago otra cosa que desviar constantemente mi atención hacia ellos cuando visito las librerías o los puestos de prensa del aeropuerto. Cierto que no son los del tipo de autoayuda venidos al caso, con un barniz psicológico del tipo harás lo que te salga de las narices con poco que te lo propongas y creas en ti mismo.
Hay libros que, por más que te los ponen delante, nunca te paras a cogerlos en la mano para hojearlos y, con suerte o no, comprarlo. De esos hay mucho en mis visitas a las librerías. El libro de Juan José Millás, ‘El mundo’, es uno de esos libros que me he tropezado múltiples veces y que siempre he despreciado. Por mucho premio nacional de narrativa que le hubiesen concedido.
He pasado cinco meses en Madrid, con temperaturas que en ocasiones llegaban a los cuatro o cinco grados bajo cero, y siempre me he movido como si el frío no fuese conmigo. «Tú no eres canario» me decían en el trabajo. Varios compañeros han ido cayendo enfermos con gripe. Bajas por enfermedad de hasta una semana en algunos casos. Estornudándome o tosiéndome al lado. Y yo como si nada. El frío parecía no ir conmigo, efectivamente.
Hoy toca a su fin la estancia forzada por cuestiones imponderables de trabajo. Lo que venía a hacer a Madrid no se podía hacer sino en Madrid. Al menos esa era la excusa que me trajo aquí. Un proyecto que, tan pronto pisé el suelo de la oficina central se convirtió en vapor. Cinco meses de destierro sin tener un motivo claro para estar y en el que los planes dentro de planes dentro de planes se iban perfilando.
Creo que la serie Cosmos ha sido una de las más influyentes en mi vida. Lástima que siempre haya sido tan gandul, pero aún así ha sido una de las series documentales que más han marcado todo aquello que me hubiera gustado ser y hacer. Así que, venciendo de vez en cuando mi marcado talante de vago irredento y perenne, recurro a lo que se puede encontrar en las palabras del inigualable Carl Sagan buscando algo en lo que invertir mi tiempo de lectura, que últimamente es bastante.
La estancia en Madrid está resultando muy provechosa en cuanto a anécdotas laborales. Contra todo pronóstico —al menos el de los que me trajeron a Madrid— he tropezado con un grupo de gente fantástica con la que he hecho muy buenas migas. Todas las semanas salimos alguno de los días —a veces más de uno— a tomarnos unas cervezas y acabo llegando a las tantas al piso. Cierto que digo que estoy a un tiro de piedra en tren del centro de Madrid, pero siempre que tenga en cuenta que el último tren pasa por Príncipe Pío a las once y media de la noche.
La novena novela de la saga Mundodisco no me ha gustado. Pero nada de nada. Siendo bastante corta para lo que es la media de las novelas de esta saga, estuve a punto de dejarla un par de veces.
Terry Pratchett retoma las andaduras del inútil Rincewind y su inseparable baúl ciempiés llamado Equipaje allí donde acabó en la novela anterior, ‘Rechicero’, y que es traído de vuelta a esta dimensión en ‘Fausto Eric’, por gracia y obra de un niño con ganas de practicar las artes arcanas de invocación demoniaca.
Se cumplen cinco meses de mi estancia en Madrid y apenas queda poco más de una semana para que retorne a mi casa y a mi puesto de trabajo como responsable de delegación en Las Palmas. Siendo como soy un eterno insatisfecho, ni me apasiona la idea ni dejo de alegrarme por dejar atrás esta experiencia independentista de mi persona. Y es que, como casi todo en la vida, hay cosas que me han gustado muchísimo y otras que no me han gustado nada de nada.
Hace un mes comentaba que ‘Pirómides’ era la mejor novela de la saga Mundodisco que había leído hasta el momento. Básicamente porque se alejaba de los magos y de las brujas para recrear un entorno diferente. Esa era la séptima novela y pensé que, siendo el estilo que era el de los libros y la prosa, con sus limitaciones, de quien venía, difícilmente habría alguno otro libro de la serie que lo superase.
Si bien el anterior libro comentado aquí, ‘El pornógrafo emprendedor’, lo compré porque me llamó su subtítulo, éste estuve a punto de dejarlo en la estantería por el comentario, la alabanza, que se lee en la parte alta de la portada. Me resultó tan ultraneoliberalista la mención que me hice una imagen mental —prejuicios, vamos— de un libro reaccionario en el sentido fachento de la palabra. Vamos, un libro dedicado a elevar como divinas las virtudes de un mercado libre que, en estos últimos años y una vez más, se ha demostrado imperfecto por cómo y cuan fácilmente se ha dejado corromper en sus intenciones.