El incidente nocturno del coche ardiendo - El suceso
El fin de semana dormí más bien poco. Entre unas cosas y otras me acostaba tarde, muy tarde, lo que es más bien la norma en mi existencia, y me levantaba muy temprano. Esto último entre semana y sus días laborales es lo natural, pero los fines de semana no. Supone casi un delito.
Llegué a la noche del domingo tan cansado que, de forma inusual, estaba dormido como un tronco pasados apenas unos minutos de las once y media de la noche. Lo sé porque miré el reloj justo instantes antes de acostarme y, tras echarle el brazo por encima a mi mujer, me sumí instantáneamente en un sueño profundo.
Primero pensé que era una explosión. Demasiado baja, realmente. Fue un ruido sordo de algo que se rompía o que se resquebrajaba. Mi mujer ya estaba levantada y subía las persianas para asomarse por la ventana. Yo aún estaba intentando identificar el sonido insistente que lo inundaba todo. Una alarma, era una alarma. Lo identifiqué justo cuando mi mujer exclamaba que un coche ardía en la calle. Di un pequeño traspié al terminar de incorporarme y buscar las gafas. Realmente estaba muy profundamente dormido cuando el sonido de los materiales quejándose por el fuego que los consumía nos despertó. Creo que lo que escuchamos fueron los vidrios reventando.
Al principio éramos unos pocos los que estábamos asomados en ventanas. Dije que iba a llamar a la policía para avisar y mi mujer contestó que creía que uno de los vecinos ya estaba llamando. Pero tampoco él sería el que diese la alarma. Tuvo que ser alguien que llevaba más tiempo despierto y contemplando la escena. Apenas me dio tiempo de coger el teléfono cuando ya se veía el titilar de unas luces con tonos de azul característico de la policía. Subía un primer coche patrulla. Para entonces yo ya empezaba a estar despierto, tomando consciencia del entorno. Me estaba costando enormemente. Pasaban unos minutos de las dos y media de la madrugada.
Inmediatamente después apareció otro coche patrulla y, tras dejarlos a distancia prudencial, los agentes se bajaron y corrieron. Tontamente siempre he creído que un coche ardiendo es sumamente peligroso porque su depósito puede explotar. Es lo que tiene haberse criado viendo cine y televisión, donde todo se exagera. Los policías parecían tener más claro que el verdadero riesgo era que el fuego se propagara a los coches cercanos, así que hicieron cuanto estuvo en sus manos para alejar ambos coches antes de que la situación empeorase y prendiesen.
En una calle inclinada el que estaba por debajo fue fácil, a trompicones y botes lo acabaron alejando. El que estaba por encima fue más complicado. Rompieron la ventanilla delantera e intentaron desbloquear la dirección, pero no conseguían alejarlo lo suficiente. Finalmente un policía se acercó corriendo, se sentó al volante y lo puso en marcha. Supongo que el propietario se acercaría con las llaves en la mano para hacerlo él mismo. Pero a la policía se les paga para que corran los riesgos y todo el mundo tenía que permanecer tras la barrera policial provisional de seguridad.
Para entonces yo ya había cogido la cámara y, ante la sorpresa de mi mujer, estaba haciendo algunas fotos desde la ventana de mi casa. Había muchos vecinos en la calle curioseando, aunque muchos más asomados en las ventanas.
Intentaron contener el fuego con extintores y no se llegó a nada. Fueron los bomberos, haciendo acto de presencia apenas pasados unos minutos, los que consiguieron apagarlo. En dos veces. Cuando levantaron el capó descubrieron que seguía ardiendo y aplicaron nuevamente el chorro a presión para sofocarlo.
Mientras a los vecinos que se habían personado en la calle, casi todos vestidos con pijamas y camisones blancos, los mantenían a ralla tras la cinta que dispuso la policía, a la supuesta propietaria del coche, vestida de forma diferente, de un rojo intenso, casi que parecía tal vez para destacar su protagonismo en esta noche dramática, se le permitió acercarse bastante más. Espectadora en primera fila del desastre. Cuando los bomberos dieron su trabajo por concluido, la policía le tomó declaración y, aún a cierta distancia, observaba los restos de su coche quemado. No logro imaginar qué podría estar pensando esa mujer en ese instante, aunque imagino que aún no había tenido tiempo de digerir toda la vivencia. Supongo que pasadas unas horas sería cuando ya tomaría conciencia plena de lo que había ocurrido: su coche se había quemado.
En estas situaciones la percepción del tiempo es extraña, así que no sabría decir a ciencia cierta cuánto tiempo tomó todo. Particularmente me pareció que todo sucedió rapidísimo. Me extrañaría que pasaran más de diez o quince minutos desde que mi mujer y yo nos asomábamos adormilados y asombrados a la ventana, hasta que los bomberos daban por finalizada la intervención en el coche y dejaban que la grúa se acercara al tiempo que tomaban declaración a la propietaria.
Mientras la grúa terminaba de maltratar al coche, que se quejaba y parecía resquebrajarse aún más cuando el gancho intentaba engancharlo de la mejor forma posible en la curva, yo ya me dirigía al ordenador. El sueño había desaparecido completamente y mi cerebro trabajaba a marchas forzadas. Difícilmente iba a poder dormir si me metía en la cama. Así que se me ocurrió revisar las imágenes que había capturado y las subí a Flickr con la esperanza de que esta rutina mecánica me relajara lo suficiente como para recuperar el sueño.
No sé qué hora exacta era cuando terminé. Supongo que bastante tarde, según dijo mi mujer, que tampoco podía dormir y recurrió a la televisión como terapia de relajación. Cuando me metí en la cama aún seguía dándole vueltas a lo sucedido. La adrenalina tarda en reabsorberse. En mi mente todo había acabado con un final feliz en comparación a lo que podría haber sido. En ninguna de las fotos se aprecia que las llamas llegaron a alcanzar varios metros de altura. Fue impresionante. Las aceras son muy estrechas y los coches se aparcan muy cerca de los edificios. La gente suele dejar tendidos paños de cocina para que el calor de la noche los seque y duermen con las ventanas abiertas dejando que las cortinas sean filtro opaco para preservar la intimidad de la alcoba. ¿Y si hubiese corrido un poco más fuerte el viento? ¿Y si esas llamas que se estiraban metros hubiesen alcanzado alguna cortina cercana? El desenlace tal vez hubiese sido mucho más dramático.
También me preocupaba que fuese un acto de vandalismo. Si es así, no tardaremos en ver otro coche ardiendo. Los psicópatas rara vez se conforman con un éxito. Quienquiera que lo hubiese hecho, querrá volver a experimentar la sensación de poder que da el arrebatar con la destrucción las posesiones ajenas. Pobre chica, pensé, víctima de alguien que no tiene mejor forma que divertirse que provocar daño y dolor al ajeno.
Espero que haya sido un accidente y no algo intencionado.
Cuando por fin conseguí dormirme lo hice profundamente. Agotado. El despertador nos arrancó nuevamente del sueño para avisarnos que había que ir a trabajar. Este segundo despertar fue tan horrible como el primero, incluso peor, pues no era la señal de supervivencia de tu cuerpo la que te lanzaba hacia delante buscando identificar la amenaza y lo que estaba sucediendo. Se trataba de la ordinaria y monótona costumbre de levantarse para trabajar. Llegué casi una hora tarde al trabajo.
Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría
Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.
Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔