De hamburguesas, externalidades, urgencias médicas y aprendices de periodismo

Sigo El blog salmón desde hace bastante tiempo. De forma general, me gustan los apuntes y artículos que aparecen en él. Para un absoluto lego en Economía, lo que escriben los redactores del blog me resulta inteligible. Lo que ya es todo un logro hacerme entender a mí este tipo de cosas. Como en todas las publicaciones en las que escriben varias personas, los hay mejores narrando y explicando y los que no son tan buenos. Incluso los hay que, a veces, cometen pecados capitales en la forma de dar la noticia. Entiendo que hay una distancia abismal, casi cósmica, entre El blog salmón y el que yo escribo. Éste mío, no deja de ser una forma de distensión personal que a veces se convierte en desahogo y, precisamente por no aspirar a nada más, salgo en mi propia defensa y exclamo que yo me permito equivocarme. Empero, hasta la fecha he visto al blog salmón como una publicación de divulgación económica de calado más bien superficial (en el sentido de nada de conceptos abstrusos y de difícil comprensión) y con un espíritu más bien periodístico de corte divulgativo. Por eso creo que resulta imperdonable tropezar con un titular del estilo ‘Papá Estado no quiere que comamos hamburguesas’. El titular en sí ya busca la burla y mofa, al desprestigiar el Estado como valedor de los derechos y como vigilante de los deberes de todos los ciudadanos presentándolo como la caricatura arquetípica de papá sabelotodo. De hecho este es el tono del propio artículo, aduciendo que el Estado, al pecar de exceso de celo, no deja desarrollarnos como personas capaces y responsables. Pero nunca debemos olvidar que esa es precisamente la función del Estado: velar por el bienestar de la mayoría sin discriminar a las minorías. Flaco favor le hace un titular, del que ya se espera poca objetividad, a una publicación divulgativa como El blog salmón.

En sí, la misma idea de que se nos debe dejar solitos porque somos altamente responsables daría para escribir varios cientos de libros, y es lamentable comprobar que las evidencias demuestran justo lo contrario (a la necesidad de tanta legislación y prohibición me remito; y al contexto de una crisis monumental me acojo). Pero tranquilos, no pretendo eso. De hecho no soy periodista y tengo serias dudas de que pudiera escribir siquiera un artículo siguiendo las pautas adecuadas para exponer mi punto de vista de forma contundente. Sin embargo me centraré en algunas de las ideas que saco de la lectura del artículo sobre Papá Estado y expresaré mis propias opiniones al respecto. Pero lo más importante, contaré una anécdota que me hizo recordar este asunto y las implicaciones sanitarias de la ingesta masiva de carnes, carbohidratos y grasas saturadas.

No termino de entender la discriminación que hace el autor entre externalidades de unos productos de consumo como el tabaco y el alcohol frente a las hamburguesas. Que yo sepa una externalidad [1] es una consecuencia, esperada o no, que afecta a una persona/entidad distinta a la que realiza la operación económicamente ponderable. El caso típico en estos últimos tiempos es el del tabaco, cuyo humo afecta negativamente también a los que no fuman. Y esa es mi primera sorpresa al respecto. Que yo sepa las hamburguesas, y el consumo generalizado de comida basura, tiene bastantes externalidades. Sin embargo, como las del tabaco, valorar objetivamente, si cabe, la externalidad negativa pasa primero por establecer una escala cuantitativa que permita medir el impacto del consumo de hamburguesas (como arquetipo de comida basura). No olvidemos que para comprender hay que medir, y que en el caso de este tipo de productos, donde las externalidades más visibles se identifican como síntomas de empeoramiento de la salud, hay que pasar primero por los gastos sanitarios [2] para poder saber qué significa una conducta perniciosa en euros para el bolsillo de todos los contribuyentes. Siguiendo este mismo esquema, parece que los costes sanitarios derivados de la obesidad ascienden a casi el 7% del presupuesto sanitario español [3] —que me permito recordar una vez más que sale del bolsillo de todos—. Tan solo la mitad del que supone el tabaco (en los artículos referidos a pie de artículo se estima en un 15%). Vamos, que por mucho que sugiera el autor que no hay externalidad, al menos en costes económicos, yo no lo veo así.

Y eso que sólo estamos atendiendo a las externalidades como el coste sanitario conjunto derivado. También podríamos aducir la cantidad de metano que expulsa el ganado en forma de peos y que, se sabe, es uno de los gases de efecto invernadero. Sin contar la deforestación del Amazonas para crear zonas de pasto o de cultivo que alimente a las vacas [4]. La próxima vez que te comas una hamburguesa, piensa en todo el mal que te estás haciendo a ti mismo y que estás haciendo al Planeta.

Sin embargo, parece que siempre enfatizamos en este tipo de cosas el aspecto económico directo —o no tan directo, dado que hay que pasar por los gastos públicos en salud—. Pero hay otros muchos que se dejan en el tintero y que no podemos incluir de forma clara. Creo que no hay que demostrar que un exceso de consumo de hamburguesas (y resto de familiares de las comidas rápidas) contribuyen a la obesidad y que, ésta, es uno de los factores de riesgo de enfermedades coronarias. Y aquí es dónde se dispararon mis recuerdos leyendo el artículo que se queja del exceso de vigilancia del Estado. Mi madre lleva trabajando para el Servicio Canario de Salud una barbaridad de años. Yo diría que se aproxima a las tres décadas. Como persona inquieta [5] voluntariamente ha cambiado de servicio cada cierto tiempo. Ha trabajado varias veces en los servicios de urgencia hospitalarios y siempre llegaba a casa agotada por la mañana después de una noche especialmente complicada. A veces, también, reflejaba tristeza. En una de estas me contó que en esa noche habían tenido que dejar morir a un chico que había tenido un accidente de tráfico. Probablemente hubiese sobrevivido si se le hubiese atendido cuando llegó, pero el personal de urgencias estaba dimensionado para atender dos casos de reanimación al mismo tiempo. Antes de que llegara el chico lo había hecho el culpable del accidente de tráfico (y que a ese no se podía salvar) y un hombre de setenta y pico, posiblemente ochenta, que había sufrido una parada cardiaca. Así que mi madre, y supongo que el resto de personal sanitario que había allí, sabían que no podrían hacer nada por aquel chico de veintipocos años que se moría en una camilla, mientras se salvaba la vida una vez más a un viejo que ya había sufrido varios infartos y se hacía lo imposible por reanimar al borracho que se pasó al carril contrario. Todo porque impera una ley objetiva y que evita tomar decisiones morales: el primero que llega es el primero en ser atendido. Hablo de casos de vida o muerte, por supuesto. Este tipo de situaciones no eran comunes, tal vez mi madre habrá presenciado unas pocas decenas a lo largo de su vida profesional en los servicios de urgencia, pero evidencian lo que la palabra Economía significa: la gestión de recursos escasos. Es impensable disponer de infinitos recursos para atender casos de urgencia. Tampoco tiene sentido exigir que tendría que haber tres equipos de reanimación en lugar de dos, porque resultado similar se produciría si llegan cuatro afectados al mismo tiempo. Siempre habrá alguno que dejar atrás. Amén de que no tendría sentido mantener equipos que no se aprovechan la mayor parte del tiempo… De eso va la Economía, sí.

La obesidad es una epidemia reciente. Aún no es probable que estas situaciones extremas se presenten en breve. Pero me imagino cómo sería si el afectado por el infarto hubiese sido un consumidor constante de comida rápida. Haciendo un ejercicio de proyección imaginativa, me veo a mí mismo en el pasillo del servicio de urgencias, moribundo, esperando mi turno. Tal vez al igual que el chico de la anécdota de mi madre, un accidentado inocente. Como en los cuentos fantásticos tipo ‘La dimensión desconocida’, en los momentos de angustia previos a la muerte se me presenta la oportunidad de salir de mi cuerpo y pasearme por los pasillos para ver lo que allí acontece. Una experiencia extracorpórea para contemplar por última vez a los amigos y familiares que esperan desolados o que van llegando preguntándose por qué ahora y por qué a mí. Me meto en los quirófanos y ahí veo a equipos de profesionales consagrados en intentar salvar la vida a otras dos personas. Me acerco y veo que ambos son también jóvenes, pero bastante obesos. No sé cómo, pero sin conocerlos sé quiénes son. Uno es abogado y el otro es profesor de Literatura en un instituto. Más o menos tienen mi edad, tal vez unos años más; pero son relativamente jóvenes. Ambos sufren ataques de corazón y han tenido vidas sedentarias hartas de comida grasa que les han tupido completamente las arterias. Sobrevivirán y, hasta ahí llegan mis poderes de videncia recién concedidos, volverán a comer hamburguesas pasados unos meses. La comida rápida es adictiva, siempre han dicho. Uno de ellos morirá en dos años de otro infarto de miocardio. El profesor sufrirá un infarto cerebral en cinco años y necesitará asistencia el resto de su vida. En esa parte de su existencia su dieta será controlada por el asistente personal y bajará treinta kilos. Vivirá otros quince años en silla de ruedas. El ser humano no es racional, por mucho que se grite a los cuatro vientos, me digo. Se acaba el tiempo, y soy consciente de que una de esas mesas, y uno de esos equipos de profesionales, podrían estar ocupados por mí y conmigo si apenas hubiese llegado unos minutos antes. Es la lotería de la vida. Y la de la muerte.

Tras esta pequeña licencia novelesca, me pregunto si las externalidades están tan claras. ¿Sería lícito que el equipo médico dejase a un viejo (o a un obeso) morir en favor de otro más joven que tuviera más probabilidades de vida y, lo que es más importante, mayor esperanza de vida? ¿Se debería penalizar al que no ha sido racional? ¿Cómo le explicarías a la familia del joven que no ha podido ser atendido porque ya se atendía a dos personas que han demostrado toda su vida poco apego por su salud y que los recursos asistenciales de urgencia son limitados? ¿No tendría más sentido hacer todo lo posible para evitar llegar a esta situación, tal vez improbable aunque no imposible? Desconozco si poner impuestos a la actividad de venta de hamburguesas sería una solución práctica. A la sazón, siento que los incentivos externos (positivos o negativos) no suelen ofrecer los resultados óptimos. O tal vez no habría que penalizar exclusivamente a los comerciantes. Tal vez habría que atacar a los racionales consumidores. Siempre he escuchado que la medicina preventiva es mucho mejor que la terapéutica. ¿Qué tal un sobre impuesto a las personas que no cuiden su salud? A fin de cuentas, una operación de corazón y el tratamiento médico posterior, puede suponer más de lo que cotiza una persona durante toda su vida a la Seguridad Social. Lo que falta para mantener en marcha el sistema y la vida de esa persona lo ponemos del bolsillo del resto de las personas. Tal vez no estaría de más prevenir y hacer que las personas que menos se cuidan paguen un poco más que el resto. Ya se sabe que no hay nada que nos haga más racionales que aquello que nos cuesta dinero. Al menos esa es la base de la Economía actual neoliberal: la absoluta base racional de todas nuestras decisiones económicas. Aunque los impuestos al tabaco demuestran todo lo contrario. Nunca se consiguió desinsentivar su consumo.

En fin, que de todos los defectos del artículo de el blog salmón, y de su joven redactor —porque le supongo la vehemencia y la inocencia de la juventud—, el recurso defensivo en base a la capacidad racional del ser humano es el peor de todos. Ya nos lo demostró Dan Ariely: Somos básicamente irracionales [6].


[1] Se puede consultar el significado tanto en la Wikipedia, http://es.wikipedia.org/wiki/Externalidad, como en el repaso de conceptos de Economía del propio blog salmón, ¿Qué son las externalidades? [2] Rebuscando en la Red hay muchísimos artículos sobre el coste sanitario del tabaco. Por ejemplo:

Esta entrada ha sido importada desde mi anterior blog: Píldoras para la egolatría

Es muy probable que el formato no haya quedado bien y/o que parte del contenido, como imágenes y vídeos, no sea visible. Asimismo los enlaces probablemente funcionen mal.

Por último pedir diculpas por el contenido. Es de muy mala calidad y la mayoría de las entradas recuperadas no merecían serlo. Pero aquí está esta entrada como ejemplo de que no me resulta fácil deshacerme de lo que había escrito. De verdad que lo siento muchísimo si has llegado aquí de forma accidental y te has parado a leerlo. 😔