Andaba terminando la Escuela de Informática cuando empezaba el boom del correo electrónico, de las comunicaciones y, por supuesto, de la World Wide Web. Hasta entonces, lo único de criptografía que había escuchado te lo daban, si mi memoria no falla, en la extremada y absurdamente dura asignatura de «Tele», impartida en tercero, donde, entre otras cosas, te obligaban a memorizar características físicas de conducción de los cables coaxiales o los diferentes rangos de distancias de las distintas normas.
Voy acumulando libros leídos y ya va siendo hora de intentar poner esto al día. Tan pronto lo escribo me doy cuenta que no lo haré, pero de alguna forma tendré que motivarme; aunque sea mintiéndome, de forma piadosa, a mí mismo. Construcción semántica esta última que da lugar a pensar que tengo que buscar una forma externa, un incentivo, para hacer algo que, de motu proprio no me apetecería hacer.
Tal día como hoy, ahora hace ocho meses justos, llegaba a Madrid para comenzar a trabajar en una nueva empresa. Habían sido unos meses inciertos buscando trabajo «cerca de casa» que no habían terminado en nada. Tuvo que ser la oferta de un amigo la que me arrancara del calor de mi hogar para venirme a una ciudad grande como Madrid. Dejé la incertidumbre de la búsqueda infructuosa de trabajo en Las Palmas por la incertidumbre del día a día en Madrid.
De forma general, no somos muy conscientes de las consecuencias de un acto simple y sencillo. Pese a nuestra inconsciencia, muchas veces las acciones originales siguen proyectando su sombra en el transcurrir del tiempo e, incluso, inducen a otras acciones. Sin embargo, también hay ocasiones en que la cadena de sucesos tiene un claro origen y resulta fácil determinar la causalidad de lo acontecido. Ayer, sin ir más lejos, me dejé imponer por mi mujer y llamé a Movistar para liberar mi iPhone, como primer paso para buscar una tarifa más económica (algo que ya adelanté aquí).
¡La polla! ¡Es un vino! Aunque por las puntuaciones, muy buen follador vino no parece ser ;-)
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
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Como decía en la entrada anterior, me he pasado el fin de semana «tocado». Sin muchas ganas de salir, he repartido el tiempo entre dormir, ver películas y probar cosas. La limpieza general de la casa, por otro lado altamente necesaria a día de hoy, me parece que lo dejaré para el martes o el jueves, festivos nacionales (qué grande es España por sus festivos, por mucho que le joda a la Merkel).
Como he estado todo el fin de semana un pelín «tocado», decidí, que si al final no me llamaban para salir, me quedaba en casa descansando. Es lo que he hecho. Eso y ver películas. Tengo por aquí unos cuantos Blu-Ray que ver, pero tenía ganas de ver algo ligeramente «más moderno». Aprovechando que tenía aún montón de saldo en la PlayStation Store de cuando compré ‘The Last Guy’, me lancé a revisar la oferta para alquiler.
El proceso es siempre el mismo. Empieza doliéndome la garganta. Sequedad intensa. Beber agua es sentir papel de lija bajándote por la garganta y la tráquea. Luego, dificultad para respirar. Mocos. Obstrucción nasal. Respirar por la boca, y más sequedad. Al par de días noto que baja a los pulmones. Tos. Más tos. Dolor punzante y ocasional. Dolor de cabeza. Mucho. Dificultad para dormir. Amanezco como un walking dead más. Y así durante unos días.
Hace bastante tiempo que no cojo la prensa gratuita que una suerte de repartidores intenta colocarte a la entrada o salida de las estaciones de Cercanías. Si leo algo relativo a las novedades que acontecen en el mundo —y no me refiero al periódico de Pedro J.— lo hago en el iPhone o en el iPad. Ayer no iba a ser el caso (aún peleaba con las legañas), pero me llamó la atención el gran titular del ADN que leía el que tenía sentado en frente.
Hace un rato que he llegado de pasar el fin de semana en casa, Las Palmas. Allí salí en camiseta de manga corta. Aquí tuve que calarme la chaqueta y exhalaba humo por la boca.
Pues sí que hay diferencia, sí.
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