El burro


Esta entrada ha sido recuperada gracias a Wayback Machine de un blog que mantuve en La Coctelera.


Un burro de madera

Esta semana la he empezado entregando la carta de despido a una compañera, la única chica que tenemos de momento en la delegación de Las Palmas. Pese a sus circunstancias personales, que podrían significar una absolución, recibió el castigo máximo. No me apené y tampoco me arrepiento de haber consensuado el despido con el resto de responsables en este asunto. De hecho mi voto fue un rotundo “a la calle”. No había solución.

Lo peor es que no me apené ni me sentí mal por echarla. Nada. Tampoco hice leña del árbol caído. Simplemente le conté lo que había, alabé sus virtudes, pasando por alto todo la había conducido hasta el momento en que le pedía que firmase la carta que le entregaba. Nada de culpabilidad y, parece mentira, mucho desahogo. Quería, y creía, que debía irse.

Al final del día me sentía mal por no haberme sentido mal por aprobar su despido. Y, como decía, no me apena lo más mínimo que se la haya despedido ni por sus circunstancias personales. Lo que me preocupa es estar insensibilizándome ¿Me estaré convirtiendo en un burro? En el fondo somos muy raros…

Hace tiempo que no escribo y tampoco publico ninguna foto. Aunque la que aparece ya lleva tiempo en mi cuenta flickr, he querido usarla para ilustrar esta entrada. Se trata de un burro de madera que hay en La Laguna Grande, en La Gomera.