'Google, fábrica de ideas'

Es curioso lo rápido que nos acostumbramos a lo bueno. ¿Alguien se para alguna vez a pensar en cómo eran las cosas hace 15 o 20 años, cuando Internet era algo más cercano a la ciencia ficción que a la realidad de los hogares? Hablo, obviamente, a las generaciones de la década de los 60 y posteriores, que alcanzaron la madurez de la sociedad del bienestar en plena incursión apoteósica de la banda ancha en las casas, la cual se acabó convirtiendo en el desagüe donde se verterían tantas horas y horas despilfarradas delante de los monitores.

Dentro del gran número de actores que han intervenido en el desarrollo de la sociedad de la información -nombre, por otro lado, que no me gusta nada-, y que han conseguido que la gente (las de las generaciones mencionadas) pase más tiempo delante de su ordenador que delante de la tele, creo que nadie discutirá que hay uno que destaca eclipsando al resto. Hablo, ¿cómo no?, de Google. Sospecho que la historia, cuando se reescriba, porque la historia siempre se reescribe, lo hacen los ganadores, acabará diciendo que Google inventó Internet. Y, aunque tal vez no llegó a inventarla, hay que reconocer que la revolucionó y la acercó a todo el mundo. Digamos que consiguió lo que nadie había conseguido hasta ese momento: centralizarla.

En el mercado de las películas documentales, existen ya varias sobre este coloso de la industria de las tecnologías de la información. ‘Google, fábrica de ideas’ es otro de las tantas películas documentales que acabarán produciéndose. En esta ocasión, de origen francés, hace de su sentido de ser repasar las peculiaridades en el trato con sus empleados, de cómo los atrae con una serie de beneficios sociales y, en resumen, de lo chachi piruli que resulta trabajar colaborar con ellos. Porque la esencia de trabajar en Google no es hacerte sentir como un trabajador, sino como un colaborador con voz y voto, dentro de un marco de constante crecimiento personal en un contexto donde la información circula sin barreras. El culmen del paradigma de la organización que aprende. Los mundos de yupi del universo empresarial. Y, lo asombroso -o cojonudo- es que funcionan. Más de una empresa debería tomar ejemplo de ello.

El documental, de una hora de duración, está muy bien planteado. Resulta ameno todo el tiempo y no deja de sorprender la cantidad de cosas que se hacen con, por y para sus empleados. La máxima sería «empleado contento empleado productivo». No es de extrañar que todo el mundo quiera trabajar en Google y que, una vez dentro, sublime su vida personal por vivir en un lugar donde lo personal y lo laboral se fusionan de una forma cuyas implicaciones resulten, tal vez, complejo predecir a largo plazo. Porque, claro, ahora la gran mayoría de la plantilla de Google no supera los treinta años, ¿pero qué sucederá cuando esos mismos chavales que se niegan a crecer, esos mozalbetes con Síndrome de Peter Pan, tengan cuarenta años y se encuentren inmersos en la disyuntiva que surja entre formar parte de la vida de sus vástagos o ser el jovial pureta, vestido como un eterno teenager, que se va en bicicleta a primera hora de la mañana y que vuelve por la noche cuando ya duermen y que no pasa de ser una mancha borrosa en sus memorias? Es una pregunta peliaguda que dejan en el aire. Tal vez ya lo tengan resuelto y la empresa se convierta en un criadero -dado que aquellos con los que únicamente se pueden relacionarse los empleados son los que conforman el resto de la plantilla-, con guarderías y niños que no conocerán otra cosa que un universo de lámparas de lava. O, tal vez, dado que es una forma de esterilización sexual asumida, los trabajadores de Google no lleguen a procrear nunca. Aunque tal vez la respuesta se encuentre en un futuro no muy lejano cuando Google se convierta en una de las megacorporaciones que decidan las políticas globales y todos seamos empleados de Google. Esperemos que entonces recuerden uno de sus fundamentos originales: «don’t be evil». ¿Habla la envidia por ser demasiado viejo para ser aceptado en el círculo de Google? Sea como fuere, y dios me libre de conocer el futuro que nos espera (aunque algunos aseguran que del 21 de diciembre de 2012 no pasamos), es un documental que merece la pena ver.

Yo disfruté de él en uno de esos días de trabajo sin trabajo, aprovechando que Internet acabará con la televisión. Aquí podrás verlo de cabo a rabo con una calidad aceptable. No es un documental de grandes fotografías, por lo que la calidad de visionado, aunque sigo defendiendo que es vital de forma general, no es imprescindible para este caso. Recomendado.

Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría

Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.

Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔