Salvo que acabes de aterrizar accidentalmente en este mi rincón de miserias personales, ya te sabrás de memoria la mecánica con la que me hago con muchos de los libros que han ido apareciendo por aquí comentados. Pero si fuera este tu estado, el de recién llegado, lo abreviaré: Chico entra en una librería haciendo tiempo esperando a su mujer. Chico curioseando en los estantes tropieza con un libro cuyo título le llama la atención.
A VER SI APPLE SE VA A LA MIERDA CON LA CRISIS
Así me respondía el otro día mi mujer [su blog; muy abandonado] en una conversación por GTalk cuando le comentaba que estaba pensando en comprar un segundo monitor de 24" para el iMac, ya que últimamente he retomado la sana práctica de programar y no andar únicamente viendo porno navegando por la Web y/o leyendo blogs. Pese a que el iMac es el de 24", me resulta muy pesado andar saltando entre las diferentes ventanas que tengo abiertas durante la codificación, depuración, etcétera.
Generalmente me sucede una cosa curiosa cuando observo cuadros. Soy capaz de apreciar —incluso de maravillarme con— la capacidad del pintor de dominar la técnica que corresponda. Los trazos, los colores, los pigmentos, las figuras, las proporciones, los puntos de fuga, etcétera, etcétera. Pero rara vez consigo emocionarme con un cuadro, por el simple hecho de que el pintor domine la técnica, si la imagen en sí misma no me dice nada.
Cuando tenía 13 o 14 años, se produjo un cambio importante en las percepciones de algunos de los amigos de la pandilla. Y, por consiguiente, en sus conductas. Mis dos mejores amigos de infancia, Paquito y Jose Carlos Peña (o pepepeña, como lo llamaba mi padre), cambiaron repentinamente su forma de concebir la realidad. Con 13 años ya debías «comportarte como un adulto». ¿Y cómo se comporta un adulto?, preguntaba yo.
Acabo de volver a mi casa tras pasar una semana en Madrid. Por puro placer me fui allí a ver a los buenos —y muy buenos— amigos que hice en esa ciudad durante mi estancia [Lo que sí echaré de menos]. Quería acudir a la fiesta de despedida en honor de Stefano, que se volvía a Italia. Ya se sabe que uno va allí donde tiene a la mujer y resultó que la mujer de la vida de este joven italiano la encontró en Madrid, pero de visita desde Italia.
En el anterior capítulo de la saga de Florira [El Centro Espacial Kennedy - Orlando], comenté que la visita a Cabo Cañaveral fue la mejor experiencia del viaje de dos semanas que hicimos mi mujer y yo con una pareja de amigos a Florida a finales de septiembre del año pasado. Visitar el centro espacial fue una ruptura a la monotonía de los parques de atracciones de Disney y Universal [Los parques de atracciones en Orlando] y a la sobredosis de outlets y centros comerciales [Jet Lag prorrateado] que predominaron en el día a día de esas dos semanas.
Hoy voy a contar un secreto. Pienso en la muerte. En mi muerte. No sabría decir si muchas o pocas veces. Aunque tengo la sensación que es más bien poco. No es cada día, claro. Tampoco puedo decir que sea una vez al mes. Ni cuantas semanas pasan entre dos pensamientos de este tipo. Simplemente pasa. A veces pienso más, a veces menos.
Tampoco sé si es bueno o malo. Simplemente sucede.
Hace unos días —en realidad bastante más de unos días— caminaba tranquilo en estado de consumista predispuesto. Ese estado en el que paseas tranquilamente por tiendas y comercios, pero sin una finalidad concreta más allá que curiosear y, eso sí y siempre, con la mano intranquila deseosa de sacar la cartera si la oferta resulta lo suficientemente atractiva.
En tan lamentable estado me acerqué a unos grandes cajones, de esos que ponen en todos los comercios, independientemente de lo que vendan, lleno de películas en formato DVD a precios increíbles.
Primero fue iPhone, MonoTouch y la insoportable levedad del ser: El Comienzo. Luego vino iPhone, MonoTouch y la insoportable levedad del ser: El Cliente (la prueba). Ahora, en otra espeluznante vuelta de tuerca, le toca el turno al servidor.
Pero antes, abro un pequeño inciso para comentar que ha salido un libro sobre MonoTouch. Mientras escribía el primero de los artículos de esta serie leí (qué grande es el RSS, sí señor) que habían publicado el primer libro -en realidad el segundo- sobre programación con MonoTouch: ‘Professional iPhone Programming with MonoTouch and .
Este viernes, al salir del trabajo, me recogió Luis, en su coche que no es todo terreno pero que el propietario está empecinado en meterlo en cualquier sitio, como ya conté hace unos días en Paseo con Luis, Sulaco y un holandés (supuestamente no errante), y cogimos carretera directos a Pozo Izquierdo para ver la final —¿o se disputaría el sábado? No presto mucha atención a este tipo de cosas— del campeonato de windsurf de este año.