¿A qué coño aspiramos como personas? ¿Y como nación?

Hace ya bastante tiempo leí que la vida sedentaria es mucho peor de lo que la gente se imagina. Buscando ese artículo encontré uno un poco más alarmista -o alarmante- que mantiene que «la vida sedentaria es tan nociva para la salud como el tabaco». ¡WOW! Creo que nadie, a estas alturas, negará que la vida sedentaria es mala. Todo el mundo, por todas partes, te recomienda que hagas ejercicio «porque es importante». Mantenerse activo y no relajarse es vital. Incluso el vecino, experto en la materia cuando se presenta la oportunidad, te lo dice cuando te pilla en el ascensor y te suelta, en plan confianzudo, «estás un poquito más gordo, ¿verdad? Te tienes que cuidar. Que mira tú mi sobrino […] que el pobre tiene problemas de […] con apenas treinta y cinco años ya […]». Y no es de extrañar, porque el sedentarismo reduce la esperanza de vida de forma drástica. Produce, «muertes prematuras&raquo. Lo que pasa, dirán algunos, es que tenemos una vida demasiado tranquila. Tanto que no nos preocupamos ni por nosotros mismos.

Andaba leyendo hace unos días un libro sobre organizaciones inteligentes u organizaciones que aprenden. Cosas raras que le da por hacer a uno. Mientras leía me tropecé con un párrafo que me gustó y que me permito reproducir a continuación: «El aprendizaje en equipo es vital porque la unidad fundamental de aprendizaje en las organizaciones no es el individuo sino el equipo. Aquí es donde “la llanta muerde el camino”: si los equipos no aprenden, la organización no puede aprender». Más allá de que, aunque lo afirma, no son los individuos, sino los equipos, al final todo lo empujan los individuos, que lo conforman todo y que deberían ser los verdaderos abanderados del aprendizaje. Quienes lo exijan. Del aprendizaje generativo, aclara. Ese que te permite innovar y que te hace buscar soluciones nuevas a problemas nuevos (o viejos, que tanto da). En resumen, que los individuos, en racimos, son los que deben empujar el avance de las empresas, porque una empresa que no aprende es una empresa obsoleta.

También hace unos días estaba sentado en una guagua. No volveré a aburrir con otra defensa del transporte público y todas sus ventajas. A diferencia de lo que suelo hacer cuando voy en guagua, leer y/o escuchar música, iba simplemente inmerso en mi propio universo interior de pensamientos profundos. En una parada se subió una extraña pareja que se sentó justo detrás. Él era un profesor asociado algo mayor y ella becaria de investigación. Lo sé porque se presentaron ya sentados. No sé cómo fue la conversación previa, pero cuando «conecté» con su conversación -en plan cotilla-, él le decía, en una especie de queja cósmica y universal que ya he escuchado anteriormente, «Mi hijo está trabajando ahora mismo para una [no recuerdo]. Está preocupado porque están despidiendo a gente y teme que le toque a él. Mi hija está más o menos igual. Y eso que lleva casi cinco años trabajando para la misma empresa. Yo les digo que saquen unas oposiciones y así viven tranquilos».

Hace unos meses, también en guagua, escuchaba una conversación de dos estudiantes -o estudiantas, si aceptamos el femenino para el plural- de último curso de derecho. O de empresariales. O vete tú a saber. «¿Qué vas a hacer éste verano?», le preguntaba una a la otra. «Si lo apruebo todo empiezo a estudiar para una oposición, que yo lo que quiero es vivir tranquila». «¿Y eso?». «Con una carrera puedes optar a funcionario de clase A». En realidad es una versión muy resumida de aquella conversación, pero la esencia del mensaje era ese: «Estudios universitarios dan acceso a mejor categoría funcionarial».

En una de las conversaciones con sulaco, me enteraba que en Holanda, y parece que en otros países desarrollados -y a veces parece que socialmente más evolucionados- del norte de Europa, no es habitual que la gente estudie carreras universitarias. Más bien todo lo contrario, por lo que se valora mucho a los inmigrantes que vengan con formación superior. Sin embargo parece que en España hay un porcentaje alto de jóvenes que optan por la educación superior frente a la formación profesional. Imagino que aún sentimos el empuje de la generación anterior que declamaba: «para ser alguien en la vida hay que estudiar una carrera».

Escuchaba en la radio hace poco que alguien, enganchado telefónicamente al programa, exigía al gobierno que contratase a más gente para «sacarlas del paro». ¿Hablába de más funcionarios? ¿Más funcionarios en un país que ya tiene uno por cada 18 habitantes? ¿Un país en el que uno de cada ocho personas ocupadas (empleadas) trabaja para las administraciones públicas y que es, por tanto, un empleado público? En ese mismo artículo es curioso cómo relacionan tejido productivo -el que supuestamente genera (más) riqueza- con menor índice de funcionarios por habitante? ¿Sería aceptable, entonces, decir que cuanto más productivo se puede llegar a ser, menos funcionarios son necesarios? Suena a falacia, y seguro que lo es, pero no deja de entreverse el reverso tenebroso de la anterior pregunta: ¿Son los funcionarios un lastre para la productividad? ¿Es el empleo público un riesgo para la economía de un país?

Para ser alguien en la vida hay que estudiar una carrera. Dicho por la misma generación que ahora abandera la idea de sacar unas oposiciones. Para vivir tranquilos, aducen. Pero el exceso de tranquilidad acaba degenerando en una conducta sedentaria. La vida sedentaria acaba siendo mortal. Reduce la esperanza de vida. Si un individuo es el reflejo de un grupo, y gran parte de la población parece aspirar a ser personas sedentarias, algo que persiguen con vehemencia algunos, ¿es España un país abocado al sedentarismo y, por tanto, a una muerte prematura? ¿Podríamos aceptar que alguien sedentario de cuerpo es alguien sedentario de espírituo, de intelecto? ¿Sería factible argumentar que alguien sedentario, intelectualmente hablando, es alguien que rehuye el aprendizaje generativo (está claro que el aprendizaje adaptativo para sobrevivir lo hacemos la gran mayoría)? De aceptar esta premisa, ¿podríamos concluir que estamos en un país que pierde su brillo intelectual y su potencial productivo poco a poco porque sus habitantes no aspiran a otra cosa que estar echados delante de la tele viendo fútbol o telebasura? Todo el mundo aspira a tener la vida resuelta, a no tener que preocuparse por más problemas que disponer de más días de asuntos propios que su vecino, quien trabaja en el sector inmobiliario «que míralo tú al pobre, trabajando de la mañana a la noche porque no consigue vender, que está muy mal el sector y bien podría hacer como yo, que me saqué unas oposiciones de funcionario». Todos queremos recorrer el camino fácil: ser funcionario. Y que nos toque la lotería. Ese otro gran sueño español

Mi propia madre, hace unos días, cuando se enteró que tendría que pasar un largo período en Madrid, creyendo que eso me disgustaba, me preguntó: «¿No te has planteado sacar unas oposiciones?» ¿Qué ciudadano de este país no se ha planteado en algún momento de su vida ser funcionario? Parece que ya conforma parte de nuestra propia identidad cultural y nacional. Si no aspiras a ser funcionario, y rascarte los huevos la mayor parte del tiempo, parece que no eres español. Sin embargo a mí eso se me pasó hace mucho y espero no volver a caer en esa trampa. Flaco favor haría a mi ya exigua capacidad intelectual si, además, no aspirase a nada más que llegar a ser funcionario. Como todos quiero tocarme los huevos, pero también aspiro a trascender. ¿No es un ejemplo de ese deseo de trascender esta absurda bitácora?

Desearía que no se tomase esta entrada como un ataque a los funcionarios. No lo es. O no lo pretende. Comprendo la necesidad real de los mismos. Lo que ataco es esa especie de espíritu derrotista o esa desidia generalizada que parece haberse instalado en las mentes de un país que ha vivido y se ha desarrollado gracia a las arcas de Europa. Ya no se envidia a ese que ascendió a lo más alto de la empresa empezando por el sótano laboral. O aquel que emprendió para ser empresario. Ahora se envidia al primo que trabaja de ocho a tres, con una hora para desayunar, y que por las tardes se dedica a engordar en el bar con los amigos. No cobra más de lo que cobra uno, pero el cabrón «vive como dios».

¿Qué pasará cuando todos seamos funcionarios? ¿Y cuando Europa ya no nos de más dinero para justificar sus sueldos?

Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría

Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.

Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔