¿Nadie más considera que ya le estamos dando algo más que otra vuelta de tuerca al asunto de los Zombis? Yo sí creo que se nos está yendo un poco de las manos la moda de los los muertos-no-muertos andantes con un apetito infinito de carne humana. ¿O no? Después de tropezarme libros —algunos de ellos en los primeros puestos de las listas de ventas— como ‘Zombi - Guía de supervivencia’, ‘Guerra Mundial Z’ o ese con un título algo más surrealista ‘Orgullo y prejuicio y zombies’, —no he leído ninguno, así que tampoco puedo decir si merecen o no la pena; aunque no niego que han despertado en mí cierta curiosidad, especialmente el último, del que hasta parece que se hará una película [@ IMDb]— me encuentro, hurgando en los fondos mafiosos de los vagos, viciosos y maleantes, una serie de cómics bajo el título de ‘Marvel Zombies’ [@ Wikipedia].
¿Y por qué no? No, no me refiero a que vaya a visitar La Palma [@ Wikipedia]. Bueno, sí, es probable que a final de año con Sulaco y Luis. Y también es posible que vuelva con mi mujer el año que viene, quizá para celebrar nuestro quinto aniversario de bodas. La Palma es una isla fantástica en muchos aspectos. De hecho es, para mi gusto, la mejor del archipiélago. Pero no, no es por eso.
‘Baraka’ [reseña] fue una película que me impactó y es una película que aún me encanta ver. Como con muchas otras cosas llegué bastante tarde, pues la película es del año 1992 y yo la descubrí el año pasado, casi dos décadas después, publicando una reseña más o menos por estas mismas fechas de agosto. No ha tardado en pasar a formar parte de mi colección de películas en Blu-Ray, en general, y del conjunto de mis películas favoritas, en particular.
Es un hecho casi irrefutable y plenamente constatado y contrastado que en el 99,99999% de los 10100universos alternativos de Hugh Everett se cumple la creencia que reza «segundas partes nunca fueron buenas». En un número aún superior también se cumplen «excepciones que confirman la regla». Como ‘El imperio contraataca’ o ‘El caballero oscuro’. Esos son buenos ejemplo de que siempre hay esperanza de que las segundas partes sean mejoras que las precursoras.
A nadie se le escaparía que, cuando escribí hace tiempo una entrada sobre el iPad [Pero… ¿para qué quieres tú un iPad, alma de cántaro?], andaba buscando una justificación para comprármelo. Una racionalización del deseo insaciable, de ese Hambre —en mayúsculas— que parece poseerme y que me empuja a despilfarrar dinero miserablemente. Así que no era más que cuestión de tiempo: Ya tengo mi iPad. En realidad lo tengo hace como cosa de dos meses, si mi percepción del tiempo no ha terminado de trastocarse definitivamente.
Salvo que acabes de aterrizar accidentalmente en este mi rincón de miserias personales, ya te sabrás de memoria la mecánica con la que me hago con muchos de los libros que han ido apareciendo por aquí comentados. Pero si fuera este tu estado, el de recién llegado, lo abreviaré: Chico entra en una librería haciendo tiempo esperando a su mujer. Chico curioseando en los estantes tropieza con un libro cuyo título le llama la atención.
A VER SI APPLE SE VA A LA MIERDA CON LA CRISIS
Así me respondía el otro día mi mujer [su blog; muy abandonado] en una conversación por GTalk cuando le comentaba que estaba pensando en comprar un segundo monitor de 24" para el iMac, ya que últimamente he retomado la sana práctica de programar y no andar únicamente viendo porno navegando por la Web y/o leyendo blogs. Pese a que el iMac es el de 24", me resulta muy pesado andar saltando entre las diferentes ventanas que tengo abiertas durante la codificación, depuración, etcétera.
Generalmente me sucede una cosa curiosa cuando observo cuadros. Soy capaz de apreciar —incluso de maravillarme con— la capacidad del pintor de dominar la técnica que corresponda. Los trazos, los colores, los pigmentos, las figuras, las proporciones, los puntos de fuga, etcétera, etcétera. Pero rara vez consigo emocionarme con un cuadro, por el simple hecho de que el pintor domine la técnica, si la imagen en sí misma no me dice nada.
Cuando tenía 13 o 14 años, se produjo un cambio importante en las percepciones de algunos de los amigos de la pandilla. Y, por consiguiente, en sus conductas. Mis dos mejores amigos de infancia, Paquito y Jose Carlos Peña (o pepepeña, como lo llamaba mi padre), cambiaron repentinamente su forma de concebir la realidad. Con 13 años ya debías «comportarte como un adulto». ¿Y cómo se comporta un adulto?, preguntaba yo.
Acabo de volver a mi casa tras pasar una semana en Madrid. Por puro placer me fui allí a ver a los buenos —y muy buenos— amigos que hice en esa ciudad durante mi estancia [Lo que sí echaré de menos]. Quería acudir a la fiesta de despedida en honor de Stefano, que se volvía a Italia. Ya se sabe que uno va allí donde tiene a la mujer y resultó que la mujer de la vida de este joven italiano la encontró en Madrid, pero de visita desde Italia.