erupciones de un universo interior inacabado e inalcanzable
Cerró los ojos y apretó los puños. No demasiado fuerte, no buscaba hacerse daño. Le ayudaba a concentrarse mejor. Comenzó a ser consciente de cada centímetro cúbico de su pequeño ser. Esa energía que iba creciendo lentamente en sus entrañas y que asumía una dualidad extraña. Ella lo poseía a él, pero él también la poseía a ella. La controlaba y la utilizaba. Y ahí estaba, creciendo rápidamente. Era tremenda, fantástica, maravillosa.
Con esto de las obras y pintar el piso, para luego andar reordenando las pertenencias [El ABC de los tiempos perdidos], uno se enfrenta a cantidades diogenianas de cosas que se van acumulando en los cajones y que, ante el nuevo status quo de falta de espacio, obligan a un proceso de filtrado cuyo fin último es soltar lastre. Ello conlleva, claro está, poner especial cuidado para no tirar algo que aún tenga valor.
Hasta el día de escribir esto, creo no mentir al afirmar que no puede decirse de mí que sea en exceso escrupuloso. Nunca me han afectado las conversaciones escatológicas almorzando, por poner un ejemplo tonto. Sin embargo hay cosas que no me gustan y me desagradan profundamente. En el edificio en el que trabajo, como imagino sucederá en todos los lugares donde comulgan y conviven pocas o muchas personas, sean contadas en unidades, decenas o centenas, los baños suelen ser motivo de escándalo y reflejo de las personalidades que se empaquetan en esos cuerpos supuestamente vivientes y, en muchas ocasiones, difícilmente creíble como pensantes.
—¡Papá! —Ayayayayayay… Porfavornogrites. Tengo un resacón tremendo. Otra vez me la lió Odín anoche. Buff… Menuda juerga… Ay… Y este Zeus… —Perdona, papá. ¿Papá? —¿Eh? Ah, sí… Estooo… ¿Jesús? ¿Tú eras Jesús, verdad? —Sí, papá, soy tu hijo Jesús. —Bien, bien. ¿En qué te puedo ayudar? Esperaesperaespera… Por favor, no grites. Con calma, hijo mío. —Sí, papá. Con calma. Pero de forma clara y directa. Lo de la Tierra es insostenible.
Me parece una eternidad lo que ha pasado desde la última vez que retomé la colección filatélica. Hace unas semanas comentaba que echaba de menos los sellos. Aunque realmente creo que lo que me pasaba es que andaba buscando algo que llenase mi existencia, algo con lo que evadirme del tedio, cuando las mil y una alternativas que tengo, no me funcionan. Para eso y para que mi mujer siga diciendo que me dedico a despilfarrar el dinero en mis chorradas.
Hace ya bastante tiempo hablaba sobre una serie de ocho discos recopilatorios de música que creé, ‘Enjoy the Sound’, buscando la forma de recuperar el interés de una chica con la que estuve saliendo y que me dio la patada. Aunque de forma figurada, el sentimiento fue parecido al sufrido si me la hubiese dado de forma literal en la entrepierna. Aunque mirado de forma retrospectiva el que me dejase es algo que le agradeceré eternamente.
Pues aquí estamos un miércoles más. Seré breve, que ando liado tras reincorporarme de las vacaciones de Semana Santa. Sí, soy de los que han aprovechado estos días y han intentado no dar palo a agua. En mi caso a cuenta de los días que aún me quedaban de 2008. La crisis ha permitido que me reincorpore, sin sorpresas, ayer martes.
A diferencia de lo que hice en la semana de febrero, esta Semana Santa la he empleado principalmente al fortalecimiento de mi red de relaciones sociales, no pasando un día en que no viese a algún amigo o familiar, en lugar de salir todos los días con la cámara.
Cuando recuperé, rebuscando entre bolsas de CD viejos, la cantidad de archivos que había dado por perdidos, también recuperé buena parte de las prácticas que hice durante los años de la carrera. Sin embargo decidí no publicarlas dentro de este marco de artículos porque me parecían más bien parte de anécdotas que productos por sí mismas. Aunque es cierto que tesoros anteriores se han solapado con el universo del anecdotario personal y no dejan de ser, de alguna forma, producto de las mismas.
Hacía tiempo que no publicaba algo un martes, día dedicado, que no reservado en exclusiva, a esos pequeños tesoros que en su día perdí y en su día recuperé.
Hoy toca otro relato. Uno de los últimos, si no el último, que tengo redactado de forma completa.
Lo escribí en una época realmente oscura de mi vida. Tal vez el que llegué a considerar el peor año de mi existencia: 1997.
El Corel Draw es una aplicación que me encanta. Yo no soy diseñador ni pretendo serlo. También sé que no le sacaré nunca todo el partido (no soy diseñador, repito), pero la uso casi a diario en los intercambios de correos en el trabajo. Compramos unos equipos Fujitsu Siemens y, de regalo, venía una versión reducida del Corel Draw. Suficiente para lo que uso y necesito. Aunque a veces echo de menos las transparencias, recozco.