Dos bandas sonoras para sentir

Hay música que molesta. Hay música que no gusta. Hay música que te acompaña. Hay música que se tararea en el trabajo, ocasionalmente de forma inconsciente. Hay música que se repite; no como el ajo. Y hay música que te hace sentir, que hurga en las entrañas de tus emociones, y que suponen «un antes y un después». Mi biblioteca iTunes tiene mucha música que entra dentro de este último grupo. Sin embargo, o tal vez por tener tanta, hasta dentro de esta música poseo algunas que alabo como «especiales».

image without alternative textHace ya una eternidad hablaba de dos magníficas obras de arte del cine documental. Baraka y Home son, para el que no lo recuerde, estas dos joyas. En gran medida porque conjugaban unas fotografías increíbles con unos sonidos que acariciaban, durante la mayor parte del tiempo de la partitura, el alma. Música que no quitaba protagonismo, como debe hacer el buen vino con la buena comida, sino que amplificaba la experiencia, que la duplicaba seduciendo otros sentidos, pero cuyos ecos duraban mucho más tiempo que las propias imágenes.

Las dos bandas sonoras son obras magníficas, que compré en la tienda iTunes al día siguiente de ver cada una de las películas, y que son fieles compañeras en mis andares. Desde entonces me acompañan, primero en mi iPod y ahora en el iPhone, allá a donde vaya. No es raro que aparezcan en la lista de reproducción ‘Reproducciones recientes’ cada vez que sincronizo con la biblioteca de iTunes.

image without alternative textConsidero las dos como obras muy buenas, exquisitas, en su totalidad. Pero supongo inevitable que con el tiempo me haya decantado por la de Armand Amar, en general más coherente y dulce, sobre la de Michael Stearns, para escuchar el disco «como un todo». Sin embargo, aunque Cum Dederit es magnífico, uno de mis favoritos, no hay un único tema en la banda sonora Home que tenga la fuerza e intensidad que tienen The Host of Seraphim. Es un tema duro, traído -y atraído- por una voz preciosa, que te desgarra, que te hace consciente de lo pequeño e insignificante que eres en el universo, pero que al mismo tiempo te libera de la carga de tener que soportar el mundo sobre tus hombros. Es un tema hermoso que te hace sentir como una piedra para luego elevarte como una pluma. Y no, no he fumado ni tomado ninguna sustancia ilegal.

Todo el tiempo las he tratado como bandas sonoras, como acompañantes «de segunda», pues la banda sonora se crea para acompañar a la imagen, la que habrá de ser la verdadera protagonista. Sin embargo, en este caso, ambos compositores han creado música que trasciende y traspasa sus propias fronteras. Que va más allá del cuarto en que se confinó originalmente. Que se expande. Es, a todas luces, música del y para el mundo. Dos magníficas obras con las que, como si del amor se tratara, sufrí un verdadero flechazo nada más verlas. O mejor dicho, escucharlas.

Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría

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Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔